Por Luciano Eutimio Armas Morales.
El 17 de enero de 1961, el presidente de los Estados Unidos, Dwight D. Eisenhower, en su discurso de despedida en la Casa Blanca ante el presidente que tomaba posesión, John F. Kennedy, decía textualmente:
“Hay algo que me preocupa: El potencial para un aumento desastroso del poder mal situado que existe y existirá, pero nunca debemos permitir que el peso de esta combinación militar-industrial, pongan en peligro nuestra libertad o procesos democráticos. No debemos dejar nada por sentado, porque solo una ciudadanía alerta y bien informada puede orientar la enorme maquinaria industrial y militar en defensa de metas y objetivos pacíficos, de modo que la libertad y la prosperidad puedan avanzar juntas”.
Quien pronunció estas palabras en la Casa Blanca, había sido comandante en jefe de los ejércitos aliados durante la Segunda Guerra Mundial, y había sido presidente de Estados Unidos durante ocho años. Es decir, tenía reconocida experiencia y prestigio como militar, y tenía experiencia y conocimientos como presidente del país.
El presidente que comenzaba su mandato, John F. Kennedy, tomó adecuada nota de sus palabras: Después de hacer dar un golpe de autoridad y bloquear Cuba cuando los rusos querían instalar misiles atómicos a unas millas de Florida, propugnó una coexistencia pacífica con la URSS y un desarme nuclear, impulsó programas de ayuda al desarrollo como Alianza para el Progreso y Voluntarios para la Paz, y en 1963, firmó una Orden Ejecutiva para comenzar a retirarse de Vietnam.
Pero eso iba contra los intereses del complejo militar-industrial, y a los pocos meses de firmar esa orden ejecutiva asesinaron a Kennedy. Una de las primeras medidas tomadas por el presidente entrante, Lindon B. Johnson, fue anular esa orden y ordenar enviar más tropas a Vietnam.
Desde entonces, los Estados Unidos han protagonizado unas cien intervenciones militares en el extranjero, entre las que figuran la Isla de Granada, 1963; Panamá, 1989; guerra del Golfo I, 1990; Bosnia, 1993; Kosovo, 1999; Afganistán, 2001; guerra del Golfo II, 2003, y más reciente, Ucrania, 2022.
Es obvio comprender, que, con todas estas guerras, el complejo militar-industrial ha obtenido estratosféricos beneficios. Digamos que en la II guerra del Golfo, iniciada con el pretexto de buscar unas armas de destrucción masiva que ellos sabían que no existían, la empresa Halliburton, de la que Dick Cheney era CEO hasta que el presidente Busch lo nombró vicepresidente, ganó con la guerra del Golfo unos 35.000 millones de dólares. Sí, lo he escrito bien, treinta y cinco mil millones de dólares.
El 15 de enero de 2025, el presidente Joe Biden, en su discurso de despedida de la Casa Blanca, dijo:
“En mi discurso de despedida esta noche, quiero advertir al país de algunas cosas que me preocupan mucho: Hay una peligrosa concentración de poder en manos de muy pocos ultrarricos, que puede tener peligrosas consecuencias si ese abuso de poder no se controla. Hoy, esa oligarquía con gran poder, riqueza e influencia, literalmente amenaza toda nuestra democracia y libertades básicas”.
Las preocupaciones de ambos presidentes con 64 años de diferencia eran similares, pero hay una diferencia fundamental: en 1961 no existían los instrumentos de desinformación y cretinización de masas que existen hoy en día, que están precisamente, en manos de esos ultrarricos a los que aludía Joe Biden.
Pero la estrategia de un poder al servicio del complejo militar-industrial para obtener estratosféricos beneficios, es diferente hoy a la de la segunda mitad del siglo pasado: Donald Trump no quiere enviar soldados a Ucrania, como Johnson o Nixon enviaban a Vietnam, o los Bush a Irak y Afganistán. Donald Trump es un hombre de negocios, y el objetivo de un hombre de negocios es obtener beneficios para sus empresas.
Lo primero que hace es poner de rodillas a Volodímir Zelenski y decirle, más o menos: “Mira tío, en tres años te hemos enviado equipamientos militares y ayudas por importe de casi 200.000 millones de dólares. Te enviamos 32 tanques M1 Abrams de última generación, y solo te quedan 12. No te enviaremos soldados nuestros, ni de coña. Esta guerra no vas a ganarla nunca y los americanos no vamos a seguir pagando este derroche. Queremos que se acabe esta fiesta, que les cedas a los rusos parte de territorio que ocupan, y sobre todo, que nos pagues todo el dinero que hemos invertido para ayudarte, mediante la explotación de tierras raras u otros recursos que tengan”.
Al mismo tiempo, le aprieta las tuercas a Europa para que eleven sus presupuestos militares hasta el cinco por ciento, aunque sea en detrimento de los servicios sociales de los europeos, para mayor gloria y beneficio de los fabricantes de armamento, que naturalmente, en su mayoría son americanos. Negocio, es negocio.
Y a los alemanes, que se acabó eso de comprarle gas barato para su industria, a los rusos, que ahora hay que comprárselo a Estados Unidos mucho más caro, aunque sea a costa de la competitividad de la industria alemana y haya puesto ya a empresas como las VW con el agua al cuello. Negocio es negocio.
Y hablando de Alemania… En la primera estimación de resultados de las elecciones celebras hoy, 23.11.2025, Alice Weidel, al frente del partido AfD, ha obtenido el 20,7 % de los votos, duplicando los resultados obtenidos hace cuatro años, (10,3%). Es el partido de ultraderecha de Alemania, apoyado por Trump y Elon Musk. Digamos, como curiosidad, que Alice Weidel, que se muestra en contra del matrimonio con parejas del mismo sexo y en contra de la ola inmigratoria que sufre Alemania, convive con una mujer inmigrante de Sri Lanka y tienen dos niños adoptados. Pequeñas contradicciones.
Por cierto, en las elecciones celebradas en Alemania el 14 de septiembre de 1930, el partido Nacional Socialista Obrero Alemán, liderado por Hitler, obtuvo el 18,25 € de los votos. Menos del porcentaje que obtuvo hoy Alice Weidel. Y en la franja de edad de alemanes menores de 44 años, estas elecciones las ha ganado el partido neonazi. Pues eso, saquen conclusiones.