Por Armando Hernández Quintero

El encierro le hace pensar a uno cosas que en otras circunstancias pasaban desapercibidas, o simplemente no les prestábamos atención. El tiempo, que hasta hace unos días se me pasaba rápido, se alarga y me da la sensación de que se congela y me obliga a tener que improvisar e inventar cosas para estar ocupado, mientras él sigue su curso hasta los doce de la noche cuando el sueño hace que nos olvidemos de su presencia. Sin embargo, al día siguiente vuelve a hacerse presente el problema, pues en eso se ha convertido, que nos obliga, encerrados en nuestra vivienda, a pensar como vivirlo o pasarlo sin que nos demos cuenta, puesto que de eso se trata, y a cavilar, podría pensarse que a reflexionar, sobre el tiempo, su naturaleza y su sentido.

Esos pensamientos me llevaron a la infancia cuando estudiaba en la Academia del siempre presente don Luis Martín Arvelo, el cual tuvo la ocurrencia de hablarnos un buen día del tiempo, y de decirnos que, de acuerdo con la teoría de la relatividad del físico Albert EinsteIn, el tiempo como algo absoluto no existía, y que, por ser el resultado de una relación entre la velocidad y el espacio, tenía la propiedad tanto de poder ser muy grande como la de no llegar a existir. Por supuesto, trató de explicarnos con ejemplos, siempre de acuerdo con la teoría de la relatividad, los diferentes conceptos de espacio, velocidad y tiempo, los que, para ser sinceros, en aquel momento crearon en mí más dudas que certezas. 

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Ahora, encerrado y con muchas horas para pensar, a veces he tenido el deseo de que el tiempo en sí y su noción desaparezcan, y que de repente me encuentre en el futuro dando fin de esa manera a la pesadilla del coronavirus que estamos viviendo. Pero lo que sucede es que a pesar de los deseos, la realidad, convertida en tragedia, sigue estando allí y aquí, como el dinosaurio en el breve pero inconmensurable cuento de Augusto Monterroso. Una realidad a la que no podemos eludir y de la que no podemos escapar, ni siquiera con la ayuda de los aparatos tecnológícos más avanzados, pues siempre habrá alguien o sucederá algo que nos la recuerde.

La insularidad, como una burbuja protectora, nos ha dado una ventaja. Nos ha permitido, en cierta medida, sentir y contemplar la situación calamitosa desde la distancia. Eso nos ha posibilitado disfrutar de cierta seguridad física, ya que hemos tenido la suerte de que los pocos casos de contaminación que han existido en la isla han podido ser erradicados. Pero a su vez, el aislamiento nos crea otros problemas y angustias que afectan nuestra psique y vida diaria. El hecho de que una gran cantidad de los que residimos en la isla tengamos familiares: hijos, hermanos, padres, tíos, primos, parientes, y amigos, en zonas y ciudades fuertemente contagiadas y castigadas, con los que no podemos estar, ni acompañar, en momentos como estos, cuando la solidaridad y el amor son tan necesarios como antídotos contra la ansiedad y el dolor, nos genera malestar y un estado de impotencia que nos impide apreciar la suerte que tenemos de poder estar alejados de las terribles escenas que se viven en los hospitales y camposantos de otros lugares, en donde a los difuntos sus familiares ni siquiera los pueden acompañar y despedir. Escenas a las que, por desgracia, algunos medios audiovisuales, con el pretexto de la libertad de información, se regodean mostrándolas, con lo que muy poco contribuyen a que podamos conservar una cierta dosis de paz anímica y espiritual. Pero logrando, eso sí, que el desasosiego, como una mancha de aceite invisible pero que se siente, nos haya ido impregnando poco a poco, y se haya apoderado de nuestro ser convirtiendo los días en un interminable discurrir y el desánimo en la propia existencia.

Quizás Einstein tenía razón, y nosotros simples mortales lo que tengamos es una idea desdibujada del transcurrir del tiempo, pero el desánimo, la angustia y el desasosiego no hacen sino aumentar dentro de mí, como si fueran unos globos a los que unos niños traviesos soplan e inflan para después jugar con ellos en la plaza,

Armando Hernández Quintero
El Pinar de El Hierro
02-04-2020