Por Juan Jesús Ayala
Las contradicciones que circulan a nuestro alrededor hacen suponer que si, que estamos en una sociedad que ha finiquitado la modernidad y aunque muchos se titulen que son modernistas, que son nuevos, que traen aires de progreso tanto en la política como en la sociedad. Se percibe todo lo contrario. El pasado los ata y los pone en el escenario del mundo como personajes emuladores de Polichinela.
En una sociedad inmersa en la ignorancia cuando se da pábulo a la mediocridad y sometida a la esclavitud, cuando los mejores se encuentran perdidos y el gran resto les ríen las gracias a los mediocres hay que pensar que la descomposición es evidente.
Vivíamos en el silencio acompañados de pensamientos capaces de poner erguido al ser humano, lo cual duró bien poco aunque ahora se nos dice que hay que liberarlo y para ello se ponen en rodaje un sinfín de programas para abordar esa liberación ¿pero como?.
Difícil cuando vivimos aturdidos por el ruido de un borbotón de palabras huecas y sin sentido, perdidos en la muchedumbre guiados por las antorchas de los salva patrias , personajes que siempre estimulan a la risa, si es que aun quedan ganas de hacerlo.
Recibíamos del mundo pocos mensajes pero hoy estamos bombardeados por ellos y atosigados por palabras que circulan a lo largo y ancho del planeta que no dicen nada, que solo nos informan que algo no va bien, ya que cuando se recurre a esa manera de comunicación es que la soledad es desgarradora y se vive en un vacío preocupante que se intenta llenar poniendo en circulación la memez soportada por un aburrimiento desolador.
La fuerza de la modernidad estaba basada en su apertura hacia una sociedad cerrada y fragmentada, pero que se ha agotado, sobre todo, cuando se intensifican las medidas para el control democrático puestos en practica, unas veces por ley y otras por mero capricho por aquellos gobernantes que han sido incapaces no solo de cumplir sus promesas electorales sino que han elevado la mentira a su mas alta categoría social.
Y ahora en esta sociedad machacada, y con gran atrevimiento, se nos dice por unos y otros que ha llegado, ¡por fin! “la nueva normalidad” y que nos esta’ tocando a la puerta cuando lo que se aprecian son los rastrojos de una huella vieja, que indeleble vive y que indica todo lo contrario.
Y si miramos alrededor y abordamos el espacio de una juventud que pretende reaccionar, dejando atrás viejas modorras y vicios y con bagaje intelectual suficiente, tienen armas para irrumpir en la vida con un proyecto adecuado y animoso, el futuro se estampa ante su cara y el desempleo llega a cifras escandalizantes. Siendo la frustración su compañero de viaje.
Y cuando a nuestros mayores se les promete, aunque sea a su final, regocijo y complacencia, muchos están a la espera de un cuidado que no tienen y que acompañe a su eterna soledad.
Y cuando los enfermos se desesperan, se mueren, porque no les llega la ayuda que están cansados de esperar.
Y cuando a los ciudadanos se les complica la vida con fárragos y papeleos insulsos mientras otros, muchos, se parten de risa ante calamidades y desolación.
Cuando todo esto acompaña, la verdad que podemos pensar que no estamos en el mejor de los mundos sino que hay algo de miseria sociológica, mucha diría, que continua solapada y que no nos ha dejado.