Por Luciano Eutimio Armas Morales

Arturo y Miriam decidieron pasar este año una semana de vacaciones en Cancún, coincidiendo con las vacaciones de los niños y que estos quedarían con sus abuelos. Eligieron un Hotel de cinco estrellas de una cadena española en pensión completa con el viaje incluido, que les costó 3.560, €. en total, y que, saliendo de Tenerife, con escala en Madrid y Ciudad de México, les supuso recorrer volando 24.200 km.

Disfrutar de un clima cálido y soleado en el Mar Caribe, en un hotel con espaciosos jardines en un exótico lugar, con piscinas diseñadas por un prestigioso arquitecto, excelentes instalaciones y servicios, y una esmerada gastronomía que le ofrecían en pensión completa, les invitaba a no salir del hotel, y sólo un día hicieron una excursión a Chichén Itzá, que les costó 127,€.

 

Volvieron a Canarias, con la sensación de haber disfrutado con ese viaje trasatlántico a un lugar exótico y de ensueño, y con las memorias de sus cámaras y smartphones cargadas de imágenes, para luego enseñárselas a la familia y los amigos. (Bueno, las imágenes eran casi todas del hotel y de la excursión).

Lo que Arturo y Miriam ignoraban, es que su viaje en avión supuso emitir a la atmósfera 13,20 toneladas de CO2, que contribuirían a derretir 10,56 toneladas de hielo del Ártico en una superficie de 40 m2 (“Science”, 2016). Por ejemplo. Y que si en lugar de pasar la semana de vacaciones en Cancún, la hubiesen disfrutado en un hotel de similar categoría y servicios en Morro Jable (Fuerventura), casi todo hubiese sido igual, excepto la excusión a Chichén Itzá, pagar los extras en pesos mejicanos en lugar de euros, y esas horas de viaje en los acotados asientos de los aviones… ¡Ah! Y que la huella del carbono del viaje a Fuerteventura hubiese sido de sólo 0,15 toneladas de CO2.

En el año 2.018, 1.400 millones de viajeros internacionales, con un incremento del 6,% sobre el año anterior, provocaron el 9, % de las emisiones de gases de efecto invernadero del planeta, y las previsiones señalan importantes aumentos del tráfico aéreo para los próximos años.

¿Puede continuar esta progresión de forma indefinida?

A pesar de los esfuerzos de las compañías aéreas por mejorar la eficiencia, el uso de biocombustibles, o medidas como Cielo único europeo que podrían reducir el consumo de combustibles fósiles, estaríamos ante medidas paliativas que no podrían afrontar el problema medioambiental provocado por 18.000 aviones volando permanentemente, con unos 100.000 vuelos al día, que consumen 280 millones de litros de queroseno diarios. (Valores aproximados, obtenidos de diversas fuentes).

¿Existirá un límite a este crecimiento?

Muchos indicadores van en la dirección de considerar que este crecimiento se moderará, e incluso que a medio plazo puede darse una regresión en la densidad de vuelos. Veamos algunos:

Los combustibles para aviación están exentos de impuestos desde 1944 en la Unión Europea, e incluso reciben subvenciones en algún caso. Si el combustible quemado en el viaje a Cancún de Arturo y Mirian, estuviese gravado con el 50,% de impuestos que soporta el automóvil, su viaje les hubiese costado de 5.000, a 6.000,€, con lo cual posiblemente hubiesen elegido pasar sus vacaciones en Fuerteventura u otra isla. Por eso, países como Francia y Holanda, están discutiendo en sus parlamentos la prohibición de vuelos de corto recorrido y una ecotasa de hasta 18,€ para viajes por avión, que revertiría en infraestructuras de transportes más ecológicas como el tren, cuya huella de carbono por pasajero es la veinteava parte de un vieja aéreo. Iniciativas estas, que forman parte de la prioridad que ha fijado la Unión Europea de reducir de forma drástica el impacto ambiental de la aviación comercial, y a las que se han unido más recientemente Suecia y Bélgica. Esa es la tendencia.

El informe de la Unión Europea, señala que gravar el combustible con un impuesto medio de un 10,%, supondría reducir las emisiones en un 11,% y recaudar 27 mil millones de euros al año, que podrían ser destinados a mejorar las líneas de ferrocarriles y medios de transportes sostenibles. Y para no discriminar a los ciudadanos que viven en territorios insulares, se les mantendría la exención de impuestos para vuelos desde las islas si no están conectadas al continente por túneles o puentes, lo que favorecería obviamente a los residentes en Canarias.

