En el camino de la historia: Cosas que quedan atrás

En el camino de la historia: Cosas que quedan atrás

Por Juan Jesús Ayala. 

Las risas, las ansias de una vida distinta, las diferentes maneras de entenderla, sin rodeos, directa y como es, sin apartarnos de su esencia genuina y que se quedan apretujadas en los recintos de la memoria.

Y la memoria muchas veces estalla como si fuera un volcán dormido, apareciendo en la tramoya, no virtual  las realidades que se quedaron atrás y que brotan, no para darnos envidia de uno mismo, sino para situarnos en el ciclo vital. Atrás quedan las conversaciones desenfadadas, los argumentos exentos de circunloquios y de golpes bajos, y si el abrazo sincero y las miradas que si se pierden no es por nada sino  porque el horizonte, la fuerza que tiene hace que te imante y vayas hacia la lejanía, en su búsqueda y con las palabras que aunque a muchos no les presten atención, sí que te sugieren cuestiones

Y quizás más las que te empujan a pesar sean aquellas que se enrocan en la isla, la que habla de ella, la que sin mentiras ni trampas se esfuerzan en revitalizarla, aunque ya se sabe, es muy difícil el empeño, casi nulo que tienen esas palabras  y esos deseos.

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Atrás quedan las ideas que un día se pusieron sobre la mesa, y la mesa era de madera sencilla y rústica; las ideas  que brotaron desde dentro con el ímpetu que era capaz la juventud, y que ilusionaron, que se quedaron algunos sujetos a ellas y que al día siguiente aún no se habían olvidado, sino que se recordaron otra vez, por lo que deducimos  que habíamos formado un grupo, un grupo que pensaba lo mismo, animoso y capaz de conquistar el mundo. Nuestro pequeño mundo teñido de esperanzas inalcanzables, pero que no nos aminoró ni la marcha de la imaginación ni el ímpetu de nuestra ilusión.

Atrás quedan, sin embargo, y no para sentirnos frustrados, sino para deleitarnos   con  la espera, la espera que representa estar en el camino y este se nos graba en la geografía de nuestra memoria; y no queremos perderla, que siga cantando, que siga siendo el mejor registro de todo aquello que si queda atrás, no por eso queremos orillarlo, sepultarlo, sino revitalizarlo para que tome presencia y para que nos encuentre como el personaje principal de todos los cuentos del mundo y de todas las novelas que se pudieron escribir y que nunca leímos, pero que no hizo falta porque el sentimiento errante capacitó al intelecto para el ensueño y la fabulación.

Así es la isla, sus personajes entrañables, los de ayer y los de hoy.