Redacción/Como cada año por estas fechas las calles de Tigaday se convierten por unas horas en escenario, de persecuciones, embestidas y embetunadas; alrededor de 30 jóvenes del pueblo de La Frontera ataviados con pieles de carneros, y 7 como locos, personificaron estas figuras propias de la tradición pastoril de la isla con el fin de perseguir y manchar con betún a todo aquel que encuentren a su paso.
La particular manada procura una tarde de diversión a todos aquellos que se dan cita en el pueblo de Tigaday, durante el carnaval para participar de esta tradición ancestral, una muestra de ritos antiguos declarado Bien de Interés Cultural de Canarias.
Nadie sabe a ciencia cierta la fecha de la que data esta celebración, lo que sí se conoce es que estuvo prohibida y olvidada hasta que, para regocijo del pueblo herreño, la recuperara Benito Padrón Gutiérrez, que con la ayuda de su hijo Ramón Padrón y la de los miembros del Grupo Folclórico Tejeguate, entroncados con la juventud del Municipio de La Frontera, recuperaron y han logrado mantener la representación de Los Carneros de Tigaday como el ejemplo más emblemático y representativo de los que hoy se celebran durante el carnaval en la Isla de El Hierro.
La Fiesta comienza y termina con una estampida, el sonido de los cascabeles y la aparición del rebaño, hombres jóvenes ataviados con zaleas y cornamentas curtidas con el tiempo, el disfraz más antiguo cuyos inicios se entrelazan con el origen ganadero de la isla; y junto a ellos; máscaras espeluznantes a modo de pastores malévolos, más conocidos como “locos” que además de ser los encargados de ayudarles en el arreglo de su disfraz o en procurarles el betún.
“Si estos días por las calles de Tigaday oyes el sonido de unos cascabeles, corre y no te detengas porque, con toda probabilidad, terminarás embetunado”.
Esta escenificación se ha convertido en un atractivo cultural y turístico; una cita ineludible para todos los vecinos de la isla y para los que la visitan en estas fechas.
Son muchas las personas que año a año, intervienen, trabajan y se encargan de cuidar y velar para que este legado se mantenga y se conserve para generaciones futuras; los carneros; sus fieles colaboradores y encargados de ayudarles en el arreglo de su trajes y procurarles el betún; la de los meros observadores, ya sean niños o mayores; y sobre todo la de aquellos que esperan impacientes para poder correr o esquivar a esta peculiar manada.