Por Juan Jesús Ayala.
La isla ha recorrido el mejor camino posible para encontrarse con todo su esplendor de isla que espera, que sabe esperar. Transcurren ocho años y su prolongación es tan audaz, tan consecuente que en sus mejores ropajes no olvida ni el más mínimo; el amigo que inesperadamente te saluda, que ante la perplejidad de un insospechado encuentro le das un fuerte abrazo; el recuerdo que mientras las chácaras, pitos y tambores y aquellas loas recitadas con el más puro sentimiento en el llano de la Cruz, te envuelven toda una vida plena de vicisitudes, de alegrías y hasta de pena por los que no están, los que fueron amigos del alma, que acuden a la memoria no en tromba como si fuera una turbulencia de retazos imborrables sino con la pausa de un nuevo cuento, de una anécdota que conocías, pero que insistías que fuera él quien la relatará porque su risa seguía siendo contagiosa y estimulante, que aunque uno fuera traspasando distintas rayas seguíamos el mismo camino desde la Ermita de la Dehesa, y con noche en la Cueva del Caracol pasando por linderos y metiéndonos en el corazón de Tiñor, donde Ajare nos esperó para juntos y con el ligero viento de San Juan volver a encontrarnos y aun en el comienzo de la fiesta que nos conducía hasta el nuevo retumbo dentro de la iglesia de la Concepción, donde la pena envuelta en un recuerdo que comenzaba a gestarse nos dejaba una alegría donde nos situábamos en un nuevo tramo de nuestro propio camino, ahí sí qué diferente, pero alentado, por el desenfado, por ser partícipes de un sentimiento como herreños y hasta como canarios universales, porque en esos tramos del camino, en las nuevas conversaciones que retrocedían en el tiempo fuimos capaces de abarcar el pasado y el presente para impulsar un solo camino, el que nos espera en el julio de 2029 y si pudiera ser antes, en mayo de ese mismo año no estaría nada mal al ganarle algo de tiempo a la vida.