En el camino de la historia: No todo es igual

En el camino de la historia: No todo es igual

Por Juan Jesús Ayala. 

Las calles apenas existían, los vehículos de motor en su afán por encontrarlas aunque fuera en el imaginario chocaban entre sí, resultando, al fin, que su chatarra  se desparramaba por impensables e inexistentes cunetas.

Los semilleros de lechugas, cebollino, zanahorias y rábanos desaparecieron del paisaje  aunque, menos mal, que en su lugar tomó presencia el rosal de siempre y el heliotropo con su aroma de vainilla que perfuman el ambiente los que con los espontáneos cuidados de la zorimba de las mañanas durante el silencio de los años  seguían indestructibles, primavera tras primavera.

Mientras, a la par, los angostos caminos que enaltecían su pequeño universo se encontraban invadidos por hierbas epidémicas que no cesaban en la destrucción identitaria de  la tierra.

No tenía nada que ver con aquella, otra hierba, que en su momento histórico fue artífice para estimular el comercio con sus tinturas azules sacadas al   desmenuzarlas por grandes ruedas de molino que proveían a las noblezas europeas, sobre todo, a Inglaterra y Flandes para teñir sus vestidos que mostraban  en sus fastos de alta alcurnia  o desde sillones de  mando y oropel.

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La prisa estranguló  la vuelta y el regreso a todo aquello que dio cierto esplendor  dentro de las posibilidades de un paisaje magnánimo que aún conserva en los surcos de su historia la semilla para que no llegue a la estación terminal en ese largo trayecto comenzado hace años.

Las conversaciones se ausentaron de plazas y mentideros, aunque de vez en cuando reviven como si estuvieran en pugna por los silencios que ocasionan   tímpanos obstruidos por mensajes simplones o por sonidos que más de agrado y sentimiento dan compañía al exabrupto rompiendo la palabra de los que aún cuentan sus cuentos y piensan en un soliloquio imperecedero aventuras de otros tiempos  que se remozan con la sonrisa o la carcajada espontáneas. 

Pero no dejemos que la identidad se disuelva, que las rutinas dejen su lugar  cambiándolas por otras no tan gratificantes: que las palabras sigan sonando en el diapasón del tiempo como si fuera el mejor campanario que desde la montaña trasmite su repique o desde aquella torre mayestática y cimbreante llega hasta los más alejados barrios del pueblo.

No todo es igual, pero en el empeño de descubrirlo, no solo fijemos la mirada en papeles de ida y vuelta que  tardan su respuesta sino que cuando llega no dice, es intraducible,  por lo que será el presente, el día a día donde en la palabra llana, sin subterfugios y cercana,  estará la respuesta que puede reflejar mejor que la inútil espera del tiempo, huyendo del mito de Ulises donde se enfatiza el fuerte malestar emocional que viven las personas que han tenido que dejar atrás su mundo por fracaso no solo el externo sino a  los que, sin traslado alguno, viajan dentro de si, por los vericuetos de la insatisfacción y frustración.