Por Armando Hernández Quintero

Entre las historias trasmitidas por la tradición oral en El Pinar una de la más notable es la que cuenta la historia de amor de una pastora bimbape, cuyo nombre hasta ahora es desconocido, y el alférez de las milicias herreñas Bartolomé Fernández, miembro de la oligarquía de Valverde y descendiente directo de los conquistadores castellanos

Se cuenta que una mañana una pastora muy joven se encontraba, como todos los días, cuidando sus ovejas en el Llano de La Fuente, lugar situado entre La Montaña del Mercadel y La Fuente de Hernández o del Julan como también es conocida, cuando pasó por el lugar el alférez Fernández, que se dirigía a La Dehesa montado sobre un hermoso caballo rucio, quien al aproximarse al lugar escuchó, transportados por la suave brisa que bajaba de la cumbre, unos silbos y una bella y cantarina voz femenina acompañada de unos ladridos, por lo que dedujo que la voz pertenecía a una mujer que estaba llamando y dándole órdenes a un perro.

Ante la presencia de aquella cadenciosa voz, que atravesaba las hayas, los brezos y los pinos que se arrellenaban por el verde llano, y que daban la impresión de que en vez de ser un obstáculo que pudiera impedir el paso de los sonidos, estaban allí con el fin de ampliarlos al hacer que rebotaran contra ellos, lo primero que hizo el caballero fue detenerse, y luego intrigado se salió del camino y dirigió los pasos del corcel hacia el lugar de donde procedían. No tardó mucho en ver a las ovejas y a la pastora, que ya había sido puesta en sobre aviso por el perro lobo que la acompañaba y la ayudaba a pastorear, el cual con sus ladridos la había alertado de la presencia del extraño, por lo que, como medida preventiva, se había colocado al lado del tronco de un pino viejo con el astia en las manos para observar con comodidad lo que sucedía.

Al estar cerca, él la saludó con mucho respeto y procedió a descabalgar, y después para romper el hielo e ir entrando en confianza le preguntó que hacía por allí y si era la dueña del rebaño. Las crónicas orales no narran el resto de la conversación pero si dicen, y en esto todas coinciden, que él se quedó deslumbrado al ver a aquella mujer tan hermosa y que sus palabras, al dirigirse a ella, delataban cierto nerviosismo, y también señalan que ella era una mujer de una belleza excepcional, que tenía un cabello que le caía por la espalda y le llegaba a la cintura, y que la brisa al moverlo hacía que se pareciera al centeno mecido por el viento en el mes de julio, aunque un poeta, sin duda alguna, hubiera expresado que su color era oro bruñido, o por lo menos que se le parecía. Al mirarla de frente los ojos de ella se le quedaron clavados y le pareció que eran los más preciosos que los suyos jamás habían contemplado.

Banner Don Din pie

Ante las palabras que Bartolomé le dirigía, ella no sabía que contestar, por lo que se limitó a expresarse en monosílabos, en parte por temor a meter la pata, aunque también, porque usaba un lenguaje que conservaba muchos giros y palabras de la lengua aborigen y temía que la considerara una salvaje, pues de esa manera califican a los bimbapes. Bartolomé para tranquilizarla le explicó lo que hacía y para donde iba, y diciéndole que la vería pronto, se despidió y procedió a montar en su caballo y a alejarse por el camino.

Para sorpresa de ella, que lo deseada más no lo creída posible, al otro día él volvió a aparecer, esta vez desde el poniente. Sin las aprensiones del primer encuentro, hablaron de manera más distendida y él, sin los nervios del día anterior, le hizo los primeros requiebros amorosos que fueron, al comienzo, tímidamente permitidos, y en encuentros posteriores aceptados. Aquí se debe aclarar que ese día él no regresó a su casa, sino que se quedó en Taibique donde se dedicó a recabar información sobre ella.

La historia de los amoríos que siguieron es desconocida, pues las crónicas no la narran. Lo que sí se sabe es que ellos procuraban verse con la mayor frecuencia posible, él de hecho se mudó para El Pinal, aunque procuraban no encontrarse en el mismo lugar para evitar, que alguien los pudiera ver, y los comentarios subsiguientes. Los lugares cercanos a la fuente: Los llanos de Guillén, El Salto de La Charca, Las Calderas del Mercadel, Los Llanos de Binto y el Pino Verde, fueron los testigos silenciosos y cómplices de sus amoríos.

