Por Juan Jesús Ayala.

Narciso no conocía su imagen, aunque se sabia hermoso, hasta que un día lo pudo comprobar cuando se asomó a las aguas de un estanque y vio reflejado su rostro tal como lo imaginaba; tan es así que no pudo soportar tamaña emoción que se tiro al agua en pos  de si mismo, ahogándose. Término este narcisista que lo incorporó Sigmund Freud a su teoría psicoanalítica donde Narciso es yo. Un yo libinizado, un yo que hace de objeto: de único objeto de amor; aunque mas tarde la psiquiatría lo considera como un trastorno de la personalidad abarcando a aquellas personas que se creen y quizás sufren con ello, por encima de los demás, que son los elegidos, que nadie puede contradecirlos porque si tienen poder y mando los envían a la hoguera o al ostracismo. El narcisista se ve, además, mas inteligente que nadie, si hay un grupo, político o de otra característica y el líder bordea el campo del narcisismo se estaría en un conflicto inacabado, puesto que estas personas son de  muy difícil convencimiento una vez que asumen determinadas posiciones ideológicas, económicas o de cualquier otro ámbito.

Al creerse los mejores, los elegidos, intentaran que muchos de sus actos queden impresos en la memoria colectiva como un homenaje que se les hace sin pedirlo, como un tributo que se le paga sin debérselo, como el favor por todo aquello que está haciendo por nosotros, sin solicitárselo.

El narcisista va por un lado y el mundo, su mundo, por otro, aunque eso si, intenta no despegarse de cualquier asunto donde se siente protagonista y si no está en ello hará todo lo posible para ponerse en la fila de delante, con las proclamas superinteligentes, con las decisiones  perentorias que hay que tomar, con los discursos que hay que oír como si fuera un sonsonete que no deja de chacolearnos en las neuronas mas recónditas.

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En el ámbito de la política la mayoría de los dictadores que ha habido en el mundo han estado amparados por su narcisismo, han tenido asumido que si durante su vida fueron imprescindibles, una vez que mueren tiene de alguna manera que su memoria quede  incrustada en la historia. No pueden y se lo exigen, no pasar por las páginas de la historia como si esta hubiese sido un libro lleno de hojas en blanco donde sus múltiples hazañas y proezas no queden registrados con brillantes trazos y arabescos.

Cada cual desde el narcisismo que profesan o padecen tienen diferentes métodos y desde el poder para  traspasar su vida cotidiana y que esta llegue a nosotros con naturalidad, como si fuera uno mas de la calle, como un ciudadano cualquiera que desayuna, pasea, se reúne con sus colaboradores, se relaja leyendo la prensa, y comenta con la familia desde lo mas banal hasta alguna cuestión de suma importancia dejando ver que trasmite cuestiones transcendentales  para el resto de lo mortales que andamos atropellados por un espacio vital del cual son responsables, pero que no asumen que sea así, puesto que todo lo que hacen y dictan está dentro del espacio de lo inteligente, maduro y  responsable que también  considera importante y  trasmite para que veamos su estilo de vida y su vitalismo  capaz de desandar cualquier entuerto.

El narcisismo en política es un estigma que acompaña a muchos que detentan  poder que si bien cuando están en el machito se consideran los mejores, los incontestables, el día que este se les escapa de las manos, ese día si que lo pasaran mal y efectivamente, tendrán que coger irremediablemente cita con el psiquiatra.