Por Luciano Eutimio Armas

Yo sentía una verdadera fascinación por las seductoras rodillas de Carolina. Representaban una transición perfecta entre sus muslos y sus piernas, ya estuviese de pie, caminando o sentada. Nunca había visto unas rodillas tan esbeltas y tan bien proporcionadas.

Hay rodillas que se han hecho famosas, como las de Beatrice Romand en la célebre película de Eric Rohmer interpretando a Claire. Pero entre este cinematográfico personaje y Carolina, las coincidencias estarían en todo caso en la belleza y proporción de sus piernas.

Porque Carolina Kauffmann no solo tenía unas rodillas muy bonitas y unas piernas bien proporcionadas. Carolina heredó los ojos azules, el carácter y la inteligencia de su padre, de ascendencia alemana; y el temperamento, la piel morena, las proporciones caribeñas y la sensibilidad de su madre. Desde niña soñaba con viajar por todo el mundo, y entre sus primeras lecturas estuvieron las obras de un periodista colombiano nacido en Aracataca, que luego fue escritor y Premio Nobel de Literatura.

Carolina estudió periodismo en la Universidad Nacional de Colombia, de Bogotá, donde se graduó con un brillante expediente académico. Tras un postgrado en Nueva York y su tránsito por diversas redacciones, consiguió dar el salto a Europa, enviando crónicas viajeras para el periódico neoyorkino con el que trabajaba. Transitó unos meses por los países escandinavos y después de las preceptivas estancias en Berlín,

Roma y París, se dirigió a España pasando por la elegante ciudad de Biarritz, desde donde continuó hasta San Sebastián.

Y precisamente estaba desayunando en una terraza del Old Town Coffee de la ciudad donostiarra, cuando recibió una llamada de su periódico neoyorkino. Debía dirigirse a Miranda del Condado, un pueblo de la España profunda, que había saltado a la actualidad internacional porque estaba sufriendo unos extraños y reiterados movimientos sísmicos a los que los científicos no lograban dar una explicación, ya que no era una zona volcánica activa ni había antecedentes históricos de un fenómeno similar.

A esta misteriosa sismicidad se le añadía una persistente e incesante lluvia, algo también inaudito, que provocaba que algunos comentaristas fabularan con que los fenómenos eran debidos a la intervención de fuerzas paranormales, o incluso hablaban de seres extraterrestres que tenían una base en las entrañas de la sierra del Robledal.

Las condiciones meteorológicas absolutamente excepcionales, los misteriosos movimientos sísmicos circunscritos al pueblo y al entorno montañoso, unido a la circunstancia de encontrarse esta población al pie de unas laderas y de un pantano, había provocado una situación de alarma que lo había convertido en foco de atención y noticias de portada en los servicios informativos internacionales de prensa y televisión.

Cuando Carolina llegó al hotel que le habían reservado cerca de la Plaza Mayor de Miranda del Condado y se dirigió a la recepción atravesando el hall, algunos murmullos de admiración y miradas indiscretas de clientes y personal del hotel le acompañaron hasta el mostrador de la conserjería. Y no es por nada, pero Carolina tenía unas rodillas deslumbrantes, que resaltaban bajo el borde de la falda Laisla fashion de lana a cuadros que llevaba ese día.

Recogió las llaves de su habitación y comenzó a planificar su trabajo de reportera en aquel pueblo tan singular situado en un paraje natural de gran belleza y atractivo, que, atravesando unas circunstancias tan excepcionales y extrañas, se había situado en el candelero informativo de todos los noticieros.

Los corresponsales desplazados al lugar contaban en sus crónicas que en el pueblo llevaban cien días y cien noches en que llovía de forma ininterrumpida, al tiempo que estaba sometido a unos inexplicables movimientos sísmicos. El principal motivo de alarma para todos era el riesgo por la eventual rotura del muro de contención del embalse situado a mitad de la ladera, que no solo anegaría todo el pueblo, sino que podría arrasarlo totalmente.

