Por Juan Jesús Ayala (Filósofo).
La hospitalidad desde tiempo inmemorial ha estado sometida a sus ritos, así el filósofo Jacques Derrida reconoce en su modelo teórico dos tipos de hospitalidades; la restringida la cual se confiere esperando algo a cambio y la generalizada que es la que buscan los inmigrantes aunque rayando en la utopía desde que se considera la hospitalidad como elemento ideológico de control del extranjero.
Los actos violentos sucedidos en Torre-Pacheco se acercan al modelo de Derrida donde determinadas fuerzas políticas pretenden reforzar su marchamo ideológico con un énfasis exacerbado que va más allá de lo asumido por el respeto debido a las relaciones de convivencia.
De ahí que la inmigración como fenómeno sociológico-político se haya convertido en una de las máximas preocupaciones del mundo occidental, difícil de abordar y adecuar una solución satisfactoria dada la cantidad de variables que en el incide.
Se pregona sin ningún tipo de ambages que los países receptores de inmigrantes deben poner cotas y frenos a esta marea humana, lo que es ir contra corriente, puesto que una de las características indelebles e indestructibles de la especie humana, el sedentarismo, no es precisamente una de sus condiciones genéticas, ya que camina, salta fronteras y conforma países.
Y si en África se sitúa la aparición de la especie donde se erigió el primer hombre, imaginemos la cantidad de encuentros que se han producido para ir determinando las diferentes culturas. Fue la inmigración la que favoreció el nacimiento de los pueblos como también lo que se tuvo entre las cuerdas para evitar la aculturización y trasvase de valores.
Cualquier acontecimiento inmigratorio ha generado conflicto y a pesar de leyes y más leyes de extranjería continúa generándolo, por lo que el egoísmo de grupo y la xenofobia son constantes antropológicas culturales muy anteriores a otra forma social de convivencia
Y ahí se tendrán que aplicar políticas que enaltezcan la dignidad humana y no caigan en el disimulo actuando como parches en saco roto que se ha ido gestando a lo largo de los años que puede definir a ciertos grupos como clanes de poder donde el forastero tiene a veces una condición donde los ritos de la hospitalidad se violentan condicionados por el trapicheo y negocio de la inmigración poniendo en duda quienes hoy son forasteros a los que debemos hospitalidad.
Se ha dicho hasta la saciedad que todo ser humano debe considerarse como ciudadano del mundo, y dicho así, como paradigma es tambaleante porque el mundo con todos esos ciudadanos que tanto dicen quererse y amarse no han dejado jamás de guerrear unos contra otros haciendo del planeta un cementerio del horror.
Por tal motivo hay que profundizar tal como ha propuesto, Adela Cortina catedrática, en estos momentos Emérita de Ética y Filosofía Política de la Universidad de Valencia, por una teoría capaz de convertir el conjunto de la humanidad en una comunidad basada en la solidaridad donde nadie quede excluido, o sea merodear siquiera en los aledaños de lo utópico, ya que estando ante una globalización económica, "bregar por una globalización ética, por la mundialización de la solidaridad y la justicia es la única forma que en una comunidad humana quepan todas las personas y todas las culturas humanizadoras”.