Por Juan Jesús Ayala

Se nos ha dicho por parte de los antropólogos sociales que el inicio de todo contacto humano se basa en el grito. El hombre primitivo cuando caza, cuando ama o cuando muere, está acompañado por el grito. Sin ese alarido humanoide no se puede entender el progreso de la civilización y hoy precisamente no ha aumentado sino que ha disminuido.

No gritamos, estamos acoquinados, aislados, con miedo hasta de hablar y si lo hacemos es como si mantuviéramos un soliloquio. No se puede conversar con el amigo y ni siquiera con la familia; nos han buscado un refugio para estar solos, sin el grito, sin la palabra alta, con el pico bajo el ala y con el rabo entre piernas. Estamos asustados, nos han asustado todos aquéllos que durante este pasado año se han asomado a los distintos medios y tribunas que saben de todo, desde vacunas, virus, economía, cambio climático, de segundas y terceras olas pandémicas, de confinamientos , de toques de queda , como nos debemos sentar en la mesa o como tomar el sol y que emulan a aquellos sabios griegos que como oráculos de Delfos desde el monte Focida enviaban mensajes marcándo la senda por donde trascurrir y que forma de vida adoptar. Nunca como ahora se ha prodigado tanta gente imbuidos con tanta sabiduría. Sabiduría que luego se exprime como una esponja y apenas se saca nada, solo restos de un agua maloliente y pestilente chorreando retóricas manidas, repetitivas , empalagosas y cabreantes.

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La vida vieja, la que conocemos por relatos también viejos nos dicen como apareció el origen de la música, ya que en muchas tribus primitivas la danza se inicia con la irrupción estentórea del grito en el que contribuyen todos los cantadores hasta que en el trascurso del mismo apareció el solista, que es el que encuentra el ritmo y dispone a los demás para que, tras el grito ahora elaborado, lo agranden apareciendo la musicalidad traduciéndose en nuevo componente de comunicación que hace que el hombre asuma un nuevo rol y se convierta en un espécimen acorde a los tiempos ya a expensas de lo que traducen las letras de esas canciones ,lejos ya de aquellos primitivos gritos incontrolados.

Pero hoy no es lo mismo. Millones y millones de seres humanos callan, apenas si llegan a gesticular porque los directores de la orquesta mundial desde China, EEUU, Inglaterra, Alemania… hasta los mas cercanos siguen manteniendo unas letras ajenas a nosotros y que no comprendemos ,simplemente porque carecemos de la traducción adecuada ya que los que se consideran los padres de las grandes patrias han producido el fantástico milagro para que el grito desaparezca, se haga tenue, casi emboscado en un silencio monocorde sordo y mudo.

A veces la sociedad cae en trampas y mas trampas y una de ellas, la moderna es el estar cogido e inmerso en la que nos han tendido , la del silencio. Y ante este despropósito, el grito humano debe escaparse de ese cobijo programado donde han metido al mundo, donde se persigue la palabra , donde se nos tapa la boca , donde no podemos pensar mas allá de lo establecido por los que mandan sin saber mandar, de los que nos dirigen sin saber dirigir y ,sobre todo, de los que tienen máxima responsabilidad para los conciudadanos dándonos la sensación que se ríen de nosotros al ver como obedecemos tal como corderitos, a la vez que a su alrededor algunos, muchos, se entusiasman con sus altisonantes proclamas que a muchos también los que les produces es alguna que otra arcada gástrica.

El grito humano debe volver por su fueros, la humanidad se hizo cuando gritò y se destruyó cuando ha callado , debe escaparse de las reverencias y ser canalizado, directo e intelectualizado para que no se quede arrinconado como un simple quejido lastimero de destemplanza y frustración; que sea un grito individual que resuene primero que nada en la conciencia de cada cual y luego en la de todos para llegar a esos oídos que se empeñan en no escucharnos.

Hoy cuando amparados en el silencio los únicos que gritan dejan atrás millones de víctimas hay que romper sonrisas irónicas y después altisonantes con el grito de los “otros” que debe ser el que se prodigué si es que aun le queda fuerza al ser humano para no sentirse ajeno a aquel que inició el camino de la civilización.