Se estrena la segunda temporada de la exitosa serie de televisión. 

Víctor Álamo de la Rosa (*)

Vuelve, con seis nuevos capítulos, Hierro, la exitosa serie de televisión que firman los hermanos gallegos Jorge y Pepe Coira. Desde el 19 de febrero y hasta el 19 de marzo, cada viernes, tendremos la oportunidad de ver las nuevas andanzas de la jueza Candela y del empresario platanero Díaz en la hermosa geografía herreña. Yo he tenido la suerte de ver entera la nueva temporada porque el guionista, Pepe Coira, es un lector empedernido y decidió sacar en pantalla mi novela Terramores, que, como algunos sabrán, también se ambienta en El Hierro, patria de todos los fantasmas de mis sótanos. Evitaré la tentación de hacer spoiler, como dicen los modernos, pero créanme que no será fácil, porque estos nuevos capítulos introducen interesantes personajes más allá de los protagonistas indiscutibles, encarnados por esos actores inmensos que son Candela Peña y Darío Grandinetti. Ambos, se salen.

Comencemos: Coira elige dos tramas que corren paralelas para llevar a El Hierro, por un lado, las astutas argucias de las mafias internacionales que se meten con todo, drogas, especulación inmobiliaria y lo que haga falta, sicarios a sueldo incluidos, y, por otro, el drama más íntimo de los violentos divorcios con hijos de por medio y lucha encarnizada por la custodia. Del amor al odio solo hay un paso, ya es sabido. La violencia subterránea que acarrean los divorcios se explota aquí para que suframos con el sufrimiento de dos niñas que asisten a la guerra de sus padres, con el añadido de que los divorcios, en una sociedad tan pequeña y endógena como la herreña, son aún más violentos si cabe porque, a fin de cuentas, en la isla todo se sabe y la esfera de lo íntimo es imposible. En El Hierro todos tenemos que ver con todo y con todos. Contaré una anécdota graciosa que se explica por sí sola.

Estaba yo hace unos meses en el rodaje de la serie, por fuera del hospital de Valverde. Ya estaba caracterizado como enfermo, maquillado con ojeras y vistiendo pijama hospitalario. Alguien pasó con su coche por fuera del hospital y me reconoció y, de pronto, empiezan a llegarme wasaps y llamadas a mi teléfono móvil de media isla. Todos los amigos me escribían o me llamaban para interesarse por mi salud. Al final tuve que llamar yo a mis padres, que viven en La Restinga, para tranquilizarlos, y decirles que no había tenido ningún accidente, sino que estaba como extra en la serie vestido de enfermo. Nos reímos mucho, pero aún al día siguiente yo contestaba mensajes diciendo que estaba perfectamente y que en realidad no estaba enfermo ni había tenido accidente alguno. Desde que alguien me vio por fuera del hospital y supuso que algo me había pasado, la noticia había corrido como la pólvora. Traigo aquí esta anécdota porque esta idiosincrasia herreña de pueblo chico infierno grande (aunque tiene sus ventajas) es explotada en la serie para crear tensiones entre los personajes nuevos y los que vienen de la primera temporada. Al final, en una isla tan pequeña, todos chocamos. A veces para bien, a veces para mal. Es lo que hay.

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Cada vez que va a la isla la guardia civil de tráfico, ya antes de que la patrulla con sus vehículos asustadores se baje del barco, los herreños sabemos que ese día o ese finde habrá que bajar la velocidad en carretera si no queremos que nos pille el radar y nos multen. Para eso tenemos nuestros grupos de wasap. Y así precisamente comienza la segunda temporada de Hierro, con los coches de la guardia civil de tráfico en el barco de Naviera Armas que los llevará a la tierra de las sabinas.

