Por Juan Jesús Ayala.
No deja de ser motivo de sorpresa lo que rodea a la cueva de la Pólvora aun desde su origen, puesto que con cierta frecuencia se comenta que esta cueva había sido una especie de templo bimbache en el cual los antiguos pobladores de la isla desarrollaron magias y mitos, ya que en sus paredes de piedra caliza se perciben alguna que otra oquedad que hiciera pensar que este fue su uso ancestral.
Y bien pudiera ser, avanzando la imaginación que fue también en su momento histórico, reducto donde se depositaban dispositivosencarchutados con pólvora en tiempos que esta se tenía que camuflar en sitios abruptos, alejados y escondidos por si en un momento determinado las exigencias disponían poner en práctica su uso.
Y hacemos mención de esta especulación porque la cueva de la Pólvora, situado camino de Afotasa, debajo de la carretera que va para el pueblo de San Andrés es el topónimo, además, con el que se conoce el primer tramo que une la villa de Valverde con el Puerto de la Estaca y que en el devenir de la isla tiene su importancia histórica porque era uno de los pocos accesos que tenía la capital con el exterior, lo que nos hace pensar que en la cueva había algún tipo de material que debería estar guardado a buen recaudo.
Sin embargo, de todas las sorpresas que no pudimos desentrañar, andando el tiempo y en una caminata que hicimos recordando viejos caminos entre la villa y el puerto, sí que nos sorprendió un súbito revoloteo al entrar en la cueva de unos murciélagos que salían impetuosos de las grutas del techo lo que nos dejó perplejos, a pesar de que sabíamos que en Canarias la única especie que existe es un endemismo tinerfeño y que vive solo en las islas de Tenerife, La Palma y El Hierro.
Fue una sorpresa que nos produjo cierto espanto, pero abundando en su cometido nos informaron que no eran depredadores, sino que, por el contrario, aportan equilibrio al ecosistema, debido a que consumen grandes cantidades de insectos que se traduce en importantes beneficios económicos, ya que muchos de ellos son causantes de significativas plagas agrícolas. Tanto que los expertos llegan a decir que si no existieran los murciélagos, seguramente tampoco existirían las plantas, además, de reducir el riesgo de enfermedades zoonóticas que se tramiten al humano por contagio directo de determinados insectos que son devorados por los murciélagos.
La cueva de la Pólvora en El Hierro guarda un valor patrimonial de cierta relevancia que una vez rescatada en su día por el Cabildo para declararlo Bien de Interés Cultural por el Gobierno de Canarias ya ensancha los conocimientos sobre sus funciones y usos de una lección aprendida o ya dispuesta a desentrañar sus páginas. Y en especulaciones que pueda hacer cualquiera se encontrarán con realidades que se ignoraban, donde la dinámica de la historia de la isla sigue el camino de encontrarse así misma a través del estudio y también de manera súbita, como nos pasó con los murciélagos de la cueva de la Pólvora.