Por Juan Jesús Ayala.
Roger Pol Droit es una de las figuras importantes del pensamiento contemporáneo, consejero de filosofía de la UNESCO y responsable del Instituto de Ciencias políticas de París. Es un filósofo atípico, raro, porque le da más relevancia a la sensación que a la reflexión. Además, considera que el camino para llegar al destino del pensamiento es el asombro, lo que ha condicionado a los filósofos desde Platón, Aristóteles hasta Marcuse.
Recurre también al humor y desdeña aquellos intelectuales que se invisten de un academicismo puro y de un lenguaje que está encriptado más bien para los dioses del Olimpo que para el hombre de la calle.
Y la filosofía para Pol Droit está en la calle, en aquello que nos sorprende por su cotidianidad en la cual se ampara en cosas absurdas no propias de un filósofo como cuando manifiesta en la situación de beber mientras se orina, porque ahí se entrelaza el misterio del cuerpo humano como maquinaria perfecta, por lo que se puede llegar a las altas instancias de la reflexión desde abajo, desde la provocación, desde el humor que despeja la imposición rítmica de lo transcendental para quedarse con lo propio, con lo que nos distrae, con lo que nos confunde y queremos desarrollar sin andarnos por las ramas sino desde el mismo pretil de la acera o apoyado en el tronco de un árbol tal vez de un bosque imaginario.
El asombro insiste, es la matriz de la reflexión y que esta se acompañe de un cierto talante humorístico, porque las grandes contradicciones sociales tienen una explicación que hay que buscar, quizás más en el escenario donde se produzca la hilaridad porque los protagonistas de las grandes cuestiones son seres insignificantes que más que otra cosa producen risa o alguna carcajada perdida en ese barullo universal de voces huecas.
Y así se desmontaría toda la parafernalia de los que se creen imprescindibles cuando en realidad son meras comparsas de sí mismos y de los poderes fácticos que detrás de ellos le dicen al oído qué camino seguir, si es que pretenden obtener el premio de su vasallaje. Poderes ocultos que hay que desenmascarar (misión importante y definitiva de la filosofía si quiere considerarse como tal)con un cierto componente de humor que nos conduzca, paradójicamente, al recinto de lo serio, de lo que compromete, dificulta y trastoca la cotidianidad viva y palpitante.
Quizás el filósofo francés pretenda ir más allá de la elucubración científica y pisar el terreno del asombro, que está patente en cualquier momento del escenario vital, dejando atrás academicismos que muchas veces se quedan en el diletantismo y en una mera cuestión teórica. El asombro abre puertas, destruye mitos y pone las cosas en su sitio.
En las circunstancias vitales actuales, donde el desconcierto es protagonista, donde no sábenos lo que nos espera a la vuelta de la esquina, donde la economía mundial está zarandeada por la fuerza emergente de los que en su día fueron súbditos y esquilmados por las potencias occidentales, principalmente por China que ha puesto a Occidente de rodillas una vez más, sobrepasando el poder que tuvo cuando la pandemia, ahora lo hace nuevamente al controlar por producir elementos importantes y necesarios para que la economía occidental se mueva y no colapse. Cuestión que no hace falta ser un lince para barruntar, que todo apunta en ese sentido.
Lo cual nos hace alinearnos con el filósofo francés, que ante lo que se avecina, que es complicado, no perder el humor se hace necesario, pero junto también a una seriedad que indague verdades ocultas y que nos identifiquen la cantidad de ineficaces que creyéndose superinteligentes o son lacayos del poder o creen tenerlo para resolver cuestiones de máxima importancia, las que continúan como siempre, aunque les den una capa de barniz para disimular, pero que a los pocos días recobra su ineficacia habitual.