Por Luciano Eutimio Armas Morales.

“¿Estamos viviendo una tiranía de las emociones, por encima de las razones?”, que diría Ricardo Gómez.

¿Qué está pasando con las formas en política, en cuyos patrones de comportamiento parece como si emergieran instintos cavernícolas de nuestros antepasados? ¿Parece como si nos encontráramos con un dominio de las pasiones sobre la razón de los sólidos argumentos, que impiden practicar una política basada en la unión de la ética y la estética, e imponen un infantilismo extremo que, inmadura y egocéntricamente, buscan la atención y su propio beneficio?

Cuando un líder político, aspirante a presidente del gobierno, insulta a otro llamándole públicamente traidor, irresponsable, felón, malvado, ególatra, ridículo, desleal, mentiroso y otras perlas verbales, más propias de un camorrista y provocador de los bajos fondos que de una persona con un mínimo de civismo y educación, no sólo se está degradando como persona, sino que está degradando el debate político al nivel de un brabucón y fanático hooligan o matón de barrio.

Cuando otro líder político, también aspirante a presidente del gobierno, dice que no se atreve a dialogar y pactar con otro partido ni con sus aliados, en realidad no está en el terreno del debate político, cuya esencia es la negociación, el diálogo y la búsqueda de acuerdos beneficiosos para el conjunto de los ciudadanos, en realidad se está situando en el campo del fanatismo, el egocentrismo y el infantilismo inmaduro. Y la política no debe ser un circo, ni un estadio de futbol lleno de hooligans.

Cuando en nuestra querida isla vemos comportamientos políticos inspirados en el egoísmo, el resentimiento, la incompetencia y el afán de venganza personal, no estamos en el terreno de la política como un quehacer generoso y altruista orientado al bien común, sino que estaríamos ante la utilización infame de esta noble actividad, para beneficio propio o para tratar de destruir a rivales que pudieran cuestionar o amenazar su situación.
Poco importa el futuro de nuestros hijos, de nuestra tierra y de nuestra Isla, a quienes, en lugar de tender puentes de unión, de consenso y de diálogo para construir un futuro mejor, actúan movidos por un afán depredador para satisfacer sus ambiciones y beneficios personales.

 


Cuando a veces me dicen: “Es que ustedes los políticos…”, yo les contesto: “Yo no soy un político. Se puede ser fontanero, médico, agricultor, taxista o abogado, porque son profesiones de las que se vive. Pero la política no es una profesión de la que vivir”.

No se es político. Se está en política de forma transitoria, con una vocación de servicio al bien común. O al menos, así debería ser.

Creo que necesitamos una regeneración ética, recuperar el debate, las buenas formas y el consenso. Recuperar la política, “como actividad en virtud de la cual una sociedad libre, compuesta por personas libres, resuelve los problemas que le plantea su convivencia colectiva, en quehacer ordenado al bien común”, y no permitir que se convierta en un circo con comportamientos energúmenos y cavernícolas.

Recupero las palabras de un ciudadano, que ahora es candidato en las próximas elecciones locales, y el 31 de julio de 2.016 escribía: “… les culpo de la división que sufre mi isla, de la mezquindad con que se trata a personas por pertenecer a otra opinión distinta… dejen atrás la política de envidias, odios y rencores”. Y por supuesto, comparto esta cita.

Lo que la Isla necesita es un proyecto colectivo de futuro con renovada confianza e ilusión, en el que diferentes sensibilidades y opiniones puedan encontrarse en objetivos compartidos, renunciando a intereses partidistas o personales, y con el diálogo y consenso propio de quien no debe estar frente a frente, sino hombro con hombro caminando en la misma dirección, aunque sea proponiendo caminos diferentes.

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