Por Juan Jesús Ayala.
Las epidemias desde que el mundo es mundo han sido una constante, los gérmenes nocivos causantes de estas son inherentes a la arquitectura fisicoquímica del humano; unas se han corregido y se han quedado en endémicas que afectan solo y exclusivamente a un determinado espacio geográfico, mientras otras con más virulencia y poder destructivo han saltado todas las fronteras de los países y se han convertido más que en epidemias en pandemias, que han ocasionado millones de muertes y cuando no, secuelas terribles que han comprometido los pilares de la humanidad.
Sin embargo, existen otras epidemias de características diferentes, que son silenciosas, apenas se perciben en el entorno de la sociedad, intentan disimularse aunque muchas veces es difícil; y quiero hacer mención a la frase de Pío Baroja en su obra “El Mayorazgo de Labraz”; “es posible que en el rostro de los que sufren haya más expresión que en el rostro de los que gozan”; epidemia que hacen estragos en aquellos que se marcan un objetivo, que tienen recursos para lograrlos, pero que perciben dentro de sí un sentimiento de frustración a pesar de tener los dispositivos laborales, intelectuales o de pensamiento necesarios; y sin, embargo, no pueden, cuando caminan el primer paso, el agobio, la incertidumbre, el miedo de no poder acercarse siquiera al objetivo se les hace una montaña de altura considerable, que motiva que los pasos que dan hacia atrás son muchos más que los dados hacia delante.
Ahí tendría que actuar el puro convencimiento individual del que se cree imposibilitado de llegar, puede hacerlo, solo con despejar los miedos al fondo del barranco, o si se encuentra con poca disposición acercarse al entorno familiar, social o simplemente terapéutico para buscar la ayuda necesaria que no sería quizá más que “el miedo escénico” que una vez que el telón se suba por sus propias manos llegará a comprender, qué fácil era llegar y que difícil se le puso, teniendo la vacuna a propia disposición.
Hay otras epidemias que afectan al sentimiento como es la ira, el estar en un cabreo permanente y con una ausencia de buen humor considerable, ya se decía hace tiempo que el humor es indispensable para poder vivir con la elegancia que hay que tener ante las dificultades, porque si perdemos el patrimonio, perdemos la vergüenza, por favor, no perdamos el humor.
Aunque el mal humor sea la consecuencia de los desajustes sociales, de la falta de compromiso adquirido por los que pueden solucionar muchas cuestiones como los políticos de turno, que a veces con sus vanas promesas y, embustes favorecen el malhumor de muchos y no caer en lo que Thomas Mann llegó a decir, “el que está fuera de sí nada aborrece tanto como volver a su propio ser”. Las pasiones sobre cuyo origen uno se engaña son las que más tiranizan y no hay que llegar al enfado permanente porque la fidelidad es la vida de las emociones lo que da coherencia a la vida del intelecto, simplemente una confesión de fracaso es un retrato que se puede dar, pero hay que evitar su realidad.
Las frustraciones individuales siempre tienen solución y las colectivas que se exteriorizan con el mal humor serán más difícil cambiar los labios apretados por una simple sonrisa, pero cuando la sociedad se reajuste y los que gobiernan en todos los ámbitos políticos hagan de la seriedad un valor indispensable, seguro que esa sonrisa aparecerá. Si fuera así, podríamos decir que la vacuna estará a punto de fabricarse.