Que la isla de El Hierro es pequeña en extensión todo el mundo lo sabe. Cuando ya has hecho una temporada televisiva y debes enfrentarte a otra, habrá que buscar nuevas localizaciones, porque uno de los grandes méritos de Hierro es justamente explotar fílmicamente los innumerables parajes que ofrece la geografía herreña. Reto conseguido en esta nueva temporada, donde los hermanos Coira son capaces de envolver su thriller en inéditas perspectivas paisajísticas (ayudados por las panorámicas aéreas de drones y helicópteros). Así que el emblemático paisaje de la isla del Meridiano Cero vuelve a erigirse en un personaje más, un personaje principal que acompaña a los protagonistas en sus deambulares por el valle de El Golfo y por la carretera que baja a Tecorón. Además, el capítulo final, con su apogeo, se desarrolla en un lugar emblemático, la ermita de Candelaria, en Frontera, la única que yo sepa que tiene el campanario ubicado en una montaña y, sobre todo, por fuera de la construcción principal. Por debajo, en el terrero de lucha canaria, deporte vernáculo en el que los herreños siempre hemos sido punteros (salvando el desgraciado declive de los últimos años, acordémonos de Barbuzano y del Pollito de Frontera, sin ir más lejos) la serie tendrá su clímax justamente durante una luchada. Y aquí toca felicitar de nuevo a director y guionista, Jorge y Pepe Coira, porque si en la primera temporada utilizan nada más y nada menos que la Bajada de la Virgen de los Reyes, en esta nueva temporada es la propia lucha canaria la que pasa a primer plano, porque, en muchos sentidos, esta serie da en el clavo ambientando sin complejos su trama en medio de claves identitarias herreñas, es decir, canarias. Esto me parece importante, porque todavía hoy observo a muchos artistas o cineastas canarios que se acobardan a la hora de hacer sus propuestas utilizando nuestros tópicos sociales y culturales, nuestras tradiciones más profundas, justo todo lo contrario de la exitosa propuesta de esta peculiar serie televisiva.

En cuanto al elenco de actores, nada que objetar. En mi humilde opinión todos brillan a un alto nivel, y los actores canarios, más desconocidos, acompañan a esos grandes de la interpretación que son Peña y Grandinetti. La jueza sufrirá en lo personal con los sustos que le da Nico, su hijo discapacitado con grandes dificultades respiratorias, el empresario platanero Díaz desarrollará también su lado más humano hasta establecer una interesante relación de admiración y amistad con la propia jueza que tanto le ha perseguido. En medio de este jaleo, aparece un personaje nuevo, un mafioso joven y de pelo largo con complejo de Edipo que, en mi opinión, es uno de los grandes aciertos de esta nueva temporada. También el actor canario Luifer Rodríguez destaca en su papel de abogado de la madre de las niñas y amigo de Díaz, sobre todo porque transmite toda esa socarronería tan canaria en sus gestos y diálogos. Las niñas, en medio del caos de sentimientos sembrado por las peleas de sus padres, son también personajes cruciales a través de las cuales suenan ecos de un exterior lejano que puede llamarse Miami o Madrid. Si se está en El Hierro, epicentro de todas las batallas, isla al principio, esas ciudades pueden sonar tan lejanas y peligrosas como Marte. Y así el cóctel está servido y hay dos sicarios con ganas de matar y hay persecuciones por las carreteras repletas de curvas de la isla, un breve guiño al paisaje de Tenerife, pistolas, sangre, cadáveres y hasta presuntos suicidios que nos remiten a la primera temporada.

El guion es magnífico, y está lleno de guiños para quienes conocemos la historia más íntima de la isla, como la mención a Manuel el Huido que en el segundo capítulo hace la jueza Candela. Manuel el Huido fue el alcalde herreño del municipio grancanario de Firgas quien, represaliado, una vez cae la República, se esconde en su Hierro natal en cuevas y tubos volcánicos durante casi ocho años para salvar su vida, tal y como recreo en mi novela Terramores. Que los creadores de la serie se han empapado de la cultura herreña no cabe duda. Tampoco de que aquí se da una lección de cine porque hay arte y entretenimiento inteligente. Puestos a pedir, aunque no haya cabos sueltos, yo apostaría por una tercera temporada. La isla sigue llena de recovecos fértiles para la imaginación.

(*) Escritor. Autor de novelas ambientadas en El Hierro traducidas a varios idiomas.