Por Juan Jesús Ayala.
Mi tío, José Francisco Hernández Ayala nació en 1858, fue párroco de Valverde y Arcipreste de la isla durante más de 60 años, hasta su muerte en 1943. Al ser propietario de tierras no dejó de preocuparse por aquellos menesterosos que acudían en solicitud de ayuda. Además, fue único heredero como sobrino del médico herreño, titular del ayuntamiento de La Laguna, Gaspar Quintero Magdaleno que hizo acopio de una considerable fortuna mediante el ejercicio de su profesión que le permitió favorecer a parientes con dificultades económicas y a ciudadanos que procuraron emigrar a América facilitándoles dinero para sus traslados; y nunca cesó de hacer considerables regalos destacando el majestuoso reloj de la iglesia, así como el dinero que dispuso para la terminación del cementerio de Valverde. Tras su muerte en 1883, sus restos fueron trasladados por su sobrino, José Francisco, a la parroquia de Valverde, cuya sepultura se encuentra junto a un altar y más tarde se le dio su nombre a la calle principal.
En los tiempos que vivió mi tío José Francisco se sucedieron determinadas turbulencias políticas con distintas familias enfrentadas por el poder, epidemias y sinsabores que entre todos fueron atemperando y siempre con la confianza plena en la serenidad y carácter bonachón del cura.
Pero todo se le enredó y fue su máxima preocupación ante episodios que imaginó no iban a tener la trascendencia que tuvo, y bien grande; ya que según nos cuenta Darías Padrón, este se universalizó traspasando más allá de los 278 kilómetros cuadrados de la superficie de la isla, por unos disturbios que se sucedieron donde el párroco se vio implicado al ser el máximo responsable.
En el año 1896 y como la Bajada tendría lugar en 1899, percibiendo que la imagen de la Virgen de los Reyes se encontraba algo deteriorada, secretamente procurando que nadie se enterase envió la imagen a la Orotava dado que allí se encontraba un afamando escultor, don Nicolás Perdigón, el cual mejoró bastante su rostro. Una vez terminado por el citado escultor su trabajo, de la misma manera y sigilosamente como le llegó de la Dehesa, partió de la Orotava hacia su santuario donde dentro de unos días, el 23 de septiembre, se celebraría la fiesta tradicional cuando los caminos de la isla se llenan de faroles iluminando el que se dirige al santuario de la Virgen.
Y ahí comenzó el problema y descrédito de algunos hacia don José Francisco, el cura herreño. Determinados peregrinos notaron cierto cambio en la imagen, con lo cual despavoridos salen del santuario, según Dacio Darías, exclamando ¡esta no es nuestra madre!. Este episodio pasó desapercibido y mi pobre tío pensó que todo iría bien; pero en el próximo mes de enero que se celebró otra romería, la exclamación toma más cuerpo de alto desagrado, que ya enfadados, gritaban que no era su virgen, que era otra y fueron directamente a señalar como culpable al párroco que la verdadera la había vendido por alto precio y que estaba en una iglesia de La Laguna.
Las críticas arreciaron contra el párroco, que se vio en apuros al decirles la verdad, que la había enviado a la Orotava para que la retocaran. Pero nada de nada, fue tanto el clamor en contra del párroco que el alcalde del momento, Enrique Sánchez Cruz, no solo por propia voluntad, sino coaccionado por el descontento de los vecinos se ve obligado a traer la imagen de la Dehesa y depositarla en la iglesia de la Concepción para que fuera reconocida por los que eran aficionados a la escultura, Juan Bautista Padrón y Matías Padrón y Padrón que ya le habían puesto con anterioridad alguna que otra mano de barniz a la imagen, declarando, que efectivamente era la imagen primitiva de la Virgen de los Reyes.
Daba la impresión, que ahora sí, que este asunto estaba cerrado y que el tío José podía dormir tranquilo y con el respeto que siempre había tenido de sus feligreses. Sin embargo, erre que erre, el conflicto se acrecentó y las manifestaciones se propagaban por esquinas y mentideros por lo que el alcalde se vio obligado a declararse en sesión permanente hasta que se estudiara con más precisión la manera como arreglar este asunto, llegando a la conclusión de nombrar una comisión que llevara de nuevo la imagen a la Orotava con varios vecinos incluido el párroco que se ofreció voluntariamente a sufragar los gastos, ya que vio que pocas personas se compadecían de su delicada situación.
Una vez en la Orotava, el señor Perdigón efectúo unas mínimas maniobras y ante la comisión apareció en su primitivo estado, con lo cual el asunto quedó aclarado.
Refiero este capítulo de la historia de la isla que ha sido tratado tanto por Darías Padrón, Venancio Acosta, o Carlos Quintero, por citar algunos, porque el verdadero motivo es recordar y acentuar en este conflicto como las actitudes furibundas y empecinamiento de algunos intentan prevalecer ante la bondad, ingenuidad y dedicación de otros, como la del párroco, don José Francisco Hernández Ayala.