Por Juan Jesús Ayala. 

La venta de Felipe Benítez estaba ubicada en el Puente , entre las viviendas por un lado de la familia Ayala Espinosa y por el otro  la  de don Pancho  Díaz donde  se encontraba la oficina de Aucona  en la que había que retirar los billetes para viajar en los barcos de la Trasmediterránea. La venta estaba en lo bajo de la antigua  Fonda, y tenia en una habitación  aledaña un espacio  donde guardaba  los  sacos de azúcar, de sal  y de distintos granos .Esta habitación tenia una ventana que daba a la calle y que alguna que otra vez hizo de escaparate donde vimos expuestas   maquetas de la isla o algún busto escultórico del artista herreño Enrique Gutiérrez.

La venta de Felipe era el orden establecido, donde cada elemento dispuesto para venderlos , desde  los caramelos y peladillas, hasta el azúcar o el pimiento molido se encontraban en sus respectivos sitios que se enrollaban en aquel papel canelo que con maestría lo envolvían no solo Felipe sino algún que otro ayudante que había empleado. Porque la venta era muy frecuentada y necesitaba  ayuda en algunos momentos de la jornada de trabajo.

También tenemos que mencionar que en la acera que la bordeaba se organizaban tertulias de alto nivel intelectual  donde  vimos mas de una vez, entre otros, a José .P. Machín con su bastón y melena característica y a D.Pedro León inmersos en conversaciones que eran de sumo interés y que nos estimulaba la curiosidad poniendo oídos a lo que con verdadero rigor se comentaba o se establecía un cordial  debate. Y en esas tertulias cuando el momento era propicio también en ellas colaboraba  Felipe que desde detrás del mostrador dejaba oír sus interesantes  interpretaciones sobre la cuestión que se  trataba.

Ferreteria El Cabo Pie

La venta de  Felipe era como él, una plena curiosidad, que lo mismo pintaba un cuadro como dibujaba un barco en la pared de su casa del Pozo de Sabinosa,  además, era un  empeñado aficionado a la fotografía  y cuando la mayoría   íbamos de excursión al mar, el, además, pateaba los montes de la isla recogiendo panorámicas que para nosotros  eran  inéditas.

Felipe era ocurrente, tenia contestación para todo y arropado en una ironía genuina   era difícil  en ocasiones dar  lo que escondían sus palabras, pero su  nobleza estaba por encima de todo y en su venta se encontraba de aquello que la época  permitía. Tenia también una socarronería con las que acompañaba a sus frases cargadas de enjundia. Una vez siendo pequeño mi madre me mandó a su tienda a comprar uno huevos, al llegar le pregunte, ¿Felipe, tiene usted huevos? Y me contestó: “de venta no”.

Ventas de Valverde que han desaparecido y que solo  queda de ellas el recuerdo y como estaban disponibles para acercar a la gente lo que necesitaban. Una de ellas, la de Felipe Benítez, con el cual mas tarde, ya  cuando estudiaba en Salamanca, se despertó entre nosotros una amistad cordial, tan es así que cuando llegaba a la isla  no podía dejar de pasar un día sin ir a su casa de El Cabo (ya la venta no existía)   para junto a su esposa, Macuela continuar la conversación que habíamos dejado pendiente  desde las vacaciones anteriores.

En fin cosas y personas del ayer que ya no están pero  al menos nos queda su viva memoria, la que nos reconforta y embeleza.