Por las gestiones de su periódico neoyorkino ante el encargado de negocios de la embajada estadounidense, y de este ante los hermanos Trujillo, muy amigos del alcalde, le habían concedido a Carolina el privilegio de entrevistar a Federico Fernández, alcalde del pueblo, elegido por mayoría absoluta. Un tipo popular, campechano y jovial, al que corresponsales de otros medios, aún no habían logrado entrevistar.

Y fue así como Carolina, mi amiga alemana-colombiana de rodillas tan maravillosas, mirada serena y caminar elegante, consiguió una entrevista con el alcalde de Miranda del Condado. Y el día concertado, provista de un paraguas y con botas de caña alta para protegerse de la intensa lluvia, se dirigió a la hora señalada a la ansiada entrevista con el regidor municipal.
Lo primero que le extrañó a Carolina fue que el alcalde no la recibiera en su despacho del ayuntamiento. No. Porque Federico Fernández llevaba tres días encerrado en una cabina telefónica, dicen que como desafío y muestra de valor y firmeza ante las alarmantes condiciones meteorológicas que amenazaban con la rotura del embalse y la ruina del pueblo. Era como una especie de huelga pasiva en protesta por la difusión de noticias alarmantes.

La cabina estaba situada delante de la fachada del ayuntamiento, en la Plaza Mayor del pueblo, y el alcalde se comunicaba con el exterior de la cabina telefónica a través de un interfono instalado en un cristal de esta. Y allí, de pie, con un paraguas para protegerse del chaparrón que estaba cayendo, Carolina le lanzó la primera pregunta:

—Señor alcalde, muchísimas gracias por atenderme. ¿Qué piensa usted de esos misteriosos movimientos sísmicos y de la intensa lluvia que está cayendo incesantemente desde hace meses, y que puede poner en riesgo a Miranda del Condado?

—¡Eso es falso, señorita! Forma parte de una campaña de desprestigio a nuestro pueblo. Cada día luce un sol radiante y solo alguna pequeña nube e insignificantes lloviznas empañan nuestro cielo azul. Y en cuanto a los temblores que usted comenta, la verdad, yo no los percibo.

—Pero dicen también que existe cierto riesgo de que la presa del Robledal pueda romperse y provocar una catástrofe en Miranda de Condado.

—¡Otra mentira que tratan de propagar nuestros envidiosos vecinos! Porque no le quepa duda, señorita, de que todo eso forma parte de una campaña del acoso a nuestro pueblo por parte de los que están envidiosos del bienestar de nuestros ciudadanos. Los muros del embalse de los Trujillo, que provee de agua a toda la comarca, son más sólidos que los de las pirámides de Egipto, y soportarán inclemencias durante miles de años. Puede decirlo así en su periódico.

Carolina, al término de la entrevista, intentaba protegerse con el paraguas del aguacero que caía incesantemente, y no podía dar crédito a lo que estaba oyendo. Pensó que quizá el alcalde de este pueblo estaba sometido a unas extremas condiciones de estrés, y esto había provocado una alteración de sus facultades mentales, como lo podía acreditar el mismo hecho de encerrarse en la cabina telefónica. Sorteando los riachuelos de agua que bajaban calle abajo, Carolina se dirigió a la cafetería que estaba junto a su hotel, al otro lado de la plaza.

La cafetería El Cazador, se había convertido en lugar de encuentro y tertulia de los distintos corresponsales de prensa y de gentes del pueblo que se acercaban a tomar un café, un aperitivo o un tinto con tapas, que así lo llamaban. Las mesas de madera de roble, el largo mostrador tras el que se situaban los camareros con chaquetilla blanca, los estantes llenos de botellas, el piso alfombrado con servilletas de papel que los clientes tiraban al suelo, dos patas de jamón serrano que colgaban junto al grifo de la cerveza y el denso olor a chistorras fritas, conferían a aquel local un ambiente peculiar propio de los pueblos de montaña.

