Memorias y recuerdos

Memorias y recuerdos

Por Agustín Cirilo Gaspar Sánchez.

Como bien dijo una vez la psicóloga y ensayista chilena Pilar Sordo, cuando los recuerdos superan a los proyectos, es señal de que uno se está volviendo viejo. Y si eso es así, aceptémoslo con orgullo y viajemos juntos a través de la memoria, a tiempos pasados que hoy solo viven en los corazones de quienes los experimentamos, pues mirar atrás es como abrir un libro de historias donde la nostalgia se entrelaza con la gratitud. Porque recordar es vivir dos veces.

Donde hoy se encuentra la tasca “El Charquete”, allá por 1958, existía la humilde pero imprescindible "Tienda de Don Claudio". Era una de aquellas tienditas de aceite y vinagre que se encontraban en cada pueblo de nuestra isla, testigos de una manera de vivir que hoy parece lejana.

El nombre de "El Charquete" proviene de los charcos que solían formarse en la zona. Uno de ellos, el más grande, tenía unos tres metros de diámetro y otros tres de profundidad, acumulando en su interior las aguas fluviales. Para nosotros, los niños de entonces, no era solo un charco, sino un universo de juegos y aventuras. Hoy, en su lugar, hay viviendas, y la calle que lo albergaba pasó de llamarse "El Charquete" a "María Mérida", en honor a la gran cantante de nuestra isla, ya que el edificio pertenecía a su familia. 

La tienda de Don Claudio era más que un comercio; era un punto de encuentro, un lugar de confianza. En su pequeño, pero bien surtido local, uno podía encontrar desde aceite despachado con un surtidor de manivela hasta azúcar, garbanzos, maíz, lentejas, sardinas en aceite o en sal, manises en sacos de quintal y los inolvidables galletones Tamaran. Lo más curioso era el sistema de pago: casi todo se vendía fiado. Se llevaba una libreta donde se anotaban las compras y, a fin de mes, se pagaba lo que se podía.

Bajo la vivienda, a la altura del comedor, Don Claudio tenía un sótano que bien podría considerarse el "arsenal nuclear" de la época, ya que allí se almacenaban voladores, carbón, carburo, petróleo, gasolina y hasta azufre, productos impensables de guardar juntos hoy en día. Y, sin embargo, jamás hubo un accidente. Eran otros tiempos, donde la prudencia y el respeto a lo peligroso parecían ser parte del sentido común.

Muebles El Placer Pie

Don Claudio no solo era el tendero del pueblo, era casi familia. Vivíamos en la misma zona y crecí junto a sus hijos Juan Carlos y Claudio Jorge, a quien todos llamábamos “Cayo”, hijos de su matrimonio con Doña Teresa Padrón, o “Terecita”, como cariñosamente le decíamos.

De entre tantos recuerdos, hay uno que siempre me arranca una sonrisa. Un día planeamos viajar un domingo al Tamaduste para pescar y bañarnos. Éramos Juan Carlos, Cayo, mi hermano Miguel Ángel, unos amigos y yo, todos de entre doce y trece años. Pero el sábado por la tarde, Juan Carlos vino a mi casa con malas noticias: su padre quería cavar la viña en su finca del Tamaduste, junto a la ermita de San Juan, así que nuestros planes de pesca y baño se habían cancelado.

Después de meditarlo un poco, le propuse una solución: si cavábamos la viña esa misma tarde, tendríamos el domingo libre. "Imposible", me dijo, "son cerca de las siete de la tarde, en un par de horas será de noche". Aun así, lo convencí, y a toda carrera nos metimos por el camino de Asabanos, bajamos el Jorado casi volando, y llegamos al terreno oscureciendo. Allí, entre la oscuridad, mientras unos comenzaban a cavar el terreno, Cayo y yo improvisamos antorchas con caucho de ruedas viejas para iluminarnos. Con aquella tenue luz y las chispas de las guatacas golpeando la tierra, trabajamos hasta casi el amanecer del domingo.

A las nueve de la mañana, Don Claudio llegó en la guagua desde la villa. Su asombro fue mayúsculo al ver la viña ya trabajada. "Mis hijos, vayan a bañarse y a pescar, que se lo tienen más que merecido, pero lávense bien las ternillas, que las tienen negras del humo de las antorchas", nos dijo con una mezcla de orgullo y asombro que recuerdo como si fuera ayer, 

Y así fue como conseguimos nuestro ansiado día de diversión. Aquella hazaña nos dejó una lección inolvidable, con voluntad, todo es posible; y comprendí que entre la noche y el día no hay pared.