Por Juan Jesús Ayala.

Nunca tantos besos y abrazos como en estos días, (y los que quedan) han dado los políticos que optan al poder, bien sea a Ayuntamientos, Cabildos o Parlamento. Han salido hacia las calles, a tramoyas mitineras en plazas, en distintos locales, y reuniones múltiples con estamentos sociales y laborales; unos dejando momentáneamente sus actuales poltronas y otros que optan a  sustituirlos. Y en sus proclamas electorales no se cansan de repetir, unos, que van a lograr no se sabe cuantos parabienes para la sociedad (¿qué han hecho hasta aquí?) y otros que con su gestión llegará el cambio deseado y se alcanzará, al fin, llenar de entusiasmo y productividad las carencias que  han  azotado a la sociedad durante años y años.

Cada cual tiene su discurso pleno de quintaesencias y farragosidades  adornado de palabras huecas que se verán traducidas en grandes logros, los que se estaban esperando. Y  después del 28-M la felicidad se instalará  en todos los hogares.

Las listas de espera en la sanidad publica dejarán de ser un azote para la salud; las colas del hambre se evaporaran por arte de magia; el trabajo ya no será un bien necesario y escaso ya que se logrará dar cobertura al 100 por 100 de los que están en el paro o a los que inician una vida laboral para que desarrollen   su agenda vital con seguridad. La cesta de la compra será  más accesible y no se llegará a final de mes pasando hambre. Las Residencias para nuestros  mayores en dos meses se accederá a ellas y no como antes que se tardaba mas de 2 años en lista de espera pudiendo satisfacer  una vida digna en sus últimos años con una calidad exquisita.

Y, además, todos aquellos que viven pero que muy bien y son políticos actuales continuaran, si llegan al poder, con grandes sueldos que no se corresponde con el exiguo y muchas veces improductivo trabajo que desarrollan y que tienen una nomina como si fueran ingenieros aeronáuticos de la NASA. Y los que accedan por vez primera a sueldos públicos no se quedan atrás, sino al revés,  ya que no se cansan de manifestar que superaran a los anteriores en la retórica electorera, o sea, que  van a vivir de los sueldos que tienen en el sector privado  y como el trabajo real que desempeñan en las administraciones públicas se puede perfectamente realizar en no mas de dos horas diarias no van a cobrar nada del erario publico a excepción de las dietas por asistencia a plenos o alguna que otra reunión imprescindible en aquella u otra isla.

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Para ello tienen que demostrar como así lo dicen, tanto unos como otros, su” cercanía” desplegando todas sus afinidades hacia el votante. Son amables y te abrazan a veces con tanto ímpetu que son capaces hasta de provocarte una “disnea” (dificultad respiratoria) y sus besos euforizantes  te ponen los cachetes colorados, que, la verdad se queda uno perplejo ya que antes, cuando estaban en sus respectivas poltronas  no eran así. Además, si querías  que te atendieran para una consulta sobre cualquier cuestión particular, esa cacareada “cercanía”,   se esfumaba ante sus secretarias que te decían que el alcalde, el presidente del cabildo o el concejal o el consejero de turno tienen mucho trabajo y hay que pedir cita  y ponerse en la cola porque solo se  atiende a dos personas cada día. 

Y cuando al fin se lograba acceder a los despachos de aquellos que te daban abrazos y besos  ya no te veían cercanos como entonces sino que imbuidos en la distancia que da el cargo y la autoridad se han camuflado en la prepotencia, en la mirada esquiva y dirigida hacia el altísimo, como si fueran seres extraterrestre que en nada tiene que ver con aquel ser amable, sonriente, dicharachero y prometedor de todo el oro y la plata del mundo.

Lo cierto es que la historia no se cansa de repetir los mismos capítulos rutinarios en la época que vivimos actualmente de campaña electoral donde la amabilidad primero y la antipatía y distancia después es una constante que no deja a nuestros queridos políticos. Y contra esto nada se puede hacer sino simplemente sufrirlos tanto en campaña como después una vez que logran la poltrona,  donde la mayoría, como dice nuestra gente, “se dedican a vivir del cuento”.