Allí, en alguna de esas tertulias, conoció Carolina a Manuel Martín, un profesor en paro, pues al disminuir el número de alumnos del colegio público del pueblo, tuvieron que hacer un ERTE, con la consiguiente reducción de la plantilla de profesores. Ahora estaba haciendo un máster en Religión Católica, a ver si conseguía plaza en algún colegio concertado.

Me decía Carolina, que Manolo, que así le llamaban los amigos, era un tipo jovial, buen tertuliano, inconformista y con notables inquietudes. Decía en voz alta, con la intención de que le oyesen otros clientes que no estaban en su tertulia, que era evidente el peligro que suponía para Miranda del Condado ese embalse lleno a rebosar en la parte alta del pueblo. Que el propietario del embalse era el clan de los Trujillo, y que se negaban a abrir las compuertas de los aliviaderos a pesar del evidente riesgo, ya que lo que pretendían era tenerlo lleno para que cuando llegase la época de sequía poder especular con el agua.

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—¿Y qué dice a todo esto el alcalde? — le preguntó ingenuamente Carolina.

—Es que el alcalde es muy amigo del clan de los Trujillo. Bueno, en realidad parece que estuviera a su servicio, y favor con favor se paga. Tiene mayoría absoluta en el ayuntamiento, y no tiene problemas en firmar los decretos que hagan falta. Enviaron unos técnicos municipales a comprobar el riesgo y el estado del muro de contención del embalse, pero los técnicos en realidad estaban al servicio de los Trujillo y del alcalde. ¡Ya me dirás qué informe podrían hacer!

—¿Y los concejales de la oposición? —le preguntaba Carolina a Manolo.


—¡Bah! Los de la oposición son unos pardillos y están callados como perros falderos. Además, tampoco pueden hablar mucho. Están todos enfangados, ya que cuando gobernaban hacían lo mismo.

—¿Y la gente del pueblo no reacciona ante esta situación de emergencia?

—En el fondo hay una cierta sumisión y cobardía colectiva. Únicamente algunos estudiantes de secundaria se concentraron un día en la Plaza Mayor con pancartas, pero llegó la policía municipal dando porrazos y multando a los estudiantes que identificaron por alteración del sagrado orden público. La emisora municipal daba la noticia diciendo que un grupo terrorista había tratado de sembrar el pánico en la población. Aquí la mayoría de los vecinos o comen de la mano del alcalde o de la de los Trujillo.

—¿Y qué perspectivas económicas tiene el futuro de este pueblo, suponiendo que no ocurra una catástrofe con las lluvias y el embalse?

—Aquí la agricultura y la ganadería prácticamente han desaparecido, y si se mantienen es por las subvenciones, que, dicho sea de paso, las reparte el alcalde. En cuanto a industria, solo quedan algunos talleres, porque la construcción también ha colapsado. Así que aquí a los jóvenes parece que solo les queda la opción de trabajar de camareros o pinches de cocina en los hostales o restaurantes, o marcharse del pueblo. La hostelería hace negocio con los domingueros, y con los que vienen en navidad, en semana santa y en el verano, huyendo de las ciudades,

-- Ahora el alcalde está empeñado en recalificar el espacio natural de la Sierra del Águila, un lugar emblemático para el turismo y los senderistas que está protegido, para que unos americanos construyan un night club y un motel. Dicen que con eso se crearían muchos puestos de trabajo. El único requisito que piden los americanos es que dejen fumar a los clientes en el interior de los locales.

El ambiente estaba un poco cargado en la cafetería. Grupos de tertulianos charlaban animadamente. Los cristales de la fachada estaban empañados por la condensación de la humedad, y fuera, el agua corría incesante calle abajo. Carolina, tomaba un sorbo de vino tinto y una loncha de ese delicioso jamón, que le parecía exclusivo de estos lugares, mientras Manolo le hablaba de su tierra y de sus gentes. Miró las mesas contiguas concurridas con los tertulianos del pueblo y los corresponsales de prensa, y la imaginación y los recuerdos le llevaron a su entrañable Colombia.

