Por Luciano Eutimio Armas Morales

Estamos inmersos en la pavorosa tragedia humanitaria de Turquía y Siria, en las que las víctimas del terremoto se contabilizan ya en decenas de miles muertos, sin contabilizar las decenas de miles que aún permanecen bajo los escombros, y a cuya tragedia habría que añadir el panorama de las decenas de miles de heridos, y de los que han quedado literalmente en la calle con lo puesto, con temperaturas gélidas y sin agua ni comida.

Cuenta el periodista Ignacio Escolar, en un lúcido artículo de hoy, que muchos de los edificios derrumbados por el terremoto tenían menos de tres años de construidos, y que debían cumplir en su construcción con una normativa antisísmica que exige unas técnicas de construcción homologadas en otros países, de las que ha sido pionero Japón. Pero esas medidas encarecen la construcción, y hecha la ley, hecha la trampa.

Bastaba con pagar una multa al Gobierno, por supuesto mucho más barata que construir con las medidas antisísmicas vigentes, para que les homologaran y le diesen cédula de habitabilidad a las viviendas de esos edificios. Se muestra la evidencia, una vez más, de que la corrupción es una verdadera lacra que corroe las instituciones, y que en la que los corruptores, en connivencia con los administradores políticos corrompidos, se enriquecen a costa del bienestar, la salud y la vida de las personas.

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Lo hemos dicho en otra ocasión, los antídotos contra la corrupción también son claros: una administración pública dotada de transparencia con información veraz, y una administración de justicia independiente dotada de medios. Pero con demasiada frecuencia fallan ambas, precisamente porque los que deben implementarlas estas medidas están inmersos en ese círculo corruptivo.

Apenas unas semanas antes del terremoto, el gobierno de Turquía había comenzado a tramitar nueva ley de amnistía para los edificios que se habían construido sin cumplir con la normativa antisísmica. “¿Hay algo más horrible que esas decenas de miles de muertos?”, se pregunta Escolar. “Sin duda alguna, el pensar que buena parte de esas muertes se podrían haber evitado si se hubiese cumplido la ley”.

Pero estamos en lo de siempre: la corrupción evitó que la ley se cumpliese, e incluso pretendían cambiarla, para beneficiar a unos pocos y provocar la muerte, ruina y desolación de muchos.