Opinión

Crónicas pretéritas: Buenas lluvias en febrero

Por Donacio Cejas Padrón.

En estas últimas semanas hemos tenido el regalo de la naturaleza de unas lluvias de moderada intensidad, que si bien no han sido  tan abundantes como se necesitan, si es verdad que han mojado nuestros campos que ya empiezan a lucir su manto verde propio de esta época del año.

Antaño las lluvias empezaban desde septiembre, a tal extremo que a veces llegaban a estropear las uvas del monte que aún no habían sido vendimiadas, incluso llegando a dañar bastante las uvas, y yo recuerdo ver a la gente vendimiando al mismo tiempo que  llovía, las pobres bestias con sus serones a cuesta y el agua escurriéndoles por sus patas, aunque también es verdad que esas lluvias tempranas le venían muy bien a los vecinos para que sus aljibes  recuperaran   su nivel de agua  después de la merma producida por el consumo en el verano, y también le venía bien a las tierras para poder plantar con humedad las papas tempranas, y también se decía entonces que las lluvias de septiembre prácticamente garantizaban la buena cosecha de las papas de Nisdafe.

El día de  La Fiesta de Los  Reyes, el 24 del mes, marcaba el fin del verano, y era época en que los vecinos de los pueblos altos de la isla  regresaban a ellos, y comenzaban las labores de laboreo de la tierra con vistas a las plantaciones de cebada y otros cereales.

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Pero los tiempos han ido cambiando, cada vez llueve menos en nuestra isla, y en los últimos años esa falta de lluvias se ha venido acentuando, y los árboles y otros cultivos como la misma viña empiezan a mostrar signos alarmantes de debilidad que de seguir las cosas así, pronto se secaran, ya en algunas zonas de nuestro Valle hay parcelas donde la viña y los durazneros han desaparecido, así mismo muchos almendreros, cirueleros, perales, damasqueros etc.

Bien es verdad que los pozos y las desaladoras siguen alimentando la balza y con la gran red de tuberías se están manteniendo los cultivos  tropicales que ya  se han ido plantando en el valle, pero tal sistema de riego eleva considerablemente los costos, y todo ello va empeorando la economía de los agricultores de Frontera.

Por eso estas lluvias de febrero, han sido una bendición  para nuestros campos, ya se percibe el color verde de los paisajes, y los frutales, especialmente los durazneros, se están cubriendo de flores anunciando una nueva cosecha. Quiera Dios que en los próximos meses de marzo y abril continúen las lluvias, y no se repita él viendo tan desastroso que por estas fechas suele hacerse presente en nuestro valle.  Dios lo quiera

En el camino de la historia: La Bajada de 1957, la primera de nuestra juventud

Por Juan Jesús Ayala. 

Fue la Bajada de 1957 la primera de nuestra juventud, por lo que deseábamos que  el mes de mayo apareciera pronto en el almanaque y no solo por los acontecimientos que imaginábamos se iban a producir, sino por el empeño de llegar a La Dehesa la víspera haciendo el recorrido de ida y vuelta, pasando la noche en la Cueva del Caracol. 

Fue una caminata que deseamos hacer con nuestros recordados amigos, Fernando Ribera, Pepe Reboso, Manolo Trujillo, Luis Espinosa, Ceferino Sánchez, mi primo Ramón Ayala y algún otro que se me hace difícil recordar. 

Salimos de Valverde al amanecer  rumbo al Mocanal  para una vez  que subimos  la cuesta de Betenama adentrarnos en la mole de Los Lomos dejando atrás el lugar donde se encontraba el Garoé, abarcando con la mirada la comarca de Azofa y la inmensa planicie de Nisdafe donde las amapolas se entremezclaban entre los trigales y las vainas de las habas daban al ambiente una serena gratitud.

Bordeamos la cresta de Malpaso teniendo a nuestros pies las imponentes laderas de El Julan que seguían soñando historias de pastores  y  de navíos.

Y una vez pasando  por las “rayas” del “Cepón” “Binto” “Tegeguate”, “Las Cuatro Esquinas”, llegamos a La Dehesa al atardecer y saludando algunos peregrinos del Valle del Golfo y Sabinosa que iban a hacer noche en las dependencias aledañas a la Ermita nos dirigimos   hacia la Cueva del Caracol para pasar la nuestra. 

La noche  en ella  fue de un frío intenso que  nos hizo incapaz de dormir ni siquiera unos minutos. Y gracias a los destartalados pesebres de las cabras y ovejas donde pudimos resguardarnos algo, pero ni por esas. Menos mal que las jaranas y las risas como era de esperar tomaron presencia y hasta el miedo de coger la neurotoxina  tetánica no nos abandonó dado los excrementos  que se esparcían por el lugar. 

