Por Juan Jesús Ayala.
Y quiero referirme concretamente a aquellos momentos que nos impactaron en una determinada época de juventud cuando las bicicletas y de noche con una dinamo gastada por el rozamiento de la rueda o por medio del coche del recordado Pedro Ávila nos íbamos desde Valverde en dirección a Tenesedra, a su casino, la “Inesperada” o al de mas adelante que estaba sobre lo alto de la tienda de don José Brito, padre de nuestro amigo Marcos.
En esos “viajes” siempre nos acompañaba alguna que otra cuestión que nos ocupaba el trayecto, una era si podríamos bailar con aquella chica que de alguna manera, ya conocíamos y que nos despertaba nuevas emociones; y la otra si lograríamos eludir el gran petromax y su circulo de acción directa sobre nosotros por el calor que desprendía.
Lo de la chicas a veces era un empeño que pudiera ser infructuoso porque los estatutos de ambos casinos disponían de un turno para bailar; así el de los forasteros, el de los solteros y el de los casados; en fin una tradición que había que respetar y cuando nos tocaba a los forasteros bien pudiera cundir la frustración por las piezas que se tocaban con bandurria y guitarra que duraban a veces cerca de 45 minutos porque unos y otros tocadores y los que bailaban cantaban isa tras isa o folias que la espera se nos hacia insufrible por lo interminable.
Y la otra cuestión que nos preocupaba era una vez ya bailando intentar alejarnos del gran petromax puesto que el sudor era obligado, y, además, alguna que otra vez había que bajarlos para darle fuelle cuando su luz empezaba a volverse tenue por lo que el paron era obligatorio.
Pues bien, si después de tanta batalla por ver si la suerte nos acompañaba no llegábamos a tiempo para poder bailar con la pareja que deseábamos y nos situamos debajo del petromax gigante la verdad era como un ligero contratatiempo porque tendríamos que esperar hasta el nuevo turno para ver si podríamos lograr nuestro propósito.
Pero si tenemos que decir que la suerte estuvo de nuestro lado y a pesar de que muchas veces hubo que soportar el calor que desprendía el petromax, aquellos bailes, entrelazados con el entusiasmo de una juventud que comenzaba a despertar fue una aventura de los domingos al anochecer y que la nostalgia los retiene como uno de los episodios gratificantes de esa etapa.
Cuando ya la luz eléctrica llega mas tarde aparecen los tocadiscos pero nos dio la sensación que nos faltaba algo, las alegrías de don José “El Lindo” entusiasta como nadie , las bandurrias de los tocadores de siempre y la luminaria de aquellos potentes petromax que fueron una de las vivencias y que hoy una vez mas cuando El Hierro se acerca a la memoria esta se ennoblece con la presencia de los viejos y añorados tiempos.