Por Juan Jesús Ayala.
Es una expresión que con cierta frecuencia se usa ante la duda sobre cualquier personaje cuestionado, sobre todo, en el ámbito de la política que aquellos que están obligados a perseverar en su plena confianza no tienen sospecha alguna de su honestidad y si fuera preciso pondrían la mano en el fuego.
Si fuera así, la decisión tajante para demostrar su buen hacer habrán puesto la mano en el fuego a lo largo de la historia más de uno que al sacarla sufrirían al menos una quemadura de tercer grado que comprometería, seguramente, la vitalidad de un par de dedos de la mencionada mano.
Sin embargo, para recrearnos en esta expresión tendríamos que adentrarnos y repasar el espacio histórico de la antigüedad grecolatina donde surge esta frase, más bien sentencia, que se le atribuye a un joven romano, Cayo Mucio Escévola que se dejó quemar su mano derecha en el fuego para demostrar su amor a Roma en la creencia que la prueba del fuego esclarecería la verdad.
Luego trascendió que al celebrar juicios sobre determinado acusado al que se le buscaba pruebas para demostrar su inocencia se esgrimían diferentes acciones entre la mayor parte de ellas con el fuego como protagonista del rito; así el reo ante el tribunal que lo juzgaba debía sujetar hierros candentes; y si salía indemne de la prueba el “altísimo” lo ayudaría para que resplandeciera su inocencia. Ya que la determinada prueba funcionaba como si fuera un detector de mentiras basado en la creencia que Dios no permitiría que fuese vencido quien tenía la razón de su inocencia.
La historia reciente abunda en personajes que han sido sometidos a juicios sumarísimos, y bien antes de emitirse una sentencia y aun después de sufrir condenas fueron por cierto entornos políticos considerados inocentes y que personalizando la metáfora pondrían la mano en el fuego a su favor, que todo se aclararía y las cosas encontrarían su sitio. Aunque a pesar de las diferentes “Tramas” que se han organizado y se han desarrollado y de las voluntades de los líderes de salvar en el primer momento a aquellos colaboradores que podrían verse comprometidos en su integridad y plena confianza han tenido que retractarse y menos atreverse a poner la mano en el fuego.
En realidad es una expresión que saltándose en el tiempo político de la antigua Roma, y de la Inquisición hasta el momento actual no ha perdido vigencia, ya que si en aquellos escenarios de la historia la evidencia y el cumplimiento era positivo y manifestaba que la verdad era la que era, ya debería plantearse su desuso porque hoy a nadie se le ocurriría poner la mano en el fuego por nadie porque sería traumático y de lo que se saldría algo escaldado.