Por Francisco Armas

Dos de la mañana, con los pies doloridos y un gran pesar en el corazón entraba en mi casa tras la que debería haber sido la gran fiesta de todos los herreños. Aún albergaba parte de la alegría de haber salido de Isora cargando a San José junto a mi padre y compartir con la familia y el pueblo el regocijo de dar comienzo a la fiesta más importante de nuestra isla. Era una mañana fría, sí, pero la ilusión y la unión de tocadores, bailarines y familiares nos calentaban. Pero tristemente ese fuego comenzó a debilitarse en la Dehesa y terminó por extinguirse en la Villa de Valverde.

A la mañana siguiente las culpas, los reclamos, los dimes y diretes volaban en todas las direcciones y por un día en los bares no se habló de fútbol. Cuatro días después aún no se sabe lo que pasó y creo que nunca se sabrá, pero ¿quiénes son los responsables? ¿Cuatro bailarines díscolos o las autoridades encargadas de organizar La Bajada? Cuando un barco naufraga el responsable máximo es el capitán y no un grumete advenedizo. ¿Quién no ha sabido llevar este barco a buen puerto? ¿Cuál es la función de la comisión mixta? ¿Actuar a posteriori? El que siembra vientos recoge tempestades. ¿Por qué se olía desde hace días el fósforo que encendería la llama y nadie hizo nada para apagarlo? Es más, parece ser que la brillante solución que se les ha ocurrido es prohibir y vetar en vez de apaciguar y unir. Señores, los fuegos se apagan con agua, no echándoles más gasolina.