En el camino de la historia: Entre las brumas de la isla

En el camino de la historia: Entre las brumas de la isla

Por Juan Jesús Ayala. 

He vuelto a releer el libro de Cristina Junyent “Entre lajiales y brumas”que vienea ser una historia de la población de El Hierroatravés de sus matrimonios donde incide que los lajiales dan estructura a la isla y que las brumas proporcionan el agua queha sido un empeño ancestral de los herreños paraobtenerlacomo recurso prioritario y necesariopara su subsistencia.

Lo que enfatizaen el preludio del libro citado,nuestro recordado amigoy médico excepcional,Juan Ramón Padrón Pérez, “El Hierro no se explica sin la bruma. Por ella se entiende el garoé, ese goteo constante que permite el alimento de los bimbaches, ese goteo que mantiene a los herreños expectantes”

Por mi parte siempre me ha llamado la atención y me detengo en las brumas, en sus  características, sobre todo,  la velocidad, que se percibe  cuando dejas atrás un paisaje que entusiasma,y al momentodesaparecen; han estado ennuestra compañíaen el horizonte lejano y en unos pocos minutos  ya encima descolgándose como una leve sorimba.

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Y pasa en cualquier rincón por muy insospechado que sea cuando con la avidez de siempre te metes en el corazón de la islay pretendes en el trayecto programado abarcar desde el mar hasta la cumbre, desde Temijiraque hasta la cresta de Malpaso, y desde arriba hasta el Faro de Orchilla donde el silencio se  hace agobiante por la inmensidad de la lava y la tranquilidad de un mar quieto, apenas  sin  olas. Escapas  y te cuelgas  en el paisaje sobre Jinama o la Peña o alongado  en el mirador de  las Playas y de Isora, y comprobamos que las brumas de la isla, están ahí, no tienen pereza, corren a una velocidad de vértigo que  usurpan la contemplación y las ansiasque quiere desparramarse por todo aquello que se pretende atrapar para recreo de la mirada que se conduce por los recuerdos  que se apelotonan en la memoria.

Y es que las brumas siguen igual, aceleradas e impulsadas por un viento desproporcionado que hacen, se  nos interpongan como un manto agobiante, que aunque pretendamos taladrarlo con ojos ilusionantes se  anticipan como un  telón algodonoso frustrando la aventura de la  mirada.

Las brumas de la isla siguen igual que entonces, no han cambiado y volvemos a quedarnos con la curiosidad, el porqué de esa velocidad a la vez que se siente cierto temor de hacer la pregunta que motivase arrincone y se deje para la próxima vez y volver a sentir la gratitud con el encuentro de todo aquello que nos ocultan  y nos quitan.

Como bien acierta, Juan Ramón, efectivamente, ”El Hierro no se explica sin la bruma”.