Por Juan Jesús Ayala.

Ventas en la época de nuestra infancia habían unas cuantas, bastantes diría yo  en relación con la población del momento que andaba por los 1.800 habitantes (año 1950). Estaban estas tiendas tanto en los barrios de Tesine, Santa Catalina, El Cabo, Santiago, aunque donde mas se notaba su presencia era en la Calle, o en el Casco  de la villa. Cada familia tenia su venta de referencia y entre ambos se establecía un determinado contrato en lo que respecta a la adquisición de bienes. Nosotros y los ubicados en la calle Licenciado Bueno  teníamos la venta de doña Antonia como la mas a mano para adquirir aquello que no se podía acceder de otra forma.

Dª. Antonia tuvo su primera venta, tras quedarse viuda joven y al cuidado de sus dos hijos, Antonio y Lola, en la calle del Teatro en los bajos de la casa de doña Alberta Cejas en dos habitaciones, una para la venta y la otra como vivienda. Pero al poco tiempo adquiere en la misma calle y a continuación de la casa la vivienda de don Rodrigo donde ya reformó su tienda con una mejor disposición y amplio espacio.

En la venta de doña Antonia se encontraba de todo lo necesario, llamándonos siempre la atención, los dos pequeños surtidores implantados en el mostrador por el que se destilaba previo control de un determinado accesorio si se quería un cuarto litro de aceite, medio o un litro entero; lo mismo sucedía con el gas (petróleo) que se usaba para las lámparas que proporcionaban algo de claridad  allí donde no llegaba la luz eléctrica, así como los sacos abiertos de grano, generalmente maíz, (millo) y trigo para hacer el gofio en el molino de don Pepe  Reboso, así como el azúcar que venia en unos sacos blancos que tenían la reseña cubana en el exterior.

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Todos los productos que venían en sacos había que trasladarlos desde la oficina de Abastos, cuyo almacén estuvo primeramente en la parte baja de la vivienda de Fernando Rivera y mas tarde en la misma calle de Licenciado Bueno en los bajos de la casa de don Enrique Quintero, y su traslado hacia las ventas se hacia generalmente a “cuestas” de los dueños, o de sus hijos, y recuerdo ver en esta tarea camino de Tesine a don Manuel Álamo, así como al hijo de doña Antonia, Antonio.

En la venta de doña Antonia se encontraba de todo hasta lo mas insospechado;  desde la velas hasta el azafrán, cominos, pimiento molido, canela en rama, tomillo, polvos para arenar los calderos, que también vendía así como sartenes, el vinagre, café, estropajos (esparto), petróleo para los infiernillos, carbón,  carburo, los envases abiertos sobre el mostrador de sardinas saladas y latas de sardinas, galletas Tamarán, las peladillas, los barriles de aceitunas, los fósforos, zotal, las alpargatas o lonas, el almidón el elefante, sombreros y pamelas de paja para el veraneo regalías, brillantina que se vendía a granel, jabón lagarto, fijador para el pelo, jaboncillos Lux, Palmolive…

En todo este “negocio” destaca por encima de todo esto la forma de pago y el contrato formal y serio que se llevaba en un papel apuntado lo que se quería comprar en la venta y doña Antonia nos lo facilitaba y lo anotaba en una libreta que también llevábamos el día tal y a final de cada mes se le pagaba todo lo que se había consumido. También existía el trueque donde lo más que se negociaban eran los huevos de las gallinas a cambio de algún producto.

En fin, recuerdos de una etapa que ciertamente fue distinta y entusiamadora  que marcó una época en el comercio de la isla y que todas aquellas personas que regentaban esos negocios estaban completamente al servicio de sus feligreses como fue doña Antonia en sus tiendas respectivas en la calle del Teatro en Valverde.