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Recuerdo que en los silencios que se producían y mirando la luz tenue de los mechones de tabaiba seca  en los rescoldos de la cueva, uno imaginaba retazos de la historia de la isla, y en aquel momento se inventaba arrinconando tal vez alguna que otra cuestión que nos decían los historiadores y que no acabamos de comprender. Uno que cuestionaba los moldes de lo establecido y roto el silencio hasta se discutió por qué fue la Cueva el primer recinto de la patrona herreña. Quizás fueron impulsos de la juventud de entonces que hacía se disparara la imaginación soñando otras leyendas que pudieran adecuarse a los diferentes tiempos históricos. 

Pero lo cierto  es que  la noche de la cueva del Caracol de aquella primera Bajada tuvo un aspecto significativo en el acontecer de la vida de un muchacho de diez y seis años. Y cuando  ya ha trascurrido demasiado tiempo,  el recordarlos funciona como un viejo impulso que aún vive en el inconciente y que se desarrolla como frustración de un deseo hoy inalcanzable.

Fue una Bajada que hemos situado en los mejores recuerdos donde el “mantel” de la Cruz de los Reyes se hizo único abarcando toda la explanada para una vez que refrescamos la garganta por el polvo del camino con las botas de vino y la exquisitez de las quesadillas herreñas se reiniciara el camino hacia la Villa donde había que llegar a las siete de la tarde. 

Y así fue, llegando la comitiva a la montaña de Ajare nos despegamos de ella para contemplar desde la distancia el inigualable espectáculo engrandecido cuando  peregrinos y bailarines con sus chácaras, tambores y pitos inundaron de sentimiento el recinto de la iglesia de la Concepción donde se nos puso un nudo en la garganta y el retumbo de vivencias ancestrales se estiró hasta el infinito.

Crónicas pretéritas: Ha cerrado sus puertas la tienda de Las Lapas

Crónicas pretéritas de mi pueblo de Frontera. 

Por Donacio Cejas Padrón (2006). 

En meses pasados cesó en su actividad la tienda de Las Lapas, la tienda de D. Rafael El Panadero, la tienda de Da María, la tienda de Benedi, con todos estos nombres ha venido siendo conocida esta tienda de ultramarinos, tras más de sesenta años de actividad en el pueblo entrañable de Las Lapas, seguramente sería uno de los establecimientos más antiguos de El Golfo y de nuestra Isla de El Hierro. 

Según las noticias que he podido ir recogiendo, se inició D. Rafael Armas en la profesión de Panadero en Los Mocanes, en la casa de sus padres, soltero a su regreso de la Argentina a la cual había emigrado siguiendo la costumbre entonces de los jóvenes de El Barrio, pronto contrajo matrimonio con D" María y se trasladaron a Las Lapas a una pequeña casa que había comprado D. Rafael, en la cual construyó su horno para seguir en la actividad de panadero, pero al ampliar la referida casa se engrandeció el negocio con la apertura de su tienda de ultramarinos como se le llamaba entonces, y la cual fue regentada por D" María desde los primeros tiempos.

La referida tienda, muy surtida entonces y de acuerdo a las circunstancias del momento, atendía los clientes de Las Lapas, Los Mocanes, Las Puntas, y bastantes también de los barrios de El Lunchón, La Carrera e incluso de Los Corchos, que además de ir a efectuar sus compras allí, le vendían el queso, los duraznos, los higos pasados, etc., con lo cual se establecía el trueque tan frecuente por aquellas épocas para la subsistencia de las familias.

Era la tienda de Las Lapas un comercio mixto, pues además de víveres, ofrecía ropa, calzados, pescado salado, sirviendo incluso de librería para atender a los niños de la escuela de Las Lapas muy próxima, en casa de D. Ramón Méndez en la calle que hoy lleva el nombre del querido maestro D. Francisco Ardevol. Por aquel entonces funcionaba en Las Lapas la Oficina Sindical, regentada por D. Valentín Padrón, en ella se cobraba el subsidio familiar, y era frecuente que nuestras madres al ir a cobrar el subsidio pasaran por la tienda a cancelar las deudas pendientes y efectuar algunas otras compras.

Era D. Rafael Armas sin duda alguna un hombre visionario, y aun contando con su establecimiento comercial y sus fincas, tuvo la idea de emigrar por unos años a La Argentina de nuevo, con toda su familia con el firme propósito de que sus hijos pudieran estudiar algo que entonces en Frontera era impensable, durante este tiempo de su estancia en el país suramericano, la tienda fue regentaba por Feliciano Fleitas y Carmita Benítez un joven matrimonio de Tigaday, pero que al regresar D. Rafael con su familia se instalaron también con una tienda en Las Toscas.

