Por Juan Jesús Ayala (Filósofo).
Se había desatado con anterioridad a los incendios y con más virulencia durante estos, un debate sobre los sueldos y capacidades de aquellos que dedican su tiempo a gestionar la cosa pública. Por un lado, están los que defienden que poseer un título universitario es fundamental para optar a un cargo público, y si es emitido por Oxford o por Harvard, mucho mejor que si fuera por la Universidad de Salamanca, ocho veces centenaria.
Y, por otro lado, están los que insisten que para desarrollar una actividad política, lo importante es la responsabilidad y la fortaleza de sus convicciones, que para ser íntegras deben ser discutidas como propone Manuel Cruz, catedrático de Filosofía Contemporánea, además, de otros cargos de relevancia política representando al PSOE, destacando la presidencia del Senado entre mayo y diciembre de 2019.
A las convicciones generalmente se les da un alto vuelo, que se diluye en las tinieblas de la ignorancia, por lo que tendríamos que hacer la pregunta: ¿cuáles son estas? Pudiera ser, como lo demuestra la evidencia, una especie de balbuceo que se generaliza como jerga significativa, dándole un alto valor político,alejándose de las potencialidades de una acción que se reconoce por sacudir las verdades establecidas con una eficacia capaz de mover y de compartir.
De la misma manera, la responsabilidad también levanta su vuelo camino de las tinieblas de lo ignoto. Y habría que tener claro si quien ejerce y dice ser responsable responde al discurso propio, autónomo o a laobediencia debida a quien lo ha situado en un determinado cargo público.
Nos podemos encontrar en el campo de la política lo que Max Weber enfatiza como la ética de los principios y la de la responsabilidad, que en su libro “El político y el científico”, le lleva a una conclusión, quizás la más satisfactoria al estudiar como a través de la historia ha emergido, afianzándose, una nueva categoría social de un tipo de persona que denomina “político profesional”,que es la que obtiene de la política su subsistencia, vive de ella y para ella.
Y no andamos muy lejos de esta situación.
Se ha propiciado la caza del defraudador, del curriculum que dice tener y no tiene, como del que alega ser portador de plenas conviccionesque no sabemos cuáles al poner su sentido al servicio público, pero sin el adorno de palabras huecas, sin frases altisonantes sino con plena autonomía que no le hagan sucumbir como profesional que vive de sus ingresos sino desde del propioespacio donde se mueve su intimidad.