Crónicas pretéritas de mi isla de El Hierro.
Por Donacio Cejas Padrón.
Desde mi ya lejana niñez, le he dado muchísima importancia al trabajo de la piedra en nuestra isla, tanto en lo que se refiere a la construcción de nuestras casas, como a la admiración que siempre me han producido la infinidad de paredes de piedra que surcan todos los campos de nuestra isla, para separar los cercados, huertos y canteros, marcando los límites de las propiedades.
En las zonas pendientes o “enladeradas”, como se dice en nuestra isla, causa admiración el esfuerzo que tuvieron que hacer nuestros antepasados subiendo piedras, grandes y pequeñas, para “encanterar” los terrenos y lograr hacerlos productivos, frecuentemente para plantar viña, y también para hacer huertos donde plantar las papas, frutales, etc. Especialmente siempre me he fijado en las partes altas de Los Llanillos, Sabinosa, Los Corchos, en su parte alta, y en otros muchos lugares, y realmente resulta admirable el esforzado trabajo realizado.
En lo que a construcción de nuestras antiguas casas, por toda la geografía de nuestra isla hay muestras muy evidentes de la sabiduría de los antiguos maestros pedreros, como se les decía entonces, para construir tan hermosas viviendas de piedra seca, que todavía siguen a pesar de los tiempos transcurridos en perfecto estado de conservación y prestándose a ser habitadas por las generaciones del presente. Otras por abandono se han ido deteriorando, pero por todos los pueblos de El Hierro siguen dando constancia de la sabiduría con que fueron construidas, y gracias a Dios muchas de ellas se han ido restaurando y rescatando para diversos fines, algunas de ellas como Casas Rurales para explotarlas turísticamente y otras para el simple uso familiar y doméstico como primera o segunda vivienda.
Normalmente, nuestras antiguas casas de piedra seca, usaban como refuerzo y elemento de amarre en los ángulos o "esquinas" unas piedras más largas, trampeadas entre sí, que garantizaban la verticalidad y fortaleza de la construcción, usándose en muchos casos piedras de material más duro y consistente como las recordadas "esquinas de La Lechera", extraídas con gran esfuerzo de una cantera que existe en la subida del Risco de Jinama, precisamente donde llamamos "La Lechera", y que recuerdo perfectamente cuando bajaban aquellas largas piedras en bestias hasta La Plaza para después ser transportadas a otros lugares, creo recordar que estas piedras de La Lechera tenían propiedades refractarias y se usaban para la construcción de hornos en las panaderías de la isla, y para algunos pequeños hornos caseros.
Creo no equivocarme al decir que los arcos, esquinas y columnas de nuestra bella Iglesia de Frontera están construidos de piedras de La Lechera, y si bien antes estaban encaladas y pintadas de blanco, desde hace algunas décadas se han dejado al descubierto y lucen impecables y sabiamente colocadas, en perfecto enganche unas con otras dándole a nuestro Templo un empaque de buena arquitectura.
Recientemente, ha vuelto a resurgir la moda de la piedra, y han aparecido de nuevo bastantes maestros pedreros que con sus obras van dejando para la posteridad el testimonio de su sabiduría, a la vez que enriquecen el paisaje de nuestra isla, no me atrevo a dar nombres, ni de los de antes ni de los de ahora para no incurrir en algún error u olvido, sencillamente, he querido resaltar en esta modesta crónica el valor y la admiración que para mí siempre ha tenido el uso de la piedra en la arquitectura y paisajes de nuestra isla.