Por Juan Jesús Ayala.
De Zeus padre de los dioses y de Mnemosine, diosa de la memoria, nacieron las musas y una de ellas, la que nos cautiva y serpentea escurridiza por la manipulación de unos u otros, fue Clio, simbolizando la historia que se escapo’ del Olimpo coronada de un laurel y portando un rollo de papiro en la mano izquierda.
Musa, la de la historia, siempre cuestionada que le llevo’ a Morland a decir”me maravilla a menudo que resulte tan pesada, porque gran parte de ella debe ser invención” porque los hechos se difuminan, se emboscan, los embosca los que se titulan historiadores, reafirmando que “ lo que yo quiero son hechos .Lo único que se necesita en la vida son hechos”.
Así se instalaron los historiadores decimonónicos y algunos que aun continúan transitando por esa clave sin hacer caso que las circunstancias son otras y el dinamismo de la historia va por derroteros diferentes. Para ellos los documentos eran imprescindibles para relatar capítulos de acontecimiento tras acontecimiento. Los documentos era la parte fundamental de la historia, y el historiador llegaba a ellos con la frente humillada y en tono reverente decía: “si los documentos lo dicen será verdad”.Pero esto tiene un gran inconveniente puesto que los hechos no nos conducen hacia un estado puro y perfectamente verosímil ya que habrá un filtro acomodaticio en la mente de quien recoge estos hechos.
De ahí se deduce que sea muy interesante saber quien es su relator para situarnos en la tesitura de la fiabilidad o no de todo aquello que nos ponen delante de los ojos. Sin embargo, si hay que decir que son pocos los que continúan anclados en esa visión relatadora de historias porque ya desde el inicio del siglo XXI cada nación y cada pueblo tienen sus propias historias y se comienza a pensar en procesos sociales en los que la humanidad se encuentra comprometida. O sea, se puede decir que la historia historicista ha fenecido.
Ya se exponen para la discusión y envueltos en la veracidad no en testimonios y hechos que pudieran estar manipulados, ahora irrumpe en el trabajo del historiador aquellas realidades que escondidas y tapujeadas salen a la luz para secuestrarlas de esa tramoya sombreada por falsas historias y por hechos tergiversados por historiadores vendidos a la mentira y al trapicheo.
Cada pueblo tiene su historia, sus circunstancia que hay que desempolvar de viejas paginas confusas, historias contadas por vende patrias y por los adulones de aquí y de allí, lo que motiva que cada pueblo vaya en busca de su historia y lo consigue cuando esta se impulsa por la conciencia colectiva que quiere saber donde esta’, el por que de lo acontecido y quienes han sido los protagonistas de la misma.
Los pueblos exigen aun desde el silencio cómplice saber, desempolvar cuestiones, que muchas de ellas en su momento dispusieron un nuevo rumbo que no fue el deseado ni el mas inteligente. Los pueblos necesitan saber desde hechos concretos el por qué de su momento actual.