Por Juan Jesús Ayala.
El “Bailadero” está en la memoria colectiva de la isla de El Hierro como uno de los panoramas mitológicos y enigmáticos sobre el que se contaban cuentos de brujas que cuando te acercabas al lugar se hacía con algún temor; y algunos que llegaban a la isla con el afán de conocerla en su extensión querían con cierta ironía llegar a sus linderos por simple curiosidad para presenciar con un poco de suerte si el aquelarre estaba en pleno festín.
Siempre era un lugar que se pretendía desentrañar y el porqué de su nombre. Las Brujas se consideraban como seres que han hecho un pacto con el diablo o con fuerzas oscuras para obtener poderes sobrenaturales. Pudiera ser y dentro de la fantasía mitológica que por allí andaban o volaban, no se sabe, las tres de la mitología griega que se les representaba como hieráticas de aspecto severo y vestidas con túnicas, y colas: Cloto portando una rueca; Láquesis con un globo del mundo y Átropos con unas tijeras.
Hasta que un día con más tranquilidad y sabiendo que no íbamos a encontrarnos con esos seres evadidos del mito, uno de los dos que estaban deportados en El Hierro, por el contubernio de Munich en el verano de 1962, Iñigo Cavero, al que nos unió una cordial amistad, y que en democracia con Adolfo Suárez ocupó las carteras de Hacienda, Educación y Cultura, nos dijo que quería conocer al menos un lugar que le faltaba por reseñar en su diario de enemigo del régimen franquista y querría tener una noticia más cercana sobre el particular y por lo que programamos un día de calor intenso desde Valverde poner rumbo hacia el “Bailadero de las brujas” en el coche de nuestro amigo y pariente Pedro Ávila, siempre recordado.
Mientras íbamos por el trayecto, le manifestaba que el lugar hacia el que nos dirigíamos su nombre se debía, según relatos de personas de tiempos lejanos que le habían suministrado a José P. Machín, que las Brujas salían, sobre todo, por las noches entre festines ciertamente macabros y por el día espantaban al ganado.
Pero cerca de la Cruz de los Reyes, la bruma, que en la isla, corre de manera vertiginosa, hizo de telón que nos impidió ver el sitio con el esplendor deseado.
Tan es así que al sentirse nuestro compañero ciertamente frustrado y siempre en clave de humor convenimos, y por mi parte con más énfasis, que ese telón de espesa bruma quizás fuera motivado por las fuerzas de ciertas brujas que no querían fuesen vistas en su faena; y como muchas veces acontecía, sobre todo, en fechas de verano, se fue tan tranquilo como si efectivamente, desde la gratitud del paisaje hasta la llegada de la bruma fuera suficiente para abarcar y contemplar un espacio geográfico pleno de esplendor y de una belleza insospechada para un vasco que pasó por Castilla en cuyas estepas los árboles se esconden en una ausencia permanente
El Bailadero al borde de la carretera entre la raya de la Mareta y la del Cepón, hace que la isla se agrande sobre todo, en julio cuando la explanada de la Cruz de los Reyes se llene de pitos tambores, chácaras y “loas” donde el sentimiento se registra en las voces desde lo ancestral y mágico hasta una realidad palpitante como una de las ilusiones más esperadas.
Seguramente en ese día, Mal Paso y el Bailadero estarán descubiertos, sin bruma, donde los recuerdos se entrelazan entre amigos y familias, y la leyenda dé paso a un escenario pleno de retumbos, de risas, de lágrimas, porque la vivencia de la isla se estremece de manera imprevista y solidaria.
Es la magia de una isla que a nuestro amigo Iñigo Cavero, no dejó nunca de sorprenderle.