Por Juan Jesús Ayala.
Las redes sociales muchas de las veces tienen efecto contrario al que tanto se alaba, lo que hace se termine en el atrapamiento de su espacio donde ya no se comunica sino que se destruye enlazándose unos mundos con otros ya antagónicos.
Se ha desatado desde el ámbito del negocio la gran contradicción cual es que mientras se presume que se es capaz de romper barreras, linderos y saltar de país en país, la intimidad personal se deteriora y si caminamos de la mano con todos esos artilugios que la tecnología nos ofrece para enlazar y dirigir mensajes da la sensación que sin ellos se navega por el vacío.
Y es el vacío ,lo que acompaña a la comunicación exagerada, a la hipertrofia que deja tras de si una estela de silencios y de ensimismamientos que ponen en peligro la palabra al no ordenar estructuralmente el leguaje dado que, apenas se habla y cuando se hace es la monoritmicidad, lo de ayer y lo de anteayer lo que acompaña. Retumba en el silencio la agonía del empobrecimiento de la palabra y existiendo un exceso de comunicación, los guardianes del entendimiento han tejido la maraña de las redes para tener a la gente atrapada, ajena a su propio juicio y vendiendo sus valores al mejor postor que es aquel que mas tiene en su haber un sin fin de mensajes, un sin fin de palabras huecas que mantienen en vilo a medio humanidad pero que, paradójicamente, la tienen secuestrada en los recintos donde solo se oyen los ronquidos del ruido y de los que exilados manejan las redes en un mundo que se creen solo a ellos les pertenece.
La hipertrofia de la comunicación se ha convertido en un poder omnímodo que ha ganado la batalla a la reflexión, al soliloquio y en esta era de máxima revelación de conocimientos la depauperación intelectual es la mejor compañera de viaje que se han agenciado.
La hipertrofia de la comunicación es ciertamente preocupante y se es capaz de desatar los innumerables nudos que desunen mas que unen o se terminará inmersos en la trampa mas sibilina que se ha inventado para la destrucción paulatina del ser humano como ser pensante y como ente de máxima responsabilidad para convertirse en copia unos de otros de millones y millones dando lugar a un siamesismo universal.
Termináremos por perder la palabra, y que esta dentro del lenguaje sea una reliquia y que tal vez al no propiciar su retumbo ni siquiera su eco, llegará un momento que solo seremos agentes de un espacio que nos han propiciado para poder entablar una comunicación incomunicada; seremos los mas acérrimos destructores del leguaje dado que la generalización del intercambio tiene como consecuencia la banalización del discurso, cuando no el insulto soez que pone en cuestión que esa comunicación hipertrófica se disponga solamente a vender aventuras, descalabros y como no, retos y desafíos a cualquier escala y sin coste alguno.
Hemos llegado a ser parásitos de nosotros mismos, esclavos de una modernidad mal entendida, siervos de la mas atroz de las indolencias, alumnos de una escuela que desconocemos y, sobre todo, seguidores de miles de amigos que no sabemos de ellos mas allá de frases que se entremezclan unas con otras y de gestos que su amimia nos puede dar la sensación que se pertenece a un universo impávido; y que aun pensando que podemos llegar mas allá del confín del mundo apenas si hemos avanzado un metro desde donde nos encontramos, cuando no el retroceso es hasta escandaloso.