Foto: Isabel Barrera.

Aves migratorias en las costas de El Hierro

Por Juan Manuel Carmona.

Durante el presente mes de marzo las costas de El Hierro acogieron visitantes alados insólitos, desviados de sus rutas migratorias. En la playa del Puerto de La Estaca, la presencia de un robusto ánsar (Anser anser) concitaba la atención del paseante. Por alguna razón desconocida quedó descolgado del grupo de una docena de gansos que llegó a la isla. Por otro lado, los vecinos del Tamaduste quizás hayan reparado, alrededor del charco, en la figura del ostrero (Haematopus ostralegus), de cuerpo macizo y poderoso pico anaranjado, formidable lapero utilizado para percutir sobre lapas, burgados, percebes, cangrejos, etc. En ambos casos se trata de aves extraviadas, esquivando borrascas o arrastradas por el viento. Pero existen otras especies que todos los años pasan el invierno en El Hierro, como tantos turistas procedentes de Europa. Eso sí, la presencia de estas aves discurre apacible y desapercibida. Y eso a pesar de protagonizar algunas de las hazañas más asombrosas del mundo animal. Abordamos el fascinante mundo de las aves limícolas, exploradoras  del fluctuante hábitat intermareal. Grandes viajeras, consuman trepidantes periplos para alcanzar la isla, acumulando grasas los días previos al “gran viaje” que incrementan su peso hasta un 60%. 

De un indómito limícola criado en la inhóspita tundra ártica, lo menos que esperaríamos es que pasara el invierno transitando, como un turista más, aceras y calles de La Restinga o las piscinas de La Maceta. Este comportamiento peculiar, otro ejemplo de la fascinante capacidad de adaptación entre los animales, adoptado por el vuelvepiedras (Arenaria interpres) obedece al hábito de buscar comida entre los residuos del trasiego humano, llegando a ser alimentados directamente por las personas. Y es que, en cuanto a dieta, el vuelvepiedras resulta un limícola atípico, comiendo, casi de todo, fundamentalmente invertebrados (insectos, gusanos, cangrejillos, moluscos, etc.), pero también aprovecha carroñas, captura peces y  expolia huevos de otras aves. Precisamente, adopta su nombre por voltear piedras y amasijos de algas cuando busca comida. Formidable viajero, el vuelvepiedras vuela desde sus áreas de cría en el ártico (Canadá, Alaska, Groenlandia, Escandinavia, Siberia) para invernar en latitudes más benignas, alcanzando enclaves tan australes como Sudáfrica, Argentina o Australia. En general, fieles a los cuarteles de invierno, estos vuelvepiedras que visitan todos los años El Hierro podrían formar parte del mismo contingente. Apego reforzado por la esperanza de vida del ave, que supera los diecinueve años. Desde el año 2000 (diecinueve ejemplares censados) contamos con citas de vuelvepiedras en La Restinga. Objetivo de seguimientos periódicos, el dato más relevante fue aportado por una hembra observada en marzo de 2002, marcada con anillas de colores el verano anterior en la isla Ellesmere, en pleno ártico canadiense. El ave tuvo que volar 6.360 kilómetros para alcanzar El Hierro. 

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Más esquivo que el vuelvepiedras, el zarapito trinador (Numenius phaeopus) deambula en bajíos de La Caleta, Charco Manso, Tamaduste, Tecorón, La Restinga, etc. Estos ejemplares (en torno a la veintena) suelen pasar desapercibidos por su discreción y hábitos solitarios. Robusto, con casi cincuenta centímetros de longitud y medio kilo de peso, el zarapito presenta un largo y curvado pico, pinza de precisión para capturar todo tipo de pequeños animales (cangrejos, pececillos, etc.). Portento migratorio, puede solventar 5.500 kilómetros de distancia sobre el océano en vuelo directo de cinco días (146 horas) de duración, alcanzando puntas de velocidad superiores a los 80 kilómetros a la hora impulsado por vientos favorables. Este registro prodigioso fue obtenido de geolocalizadores acoplados a ejemplares de la población islandesa, una de las más numerosas de la especie.