Por Juan Jesús Ayala.

Una vez más estuvimos en la isla la que reemplazamos en ciertos momentos por los recuerdos que allí dejamos, dándole una nueva vida o quizás una dimensión distinta enmarcada en las ausencias de personas que queríamos y deseábamos ver y de paisajes que bien la erosión humana o la telúrica han ido paulatinamente poniéndonos  la vieja memoria como la mejor suplencia de nuestra insatisfacción.

La Cueva de los Guanches en El Tamaduste, aún no comprendemos como no se ha catalogado por la institución competente como patrimonio cultural de la isla  de alto rango histórico. (y no digamos lo del Roque de las Campanas que  cuando  se investigóinventariándoselos litófonos que se encontraban en la isla se ignoró este roque mayestático que desde que el volcán lo fabricó apilando sus rocas aún siguen sonando, quizás con más intensidad que antes al golpearlo con una piedra, como siempre se hiciera al pasar por su lado al terminar el camino de El Jable.)Por cierto, ¿Dónde está ese camino ancestral hoy entablillado, como si fuera un enfermo con cierta patología ósea, para que los coches de algunos señores puedan acceder con tranquilidad y soltura a la elegancia de sus viviendas? 

En la Asomada Alta  y muy arriba paralela a la rodadura del Jorado  y con una estructura característica se encuentra la cueva  que hemos mencionado, que por lo que se fue descubriendo, sobre todo, en las incursiones que se hicieron cuando la curiosidad de algunos motivó nos  adentrásemos  hacia ella se pudo considerar como una de las necrópolis de los primeros pobladores dado la  cantidad de diversos huesos que construían cráneos, costillas, tanto como miembros inferiores y superiores. Pensábamos y con cierta temeridad que todas aquellas incursiones hechas por algunos de la juventud de los 60, que fue una prolongación de la curiosidad de generaciones anteriores que comentaban que  los restos óseos que allí  se encontraban  se trasmitiría entre unos y otros. Y supongo que esta curiosidad se haya prolongado en el tiempo y que sirva para motivar que los recuerdos, la historia de los pueblos tienen episodios que habría al menos que investigar con la profundidad de la antropología cultural, de la genética y de los auxilios del carbono-14 para mantener viva la llama de su memoria histórica.

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Y esperábamos, también, encontrar la gaviota de Las Playas como otros años con su vuelo tranquilo que hacía que el revoloteo de sus alas se movieran porque eso daba cuenta a pensar que  la historia seguía vigente, y  con  nuevos capítulos de las andanzas de la gaviota y de sus próximos vuelos seguía el ritmo apetecido por los que al mirar al mar azul que se confunde con el horizonte más azul, pero siempre lejano este se acercaba no solo desde la meseta de  Nisdafe, sino que allí se encontraba de nuevo nuestro viejo recuerdo, ancestral, en la conciencia de cada herreño.

Pero no fue así como se deseaba contemplar la gaviota de siempre. No estaba  y la espera se convirtió en un desespero y pesamos, como otras veces, que se había trasladado mar adentro sobre los lomos de una impetuosa ola o que aún estaba en Nisdafe para llenar su buche con los alimentos suficientes  para sus crías.

Esperamos, y esperamos asintiéndonos la desesperación en la fatalidad, ya que los días que pasamos en la isla no fue posible que nuestra gaviota apareciera, como siempre, sobre un callao protegiendo a sus crías o con el aleteo alentador   de sus alas pardo negruzcas.