Por Juan Jesús Ayala.
Cuando en la historia, en sus capítulos anteriores al siglo XXI se decía “es una persona seria, puedes confiar de todas, todas” y, sobre todo, cuando se estaba en puertas de firmar un contrato, en recibir con puntualidad el préstamo que se había solicitado a personas que podían disponer de dinero, cuando los bancos apenas existían y para pequeñas cantidades se recurría para alguna perentoria necesidad, no existía problema alguno porque la seriedad en aquel momento era una característica que obligaba y se respetaba.
Con esto quiero decir que aquella seriedad ha bajado de tono y habrá que pensar que, ateniéndonos a los que asumendeterminada responsabilidad política y profesional, algunos carezcan de este valor personal que implica formalidad, dignidad, rigor, sensatez y rectitud.
O sea que según su historial tanto profesional como político al que asume estas características se puede confiar plenamente que su palabra es ley, que su predisposición la va a ejecutar tal cual juramento que haya hecho, pero se puede estar ante los que si se equivocan es porque los acontecimientos se han torcido y lo que suponía que iba a gestionar o arreglar, causas ajenas a su voluntad han impedido que pudieran llevar a efecto su promesa o su trabajo en una colectividad que en ese momento podría verse frustrada, que pudiera suponer una ruptura por desconfianza. Al contrario, paradójicamente, no se construía una teoría para la sospecha, se le alentaba para que en esa misión o función que fue camino del fracaso, podía contar con más apoyo, si fuera necesario, de esa colectividad.
Hoy se echa de menos que todo vaya por el camino de la seriedad, pero muchas veces ante los discursos que se oyen, ante las promesas que se dictan y ante las soluciones que se van a adoptar a determinadas situaciones que abordan y comprometen la viabilidad del proyecto, no siendo en aquellos que no tienen otra alternativa que creer en la virtualidad de ese proyecto que va a ser realidad y, además, como argumentario a desarrollar repiten como si fuera una sola voz.
Pero cuando los fracasos ocurren por falta de seriedad ante pronunciamientos que se dicen , ante proyectos se van a realizar y se hacen a espaldas de la gente y no se cuenta con todos los implicados y la seriedad se escurre, sí que pudiéramos estar elaborando una teoría no solo para la sospecha sino para la desconfianza.
La verdad siempre es problemática y muchas veces difícil. El error es una amenaza permanente, pero no es lo peor, el riesgo más grave es la mentira. Y estar siempre bajo la sospecha que la mentira es la mejor verdad, que es lo que se puede ofrecer muchas veces como camuflaje de contubernios políticos donde el poder no se esconde, sino que defiende esa mentira a toda costa aún con gesto adusto y serio se puede comprometer a importantes cuestiones de gobernabilidad sin tener en cuenta el ir en contra del resto al que se supone se le podrá convencer con una nueva mentira donde la seriedad, una vez más, brillará por su ausencia.