Por Juan Jesús Ayala.
Se puede llegar de diferentes maneras, tanto por su proyección profesional, como por su dedicación imparcial pero efectiva a la política, o por su trayectoria intachable pensando en la colectividad como fin prioritario, por su disposición argumental e intelectual abriendo espacios de conocimientos que permanecían, más que ocultos, ignorados, aunque nuestros pasos nos guiaban de forma imperceptible atraídos por su extraordinaria y decisiva influencia.
También nos encontrábamos con comentarios de otros que dedicados a su memoria o a su actividad nos llegan cargados de páginas en los libros de su historia porque bajándonos los capítulos de los recintos donde guardamos lo imprescindible aparecen como personas que influyeron hasta en el espacio íntimo de muchos con abnegación y responsabilidad.
Son los maestros de todas las épocas, desde la infancia, de la adolescencia, de la Escuela, la Academia, el Instituto, la Universidad, de las salas de disección con aquellos cuerpos sin vida, pero que seguían siendo fuente de conocimientos para los que teníamos de seis cursos, dos dedicados a prácticas anatómicas; de los quirófanos para que los alumnos ante anfiteatros plenos de luminosidad observaran como se intervenía con manos quirúrgicas sobre órganos que había que aliviar haciéndolo con pericia y maestría impecable, impartiendo a la vez enseñanzas de altísimo nivel.
Lo mismo que en las salas de Medicina Interna, donde la sabiduría no cabía más en aquellos profesores que desplegaban diagnósticos y tratamientos con una certeza bien estudiada y altamente experimentada.
Y en el discurso, en la oratoria que transitaban por las tribunas de Ateneos y Academias donde sobresalían sus atinados argumentos que echaban para atrás las falsedades de otros qué encogidos pronunciaban frases que si tenían algo de enjundia no era más que disonancia y carencia de significantes fuera de tono.
Llegábamos porque lo esperamos siempre, con una dedicación imparcial porque de sus tinos y reflexiones no salían cuentos, no eran páginas en blanco, los renglones de sus letras eran esperadas porque apoyándonos en ellos llegaríamos al libro, a la enciclopedia, al texto publicado desde la cátedra de medicina o desde las tribunas de la filosofía que no tenían por qué estar en desnudas paredes adornadas con tapices multicolores; solo bastaba para encontrarnos los mapas del mundo, las laminas en las que abundan inscripciones o figuras con fines formativos y didácticos de un aula donde los estilos que pudimos aprender eran cercanos, diferentes, pero dentro de la misma categoría, universal, rompedora de atavismos, impulsora y plenas de conquista de los conocimientos que fueron cimentando personalidades que se construyeron a través de sus empeños insobornables luchando en contra de enemigos cargados de envidia, plenos de ignominia y al borde de un cicaterísimo intelectual depredador.
Para llegar a una persona son múltiples los caminos que se pueden desandar, también los deseos, la suerte de tenerla, pero, sobre todo, debe estar por encima de cualquier consideración, el respeto, del que se hizo acreedor y en esa tesitura hay personas de las que siempre se tuvo la necesidad de llegar y si se llegó podemos decir que el triunfo fue reconfortante porque sin ellos sería difícil romper tramas, acercar posiciones; y cuando hablo de triunfo lo hago del más lineal y creativo que existe: ser partícipes de sus decisiones y enseñanzas; y ya que tuvimos esa oportunidad, no haberlos esquivado mirando para otro lado.