Por Juan Jesús Ayala.
De la noche a la mañana, sin apenas esperarlo, Europa y Canarias que estaban protegidos ante la posibilidad de la lluvia de misiles por el paraguas otánico capitaneado por el magnate-político norteamericano, nos hemos quedado en el escenario del desconcierto, si saber hacia donde dirigirnos, si lo hacemos, ante un aluvión de drones mortíferos a refugios de momento inimaginables porque nadie esperaba esta situación, que nos coge con el paso cambiado o nos quedamos en el reino de Bahía.
Situación de pre-guerra donde se pregonaba hasta hace unos pocos días el definitivo alumbramiento de la paz perpetua kantiana; lo que siempre ha sido un puro cuento, ya que la gran paradoja y más en espacios de calentamiento donde suenan pasos agigantados hacia la carrera de armamentos tanto los que se habían quedado desprotegidos como el resto, los afinan para la destrucción estimulando las ambiciones de ciertos personajes que hoy mandan.
Y lo hacen desde escenarios imprevistos, poco comunes, donde las plataformas de la democracia, que son los parlamentos, permanecen como testigos mudos de una historia mal contada, sin resonancia en sus paredes un tanto enmohecidas donde las retóricas simplonas y barriobajeras suplantan a las atinadas dialécticas que por lo menos nos estimulaban a creer algo en personajes que tras palabras muchas veces atinadas nos obligaba a ello.
Hoy ni eso, el escondite, el eufemismo, el disfrazar las palabras ante determinadas acciones ponen en peligro el Tratado esperanzador de 1968 cuál fue el de No Proliferación Nuclear; aunque a la sordina aquellos que tenían dispositivos para aumentarlo, EE. UU., China y Rusia seguían en el empeño que la dominación del mundo vendría de esas trampas con las que pudieran sorprender a aquellos que se confiaron, pensando que el paraguas protector, no solo defendería como así lo hizo, durante 80 años de democracia, sino para siempre, como si dijeran: “Occidente que no se preocupe, que duerma la siesta que la OTAN velará sus sueños”. Imperdonable error.
Pues no, llegaron los que están, personajes inhóspitos intelectualmente, y peligrosos mundialmente; que sacan pecho sin disimulo alguno, endurecen el gesto y el índice de su mano derecha extienden como en las soflamas de los emperadores romanos y otros enfatizando con la seriedad anímica que caracteriza a la civilización oriental; lo mismo como los de más allá bajo la influencia de su filósofo de cabecera, Aleksandr Duguin, bambolean el cuerpo al caminar dando la impresión que en cualquier momento se nos caerá encima poniéndonos en situación de anoxia.
Hemos sido tan confiados, Europa, Canarias, que aun teniendo la posibilidad de hacerlo nos hemos comportado, como aquella sentencia de Bertolt Brecht sobre el personaje que estaba atravesando una tormenta de intensa lluvia, empapado de arriba abajo, pero que lo hacía con un gran paraguas cerrado bajo el brazo. Ante esto alguien que se cruzó en el camino le dijo:¡pero hombre como es que usted esté tan enchumbado de agua cuando lo puede al menos mitigar abriendo ese paraguas que tiene bajo el brazo!, le contestó, “es que quería comprobar mi nivel de resistencia, mi fortaleza y hasta donde podré llegar con ella”.
Al menos tenía un paraguas bajo el brazo, que en un momento de apuro podría desplegar, pero, Europa, Canarias ni siquiera poseen ese paraguas que algunos, ahora para construirse uno propio, tardará su tiempo por lo que de momento nuestra desnudez no tiene las condiciones para capear temporales inesperados y desagradables.
Es como si nuestra resistencia hubiese nacido agotada por exceso de confianza.