Los padres de Bartolomé al enterarse del romance no le prestaron mucha atención pensando que era un capricho pasajero, y que cuando se cansara regresaría y se casaría con la muchacha de su misma clase y rango social que ya le tenían asignada, tal y como era costumbre entre su gente. Sin embargo, en esta oportunidad las cosas no sucedieron así, y a pesar de las presiones de su familia, Fernández decidió casarse con la pastora bimbape y vivir con ella en una casa que construyó en Las Monteras. Esa fue la primera casa de piedra y techo de colmo que se construyó en Taibique, y se encontraba en el lado izquierdo del camino que va de Taibique a La Restinga, unos metros antes de la intersección de éste con la actual carretera H 4. En El Pinar las pocas y únicas casas que existían estaban en Las Casas y pertenecían a los oligarcas de Valverde que las usaban cuando se mudaban. En Taibique los habitantes vivían, al igual que sus antepasados bimbapes, en las cuevas y juaclos que existen, y las chozas que construían, en los alrededores del barraco La Vieja.

Los padres del alférez Fernández al enterase que se había casado con una salvaje, así le decían, entraron en cólera y lo dejaron desheredado, y además mandaron hacer una misa de difuntos en la iglesia de Valverde, en este caso de cuerpo ausente, pues para ellos era como si él se hubiese muerto.

Sin embargo, al alférez la vida no le fue tan adversa, pues al poco tiempo el conde de La Gomera lo puso al frente de las milicias del pueblo, y lo nombró alcalde de El Pinal de San Antón, siendo el primero que residió en Taibique, pues los anteriores alcaldes, con viviendas en Las Casas, eran de Valverde y allí residían. Probablemente en su nombramiento influyó no solo su origen, sino también el hecho de ser alférez y de que era la única persona, de las que residían en el pueblo, que sabía leer y escribir.

El alférez y la pastora tuvieron varios hijos, y algunos de sus descendientes desempeñaron importantes papeles en la historia del pueblo. Entre ellos se destacaron el sargento Bartolomé Fernández que estaba al frente de las milicias piñeras cuando el lamentable incidente de la matanza de las personas que habían sido abandonadas por un barco en La Punta de La Caña y en Las Lapillas; y el alférez José Fernández, quien era a su vez alcalde y como tal firmó El Voto de La Virgen de Los Reyes en 1741.

En el siglo XIX fueron alcaldes pedáneos Narciso Fernández, y Bartolomé Fernández Armas quien desempeñó un papel destacado tanto en la reparación del retablo de la- iglesia en 1883 como en la construcción del nuevo cementerio del pueblo a finales del siglo XIX. En el siglo XX Bartolomé Fernández Hernández fue alcalde de La Dehesa, y Cipriano Fernández Quintero de Taibique, quien igualmente se desempeñó como secretario del Juzgado de Paz. Asimismo son descendientes del alférez Fernández la secretaria judicial Freya Fernández González, investigadora de la historia de El Pinar, y Virgilio Fernández Fernández, que fue secretario del Juzgado de Paz de Taibique, funcionario de la Delegación del Registro Civil, y presidente de la Comisión Promotora y después de la Comisión Gestora, con atribuciones de alcalde, del Ayuntamiento de El Pinar de El Hierro

Actualmente los sucesores masculinos del alférez y la pastora, que conservan el Fernández como primer apellido están divididos en dos grupos familiares. Uno conformado por los descendientes del gran folclorista y tocador de pito David Fernández, cuyos miembros son: Cecilio Fernández, su hijo Adrian Fernández y su nieto Daniel Fernández, tataranieto de David. Cecilio reside en La Restinga y Adrián y Daniel en Icod. El otro grupo está constituido por un nieto, cinco bisnietos y dos tataranietos de Bartolomé Fernández. Su nieto Juan Fernández nació en Venezuela y tiene tres hijos varones: Nauzet Teneri Fernández, Juan José Fernández y Abián Attaxa Fernández, los cuatro residen en Arucas, Juan posee una casa en Taibique. Los otros descendientes nacieron y viven en Manta, Ecuador, y son los bisnietos Gino Ramón Fernández y Paúl Bartolomé Fernández, quien a su vez es padre de dos hijos: Maximiliano Fernández y Romeo Fernández.

Debe hacerse notar que hoy día el primer apellido puede ser el de la madre, por lo que aumentan las posibilidades de que el Fernández se conserve al poder ser transmitido tanto por vía paterna como por la materna.

Si a los sucesores mencionados se les suman los que tienen el Fernández de segundo apellido o lo han perdido por la vía materna, los descendientes del alférez y la pastora bimbape pasan del centenar, y están extendidos por varios lugares del mundo. Además de en el municipio de El Pinar de El Hierro, se encuentran en Tenerife, Gran Canaria, Barcelona, Madrid, Venezuela, Argentina, Ecuador, México y el Reino Unido.

En todos los lugares donde se han establecido los descendientes se han destacado por haber contribuido al desarrollo social, económico y cultural de los pueblos que los han acogido. Pero eso será el motivo de otra crónica.

Armando Hernández Quintero

El Pinar de El Hierro, 12-10-2020