La Dehesa, último rincón herreño para la Gamonsilla (Androcymbium hierrense).

La Dehesa, último rincón herreño para la Gamonsilla (Androcymbium hierrense).

Por Juan Manuel Martínez Carmona *.

Escabrosos malpaises y barranqueras rompen la pendiente abruptamente en el acantilado de Garañones, límite occidental de El Hierro. Más allá, puro océano. Esparcidos por doquier, leños y tocones imputrescibles atestiguan hasta donde llegaba el sabinar, víctima del endurecimiento climático. No obstante, refugiadas en rincones propensos a humedades, sobreviven contados ejemplares, entre ellos una sabina monumental. Iramas, verodes, tabaibas y mechas integran el apretado matorral, que en pleno invierno irradia eufórico con las floraciones de gamonas y gamonsillas, acaparando la atención de los insectos polinizadores cuando la mayoría de plantas descansan. Sutilmente, las dos especies, generosas en néctar, evitan competir por el favor de los invertebrados: la altiva gamona ofrece sus flores a avispas y abejas, mientras la gamonsilla, a ras de suelo, invita al trasiego de las hormigas. Consumada la temprana reproducción, resistirán calores y sequía del estío, implacable en estos parajes, transformadas en rizomas subterráneos repletos de nutritivo almidón.  

En pleno letime de Garañones concluyó la expansión del género botánico al que pertenece nuestra gamonsilla (Androcymbium hierrense). Su aventura empezó en África del Sur, que acoge en la actualidad el 90% de las cincuenta y seis especies descritas. Durante un periodo climático seco, a finales de la era Terciaria, comenzó la difusión de esta estirpe, aprovechando la apertura de un corredor árido en el este de África. De esta manera alcanzó el norte del continente y desde allí, arrastradas las semillas por temporales de viento y calima, colonizó Canarias, donde conviven dos especies: Androcymbium psammophilum (Fuerteventura y Lanzarote) y Androcymbium hierrense (Hierro, Gomera y La Palma). Esta última declarada en peligro de extinción tanto en el Catálogo Canario de Especies Protegidas como en el Español.  

La gamonsilla protagoniza, entre los meses de diciembre y febrero, la transformación maravillosa del micropaisaje sobre el pavimento de lava. Manchones densos, en ocasiones integrados por cientos de ejemplares, afloran entre los 300 y 450 metros de altura al oeste de la isla. Del tallo subterráneo brotan gráciles hojas acintadas que preceden en el tiempo a las grandes y vistosas flores, dispuestas en solitario o agrupadas en parejas, de a tres o, incluso excepcionalmente, de a cuatro. En su interior, robustos estambres verdosos con las cimas repletas de polen aguardan el vagabundeo de las hormigas visitando flores ávidas de néctar. Impregnado de corpúsculos reproductores, el insecto propicia la polinización cruzada entre los diferentes pies. La floración acelera el ciclo vital de la gamonsilla y en apenas dos o tres semanas maduran los frutos, pequeñas cápsulas llenas de semillas. Pero, en poco tiempo, desaparece todo rastro de la planta sobre el terreno, acogida a su condición de tallo subterráneo. Así yace la mayor parte del año, esperando las lluvias. En ocasiones, durante inviernos generosos en precipitaciones, acontecen auténticas “explosiones” de gamonsillas, multiplicándose en el territorio. Si bien las flores y hojas pueden ser devoradas por herbívoros (conejos, cabras, ovejas), no ocurre lo mismo con el rizoma que, además de almidón, contiene colchicina, alcaloide disuasorio frente a los mamíferos.  

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Gamona (Asphodelus ramosus) y cebolleta (Asphodelus tenuifolius)

En contraste con la discreta gamonsilla, común sólo en localizados enclaves de la isla, gamonas y cebolletas exhiben su dominancia biológica en zonas bajas y medianías, curtidas en padecer sequías, suelos pobres, la fuerza del sol y el acoso del ganado. Estirpe de origen mediterráneo, allí donde apenas crece nada, aparecen los campos de gamonas, relacionados en la Grecia clásica con la residencia en el más allá de las almas que no pueden tener ni premio ni castigo. Durante el invierno y la primavera temprana, alzan vigorosas inflorescencias que, en el caso de la gamona, pueden superar el metro y medio de altura. La cebolleta, más modesta, apenas alcanza el medio metro, además de presentar hojas cilíndricas. Ricas en néctar, las flores seducen a abejas y avispas; contribuyendo, de hecho, a la obtención de una miel exquisita. Por otro lado, aprovechando este trasiego de insectos entre las floraciones, los campos de gamonas representan magníficos observatorios del microcosmos faunístico, permitiéndonos apreciar diferentes especies de avispas y, también, de glotones escarabajos hartándose de polen.  

Estrategia de vida común entre las plantas más evolucionadas del gran grupo de las Monocotiledonas (tagorontías, ñameras, plataneras, etc.), gamonas y cebolletas desarrollan tallos subterráneos, como batatas, almacenando reservas en forma de almidón y protegiendo las yemas en un ambiente fresco y estable. Podríamos hablar de plantas trogloditas, puesto que la mayor parte del año yacen bajo tierra. Avanzado el invierno, las hojas parecen brotar directamente del suelo, pero no es así (aunque haya tallos sin hojas, nunca hay hojas sin tallo). En realidad, emergen desde yemas situadas a faz del terreno. Esta forma de vida propicia que los incendios apenas afecten a gamonas y cebolletas, rebrotando con fuerza tras el paso del fuego. Merece la pena reparar con atención en los diferentes aprovechamientos proporcionados por las gamonas. Tanto las hojas, mejor secas porque contienen menos concentración de la tóxica asfoledina, como los gruesos y cumplidos rizomas, representan un formidable pienso para el ganado. Los cochinos hozan buscando el nutritivo alimento, mientras los pastores herreños comentan que no todas las ovejas saben desenterrar rizomas, dejando siempre ejemplares en la manada que enseñaran a los demás. De hecho, gamonas y flores de ajinajos sustentaban rebaños durante la mudada de verano en La Dehesa. Los humanos también consumieron gamonas, sobre todo en periodos de hambrunas. Después, eso sí, de hervir bien hojas, se apreciaba en particular su parte basal blanquecina, y rizomas para eliminar alcaloides. En general, se evitaba recolectar la planta mientras estuviera espigada en flor. Por otro lado, entre sus usos medicinales, el rizoma amasado con vinagre y gofio era empleado tanto en el tratamiento de la tetera en ubres de vacas y cabras, como para sanar tumores, llagas y eczemas en la piel de las personas. Uso más prosaico, en otros tiempos, los livianos tallos fueron empleados como varillas para los cohetes voladores.           

*Juan Manuel Martínez Carmona, Biólogo.