Por Juan Jesús Ayala.
No pretendo ocuparme del legendario San Borondón, el monje con botas de siete suelas; sino de una tierra de ensueño que la imaginación trasporta de un lado a otro y que funciona como un espejismo misterioso y siempre actual.
La isla de San Borondón ya la refería Ptolomeo y figuraba en el mapamundi de Robert d’Auterre de 1265, como también se señalaba en la célebre carta de Pigcimano en 1367. Hasta en 1794 aparece en mapas franceses situándola con precisión a los 5 grados Oeste del Meridiano del Hierro y a los 29 grados de latitud Norte, lo que motivó que por el primer regente de la Real Audiencia de Canarias, Hernando Pérez de Grado, como había tantas historias sobre la isla mágica acordó provisión para que se averiguara quienes la habían vislumbrado, llegando a la conclusión que persona alguna la hubiera visto; aunque muchos seguían creyendo en su presencia en el Atlántico pero dándole componentes de realidad, que si en su momento no se encontró manifestaban que alguna ola del mar embravecido la había traslado de sitio, pero que servía para en alguna circunstancia de despiste y zozobra poder contar con ella como varadero y como tabla de salvación, mandando más la realidad imaginada que la leyenda creada por la inspiración de poetas o de navegantes atrevidos.
Si nos encontrásemos en el horizonte lejano, la realidad de una nueva isla seríaacogida como la mejor novedad en estos momentos de incertidumbre para el resto de las islas y refrendada como nuestro recordado amigo José. P. Machín, que la describió como la isla sirena, que era caprichosa, lo mismo emerge que se sumerge en el mar.
Un día la pudo contemplar no en las lejanías de un ensueño, puesto que San Borondón estaba bajo el dominio de su vista situada al noroeste de El Hierro y a la izquierda de La Palma. Yen su entusiasmo contemplador las nubes comenzaron a ocultarla, nubes salidas de la misma tierra y entre esas nubes lentamente iba desapareciendo lo mismo que las sirenas tras la espuma que forman con su cola de plata.
Decía don José que bien pudiera ser la isla de San Borondón reflejo de la cordillera de los Andes, como si esta se anclara en el Mar de las Calmas y apareciera allí con toda su esbeltez escurridiza que dejaba en el ánimo la frustración de un sueño deseado.
La isla de San Borondón viene a ser como un paradigma entre el ensueño y ejemplo para que el resto de las islas no se nos escape de las manos, convirtiéndose en un relato legendario o bien contado donde el engaño ya no es posible. Dándonos la sensación que algunas islas no son como antes, están ahí, no como la de San Borondón, que desaparecen, en un mar ignoto, no conocido como el de las Calmas que a veces tenemos que hacer un esfuerzo para encontrar nuestra identidad que se va evaporando como la espuma de la sirena donde la leyenda de ayer, de siempre dejen hueco a realidades palpables y agobiantes.