Por Juan Jesús Ayala.
Los pastores de la Dehesa recogieron de unos marinos que estaban a punto de naufragar, la imagen de una virgen que posteriormente llamaron de los Reyes custodiándola en la Cueva del Caracol desde 1546 hasta su llegada al santuario en 1577, aunque después de esa fecha algunos pastores ya ancianos siguieron teniendo la Cueva como lugar emblemático a la que nunca abandonaron.
Está en lo alto de la ladera, entre tuneras, piteras, calcosas y tabaibas. Es como un caracol acostado, ladeado, que se hubiera cansado de echar su baba para petrificarse en el cuerpo de la roca dura.
Los niños que aún quedaban, muchas tardes correteaban entre sus vericuetos para no darse con los bajantes del techo. Y algunos días se hacían merendolas y excursiones que tenían como destino la Cueva del Caracol. Porque la cueva tiene su leyenda escrita en los pliegos del viejo libro.
La cueva guarda en el silencio de su aire húmedo el calor vital de una raza ancestral. Y hasta ella llega el niño porque no entiende a los otros. No quiere jugar con ellos a los juegos de siempre. Él es un trozo de leyenda, una columna de aire que busca la piedra para desentrañar los cuentos del abuelo, viejo pastor, que habla de los interrogantes de la Cueva del Caracol.
Allí, hace un montón de años, vivieron gente de la orilla del mar, gente de los cantiles que desde la lava marina subieron a la ladera. Y no por miedo a las olas. Ni a los vientos. Ni a las mareas. Los barcos de vela y los piratas fueron los que amenazaron sus vidas y su paz.
Y en la Cueva del Caracol formaron un pueblo sobre el que el abuelo siempre repetía que en ella vivieron nuestros antepasados.
Y el niño, mientras los otros jugaban, contempla las grietas de la cueva por ver si su rostro está entre los dibujos de la piedra o si su gesto permanece difuminado, escondido entre el aire frío de la gruta.
Pero si logró entrever entre el musgo una imagen que apuntaba hacia adelante, hacia el futuro donde en el libro del abuelo sí que la había visto, lo que apareció pintada en otras cuevas más pequeñas, sobre la que los otros niños decían que lo habíanhecho los habitantes de laorilla, los que se refugiaron en la cueva procedentes de otras tierras.
La lluvia de los inviernos y el sol de las primaveras borraron aquellas pintadas. El musgo volvió a crecer de nuevo cubriendo las paredes de la cueva.
Los otros niños volvieron a jugar cada vez menos a lo de siempre, mientras que él volvía cada vez más a empaparse de leyenda para continuar desenredando el misterio de la
Cueva del Caracol, rompiendo con el martillo de sus conocimientos el enigma de la roca, por lo que está más cerca de comprender los cuentos del abuelo y su intimidad, es ya una nueva página de la historia del pueblo.