Por Juan Jesús Ayala.

Aquellos viejos  pueblos que circulan por la memoria histórica de la isla en realidad son tres en los que  se registran asentamientos poblacionales, y que  fueron habitados hasta el siglo XIX, Guinea, Las Montañetas  y  La Albarrada.

El mas antiguo  ha sido el de  Guinea que a través del tiempo ha mantenido su idiosincrasia desde los bimbaches que habitaban en cuevas, o tubos volcánicos  localizados en el subsuelo de las viviendas a los que acondicionaron estos espacios con muros de piedras seca para separarse unos de otros, y ya mas tarde tras la conquista castellana a partir del siglo XV lo que mas llama la atención son las construcciones cubiertas con techos de paja a dos aguas  y con los materiales que tenían para  reforzar sus pajeros mediante  tablas y vigas de pino.

El poblado de Guinea, de los tres que hemos mencionado es el que mas vida tiene ya que se ha convertido en  Ecomuseo y es un importante referente del patrimonio cultural de la isla. Siempre he sentido la curiosidad  saber  el porque de su nombre, llegándose a decir que tal vez hubiese sido por algún movimiento de mercadeo  de esclavos con el norte de África  y como la moneda que se utiliza era la guinea de oro que manejó el Reino Unido antes que adoptase el sistema decimal  que estuvo en curso hasta  1711. Pero no parece que esta versión sea la adecuada puesto que en la época prehispánica y  principios de la conquista poca  presencia o nula tuvieron los ingleses en la isla de el Hierro.

La Albarrada que como topónimo herreño significa pared de piedra seca, o cerca, a mitad del siglo XVII se conoce como un pequeño caserío perteneciente al pueblo de San Andrés que estuvo poblado hasta el siglo XIX y ya al respecto del abandono  de la gente que allí vivió nuestro recordado José. P. Machín en el año 1957 escribe un sentido  articulo  titulado “Fuego en la aldea muerta”. No tuvo, según nos han contado los investigadores del lugar una población abundante, y se dice  que se aposentaron allí una decena de viviendas situadas entre el “nido del cuervo” hasta llegar a Jinama debido a la abundancia de agua en sus albercas, alrededor del Árbol Santo, el Garoé, así como para aprovisionarse de las maderas para sus construcciones de un abundante bosque ya desaparecido, y para protegerse de los piratas.

Las  Montañetas situado en la zona mas septentrional de la isla, hizo que al tener un clima húmedo y que la niebla cubra  su espacio vital motivó que sus habitantes, hace siglos, decidieron abandonarlo y sus campos fueran aprovechados para cultivo. Fue el centro neurálgico político-administrativo ya que fue asentamiento de los primeros ayuntamientos que mas tarde se trasladaron a lo que hoy se conoce con el nombre del Barranco del Consejo y mas tarde   al barrio de Tesine en su plaza de Santa Catalina.

Los viejos pueblos que fueron simiente de los posteriores asentamientos  poblacionales de la isla deben ser considerados como patrimonio de la memoria colectiva de la isla y que no deben de dejarse orillados en el escenario de futuras investigaciones o consideraciones.

A ese respecto quiero aprovechar transcribir un poema que sobre la Albarrada, y perteneciente a mi libro inédito, “El Salto de Ferinto” publiqué en la Revista Tagoror  de las Letras, el año 1979.

Ferreteria El Cabo Pie

ALBARRADA, PUEBLO HERREÑO

Desde allá, campo perdido

que la isla tiene en altura

llegas hoy piedra

de choza derruida

para levantar en mi recuerdo

la mansión de silencio,

donde vive la imagen que del hombre antiguo,

del  Hierro , tengo.

La fuga, la dejada del litoral, 

la desbandada ,en abandono

de huecos y cuevas

por Bimbaches  masacrados

fue lo que dio origen,

barro, agua y piedra,

al solar nuevo, en intimo amasijo.

Y la llama del nacer

ahora prendió

en el calor, no de lava,

tal vez de jaramago tierno, silvestre.

Y comenzó de nuevo la vida, 

habían abuelos, hombres, mujeres

y risas de niños, balidos de ovejas

y zurrones de gofio y regatones, 

y  vestidos de cuero, grandes  y chicos , 

y cestos de mimbre colgados de la pared, 

y lebrillos, morteros, cedazos, tea ahumada  .

paja en un rincón y los tres tiniques del fuego. Y la vida se hizo en la voz del abuelo, que contaba cuentos de pastores,

de vírgenes, de piratas,

y de mares lejanos en añoranza perenne.

Y la vida tomó presencia en los niños

sentados en corro

queriendo perderse en el horizonte

con las palabras del viejo.

Y había vida en los hombres que doblaban espaldas

 en el campo verde

alegrándose  hoy con la lluvia

y mañana suspirando en la sequía.

Y había vida en las mujeres que cantaban

esperando,

y en los sones que se aferran al humo del hogar

para llegar a Ajare o Tiñor

o volar hacia la nube

haciéndola grande

regando de canto

la tristeza de la isla.

Y luego mujeres, hombres,  el abuelo y  los niños

todos juntos,

dejaron la soledad del barro, del agua, de la piedra

emprendiendo el camino de la historia

y el hueco de la cueva, 

y  el muro caido

quedaron como testigos mudos

de  un silencio muerto

en el canto vivo de la isla toda.