Su mente le llevó a su época de estudiante, cuando Europa representaba para ella el paraíso culto, refinado y próspero, al que algún día soñaba con visitar, para conocer sus paisajes, su historia y sus gentes. Me decía que cuando se graduó en periodismo en la universidad Nacional de Colombia, hicieron un viaje de fin de carrera a Cartagena de Indias, y que saliendo del del restaurante “Dña. Lola”, en el que habían tomado unas deliciosas muelas de cangrejo con chips de yuca, dos malhechores que pasaban en una moto le robaron el bolso
Ciertamente, hay mucha inseguridad en las calles y los campos de su querida Colombia. Los asesinatos de paramilitares, narcotraficantes y guerrilleros. La delincuencia con tráfico de drogas, robos y secuestros. La miseria aparente en las calles de Bogotá o de Cartagena de Indias, donde pasaba sus vacaciones. Pero piensa que prefiere a su país menos culto, menos refinado y menos próspero, pero con una tremenda ilusión en construir un futuro mejor para todos. Es un pueblo joven, luchador, optimista e ilusionado con su futuro, a pesar de todos los problemas y miserias que le atenazan.

Me relataba como de pronto recorrió con su mirada la amplia cafetería, con mesas de tertulianos que charlaban animadamente, bebían cerveza o vino, tomaban chistorra frita, lonchas de jamón o aceitunas, mientras fuera, veía una lluvia que no cesaba y el agua corriendo calle abajo. Le pareció que este pueblo formaba parte de un país viejo, decadente, resignado y pesimista, en el que el mérito y el esfuerzo personal, el talento y la honestidad, habían sido sustituidos por cierto conformismo, la apatía, la intolerancia y el servilismo ante políticos enfangados en una corrupción sistémica.

Carolina regresó a Madrid. Estaba sentada en un sofá frente a mí, y mientras mantenía en la mano la copa de vermut Perucchi que compartíamos como aperitivo, me seguía contando las extraordinarias experiencias vividas en aquel pueblo de la sierra, al pie del Monte del Robledal.

--¿Qué te ocurrió en la rodilla? Le pregunté al ver el vendaje que le cubría parte de su rodilla izquierda.

--No te preocupes. No tiene importancia ni me dejará cicatriz visible en estas rodillas que tú dices que tanto te fascinan, pero que a mí me parecen normales.
Y en ese momento a Carolina se le iluminó el semblante y me regaló esa amplia sonrisa llena de complicidad, encanto y ternura que tiene reservada para momentos especiales. El brillo y la intensidad de su mirada, me trasmitieron en un instante todo ese maravilloso caudal de sentimientos y emociones, que solo en ella había encontrado. Entonces sonrió de nuevo, y continuó con su relato:

—A los dos días de la entrevista con el alcalde en la cabina telefónica de la Plaza Mayor, iba yo a salir por la puerta del hotel, cuando vi que bajaba una verdadera montaña de agua por las inclinadas calles del pueblo, arrastrando personas, vehículos y cuanto encontraba a su paso. Logré entrar en el hotel antes de que llegara la imponente masa de agua, que, al pasar, rompió una cristalera y entró en recepción inundándola hasta una altura de más de medio metro. En el revuelo, me di un golpe en la rodilla con el filo de una mesa…

--Fue un espectáculo dantesco. La fuerza y turbulencia de las aguas hizo saltar el alcantarillado, y por las calles corrían aguas residuales marrones y pestilentes, llenado la atmósfera del pueblo de un nauseabundo olor a podredumbre.

--No sé sabe aún la cifra de fallecidos y desaparecidos ni la cuantía de los daños. Algunos vecinos lo han perdido todo. Lo que sí parece confirmado es que el consorcio de seguros se hará cargo de la reconstrucción del embalse, y que los hermanos Trujillo recibirán fondos europeos para la restitución de los terrenos de cultivo, las canalizaciones de riego y otras infraestructuras.

—¿Y el alcalde qué dijo luego de esta catástrofe?

—Del alcalde nunca más se supo. Se supone que la riada se llevó la cabina telefónica de la Plaza Mayor, con el alcalde dentro.