Por Juan Jesús Ayala.
La mediocridad se ha instalado en la sociedad y actúa en los acontecimientos de la misma marcando los tiempos con las manecillas del reloj paradas alejándose de los objetivos que deben conseguirse para que el progreso vaya instalándose fuera de retóricas ampulosas y de jergas argumentales.
La mediocridad se constituye en protagonista cuando la sumisión, la cobardía y el peloteo se convierten en actitudes cotidianas. Cuando la critica al sistema se enquista y es el aplauso reverencial lo que da la cara desde los rincones del desanimo y desde la abulia podemos decir que poco o nada se revitaliza, y que poco o nada es capaz de crecer con fuerza para cambiar aquello que esta’ en las manos de los que se han arrugado y se invisten con el disimulo del que pretende avanzar y ve cortados sus deseos por no molestar, continuando al socaire de los poderosos y sacar tajada de sus silencios y vergüenzas ajenas.
Una sociedad donde la mediocridad es la que toma el mando de la misma es una sociedad que es pobre y enfermiza no solo intelectualmente sino ajena a los problemas que hay que resolver y las cuestiones que hay que reflexionar mas allá del día a día.
Una sociedad que se deja llevar por los cantos de sirena, donde la imagen vale mas que la palabra, donde la reflexión se embosca tras las miserias de una vagancia por la sabiduría esta’ condenada al ostracismo, a ir a contrapié de lo que debe afrontarse con decisión y con argumentos que encarrilen el conocimiento en pos de lo necesario, que vaya camino de lo eficaz.
Una sociedad que condena a la sabiduría y se identifica con aquellos que hablan, que gesticulan mas que nadie y que apabullan con frases seudoelocuentes es incapaz de descubrir donde esta’ la trampa y el cartón tras un hipnotismo preocupante.
Una sociedad que mira por el espejo retrovisor ,que se aleja del futuro porque no lo asume como perspectiva de una decisión que esta’ componiendo su endecha de muerte.
Una sociedad que se tambalea porque los enganches sociales están corroídos y mantenidos por la mentira y la falacia, que se encumbra asimismo porque no existen referentes y tiene a que cada cual tenga que creerse uno un dios menor para de esa manera, al menos, llegar hacia no se sabe donde, es una sociedad que vive del fracaso, donde la espalda se convierte en la mirada porque los ojos se taponan por los nubarrones que muchas veces nos ponemos delante sin mas puesto que no sabemos hacia donde mirar y tenemos que hacerlo hacia el vacío donde cascabelean las desesperanzas, los fracasos y lo actos fallidos que los secuestran aquellos que deben estar para apuntalar y lo que haces es propiciar el hundimiento.
Se ha dicho que el mundo de los mediocres a veces es necesario para que despunte la genialidad que se encarame sobre los hombros escuálidos de los que sostienen los conflictos que ellos mismos crean para tomar las decisiones correctas.
En tiempos de nihilismo cuando nadie cree en nada, cuando el desparpajo se eleva a categoría intelectual, cuando nos asombramos y aplaudimos a los que entonan mensajes mesiánicos y desde su atalaya se creen imprescindibles, puede contribuirse a que la caída de los dioses y de esos ídolos de barro sean los inicios de un espacio donde se encuentre la sabiduría, se arrincone a la mediocridad y se de salida a las retóricas y sofismas y mediante el asombro se acabe con ellas.