Por Juan Jesús Ayala.
Siempre nos ha hecho gracia y compartimos risa con el personaje aquel que se hacía pasar como el sabelotodo, sin el cual y mediante sus remedios la vida se complicaba; pregonando de pueblo en pueblo toda serie de potingues, como el que hacía crecer pelo, cuando a él le faltaba buena parte de su pelambrera; lo mismo en tierras lejanas sin que se tuviera alivio radical para el dolor de muelas llega como el cantamañanas de turno y nos traía la carcajada al comprobar como sacaba de su maletín mugriento unas tenazas con lo cual aquellos de la comarca que estaban sometidos a un insoportable dolor hicieran cola para sacarse las muelas, a los que garantizaba que esas mismas muelas volverían a salir; cuando él carecía hace tiempo de algunos molares.
En las mesas de juego de los casinos de Oklahoma solía con sus artimañas ampliar su capital trampeando ciertos mecanismos que hacían que la ruleta, y no precisamente la rusa, después de vueltas y vueltas parara en la casilla que iba a dar millones dólares, sin percatarse que siempre en ese juego existía alguien más listo que le obligaba, en su afán de ganar y ganar, comenzara a perder viéndose obligado a solicitar crédito para en aquella noche loca de juego ir a por todas. Pero como en otras ocasiones, no tan fuertes como esta salió escaldado y su fanfarronería de tahúr prepotente cosechó pérdidas insospechadas.
Estaba acostumbrado a vivir siempre del cuento encontrando en el humo la mejor metáfora para ir escapando de la quema, así cuando veía a alguien que pudiera engañar tenía cierto cuidado de saber con quién se iba a jugar los garbanzos; no fuera se quedara en la cuneta de esa misma historia que fabricó con el humo de sus delirios y con la ilusión que estaba en el tramo final, a donde había llegado por la fuerza de sus poderosos impulsos.
La verdad que era un tipo impresionante, ya casi podía emular perfectamente aquel personaje que leímos en las novelas Rodeo a ser el sheriff del pueblo del lejano oeste que con su Colt 45 enfundado en una canana ribeteada y ajustada al muslo con un ligero correaje de cuero era el más rápido a muchas millas a la redonda no solo desenfundando si fuera necesario sino en la palabra hueca, con sonido a campana de viejo campanario, oxidada, pero que aún sonaba porque los que le seguían le ayudaban para que amplificara su sonido quedo y que se sintiera fuerte.
Era un personaje, en realidad que nos hacía gracia, derrochaba gestos, mezcla de perdonavidas y de alto tribuno romano que no descansaban en los músculos de su fisionomía, era lo que se dice un fenómeno.
Un día tras tenernos una temporada con el susto metido en el cuerpo y otro con la risa que nos producía susfuera de tono estudiado en el camerino de los personajes en busca de un autor, quería un atuendo o mascara porque pretendía arreglar el mundo y antes que llegara tarde porque los años iban avanzando empujándole a que no perdiera en ese empeño ni un solo minuto.
El tiempo se le acaba y quería cumplir porque había tenido un sueño como alguien a quien conocía por la historia, y poco le importaban que se le criticara, porque las criticas para él eran reconocimiento a su valía. “Acción directa” llegó a decir, donde esté la fuerza, ahí el poder y el éxito. Nos seguía sorprendiendo, pero cuando tenía una nueva sentencia que trasmitir no reconocía, que, al fin, había cumplido su tiempo, pero lo peor es que no se había dado cuenta por qué su cerebro testicular no le permitía dar con la cruda realidad.