La medida tendría el efecto de incrementar el precio de los billetes y reducir el numero anual de viajeros, que podría ser de un 12, %, y aunque tendría un efecto negativo para el empleo en el sector de la aviación civil, sería compensado con incremento de este en otros sectores. La alternativa, dice Luke Elson, serían vuelos más escasos y caros, pero respetuosos con el medio ambiente.

Cada día se aprecia una mayor sensibilidad de la población con los problemas medioambientales -plásticos, calentamiento global, desforestación, extinción de especies, etc.- y el incremento en un siglo del nivel de CO2 desde las 270 ppm de la época preindustrial a los 415 ppm actuales y en continua progresión, lleva camino de provocar una emergencia climática, a la que los vuelos contribuyen de una forma notable. En los países nórdicos se ha extendido el término “flygskam”, algo así como “verguenza de volar” como expresión de una tendencia a rechazar en la medida de lo posible los viajes aéreos, buscando otras alternativas vacacionales en destinos más próximos y accesibles en otros medios de transporte, y aprovechando también que el calentamiento global ha propiciado un clima benigno en esos destinos.

En junio de 2016, Rafat Alí, fundador de un grupo de medios especializados en viajes, utilizó por primera vez el término “overtourism”, referente a la tendencia a colapsar los destinos turísticos por la masificación excesiva de los mismos, que provoca una degradación de estos. La OIT en su última cumbre manifestó que el turismo “hay que administrarlo de una forma sostenible, responsable e inteligente”, y ya algunos destinos han tomado medidas para evitar esa excesiva masificación: En Perú han limitado el acceso y el tiempo de estancia en el Machu Picchu; En Drubrovnik han reducido el número de cruceros a los que les permiten escala; en Formentera aplican un númerus clausus a la entrada de vehículos; y ciudades como Roma, Florencia, Lisboa, Oporto, Barcelona, Praga, Viena, París, Ámsterdam, Palma de Mallorca, Berlín o Bruselas, han establecido una Ecotasa, o impuesto por pernoctar en la ciudad. Tratan de alguna forma, de paliar la fiebre viajera y la masificación apoyada en el impacto del low cost, que a su vez se nutre de la exención de impuestos a los combustibles para aviación.

Otro fenómeno que se está extendiendo, es el rechazo a esa masificación turística por parte la de las poblaciones de los destinos receptores. “Tourist: your luxury trip my daily misery”, escribieron en un mural a la entrada de una gran ciudad, que traducido viene a decir algo así como “Turista, tu lujo dispara mi miseria”. Y efectivamente, el turismo es el sector económico que provoca más precariedad en el empleo y mayores desigualdades sociales, en los lugares en los que cuenta con gran implantación, al tiempo de causar importantes efectos medioambientales en algunos casos, en los que actúa como auténtico depredador de territorio y recursos.

Pero iniciativas como Flygfritt 2020 o Fridays For Future, aunque tengan un importante impacto social y mediático, no dejan de ser actuaciones testimoniales, porque son los gobiernos los que deben implementar las medidas necesarias para combatir esta alarma climática, y entre ellas, está ciertamente el gravar con impuestos el combustible para aviación, lo que provocaría vuelos más escasos y caros, entrando en lo que algunos han comenzado a llamar, “la era del posturismo”.

La huella de CO2 de un turista que viaje desde Helsinki hasta Canarias para pasar una semana de vacaciones, es de aproximadamente 2 Tm. La progresiva toma de conciencia ambiental en la Europa nórdica y central, unida al factor de encarecimiento notable del coste de los viajes aéreos, presuntamente provocará a medio plazo una disminución del flujo turístico a destinos medios o lejanos como Canarias o el Caribe.

¿A dónde queremos llegar con estas reflexiones?

Pues que Canarias tendrá que ir pensando en buscar alternativas de actividades económicas al monocultivo turístico y de masas. En que quizá de 17 millones de turistas no pasaremos en los próximos años a 19 o a 21, sino posiblemente a 15 o a 14 millones. Y en que es necesario potenciar actividades de alto valor añadido, empleo eficiente de nuevas tecnologías, exportar know how a países de nuestro entorno, y, en suma, prepararnos para un posible escenario, en que el turismo de masas sea sustituido por un turismo menos numeroso, pero más exigente en calidad de los servicios y en calidad medioambiental.