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Pero además de esta actividad, en la parte de atrás de la referida tienda, en un salón que aún existe, se almacenaban los duraznos y el queso que todos los días de correo, jueves y domingo traían los habitantes de El Golfo para ser embarcados a Tenerife y Las Palmas y que en casa de D" María se seleccionaban y empaquetaban en “ceretos” con la ayuda de los vecinos y amigos del pueblo, era entonces la producción de duraznos en El Golfo muy abundante, lo mismo el queso, y servían de soporte a muchas familias de El Valle entre los que recuerdo a tío Juan Cejas, mi padrino Benito González. D. Braulio Armas, D. Liberato Barrera, D. Juan Morales, D* Benilde, D. Leonardo Armas, D. Cesar Padrón, D. Ramiro Lima, tío Dimas González, y su hermano D. Mateo y D. Juan, y muchos más naturalmente, y religiosamente el inolvidable D. Luis Barrera con su camioncito Commer TF 6653 recogía todos los jueves y domingo la fruta para trasladarla al Puerto desde donde se embarcaría a Tenerife y Las Palmas.

Había en El Golfo varios sitios donde se recogían y empaquetaban los duraznos y el queso para exportarlo a Tenerife y Las Palmas, normalmente desde las tiendas, varios miles de kilos todas las semanas, y había en Tenerife y Las Palmas varios comerciantes herreños que se dedicaban a la distribución de esos productos, pero desde la tienda de Las Lapas se estableció una especial relación con D. Maximiliano Cejas, comerciante herreño afincado en Tenerife en la calle Suárez Guerra y que por muchos años fue un referente obligado de la venta de productos herreños en la ciudad y con Los Almacenes Araiza de Santa Cruz de Tenerife, firma comercial de gran prestigio regentada por los herreños D. Tomás Rodríguez Zamora y D. Pedro Reboso, y por muchos años esta relación de envíos de mercancía se mantuvo con gran lealtad y provecho para ambas entidades comerciales.

Al enviudar Dª. María, y con sus dos hijos jovencitos, Felo y Cayo, siguió con el mismo interés su actividad comercial, incluso al marcharse estos, uno al cuartel y el otro a estudiar Enología a Las Palmas y La Península, no mermó para nada su ritmo de trabajo, atendiendo a su vez las fincas de La Frontera y La Montaña, hasta que años más tarde, y al contraer matrimonio su hijo menor Cayo con una joven de El Mocanal, la querida amiga Benedicta, y venirse a vivir a Las Lapas en el hogar paterno, entre ambas han mantenido durante tantos años la vida comercial de La Tienda de Las Lapas. 

Pero como todo en la vida llega, también a estas queridas damas de nuestro pueblo les ha llegado el merecido descanso, y se han cerrado las puertas de La Tienda de Las Lapas, así se ha cerrado también un eslabón de la historia comercial y humana de nuestro querido pueblo de Frontera.

Un techo para el futuro: la odisea de la vivienda para los jóvenes canarios

Por Raúl Acosta Armas.

La vivienda es fundamental para que cualquier persona pueda desarrollar una vida plena. Sin un techo no tendríamos nuestras necesidades más básicas cubiertas. 

Y este problema no era tal problema para nuestros abuelos, salvando las distancias de las enormes dificultades que tuvieron que atravesar en su momento y del tiempo que nos separa de aquella generación. 

Hago esta afirmación después de una reflexión de un vecino, D. Juan Domingo Febles, que de una forma mayéutica desarrolló su idea a partir de preguntas que me llevaron, sin casi darme cuenta, a la conclusión. Comenzó preguntándome cuántos mayores de 70 años en la isla conocía que vivieran de alquiler. Mi respuesta fue que a priori no conocía a ninguno. Luego continuó como un profesor inquisitivo que ya sabe la respuesta y me cuestionó si nuestros abuelos heredaban todos una casa o la construían; por su tono picaresco entendía que iba con trampa la pregunta, porque si bien es cierto que alguno heredaría propiedades es incuestionable que la mayoría de familias antes tenían muchos hijos y que no había una vivienda en herencia para cada uno. Una vez le respondí, me dijo: “Bueno, la gente mayor entonces tiene su casa, no la heredaron y tenían menos recursos que nosotros ahora, peores empleos y menor cualificación, ¿Cómo puede ser posible?” Ahí no hizo falta que yo dijera nada más, en ese momento fue él quien contestó, muy seguro de sus palabras. Me dijo que antes construir una casa no conllevaba gastarnos en papeleo miles de pesetas, los materiales eran más baratos y en muchas ocasiones se construía por fases gracias a amigos y familiares. En cambio, hoy para poner el primer bloque hemos tenido que gastarnos dinero en un proyecto, su correspondiente tasa por la obtención de la licencia y todo esto sin contar si hemos tenido que comprar el suelo. 

No cabe duda de que el amigo Juan Domingo tiene razón en su análisis. El problema de la vivienda viene dado por tres simples factores, burocratización del proceso constructivo hasta obtener la licencia, aumento de los costes de los materiales y falta de suelo ordenado que permita construir. Este resumen muy escueto de un problema de mucho más calado nos demuestra que nuestros abuelos pudieron emanciparse y tener un techo en el que comenzar su proyecto de vida. En cambio, los jóvenes de hoy casi nos tenemos que resignar a heredar. 

Las políticas de vivienda pública son un fiasco hasta ahora y las medidas iniciadas por el Gobierno Central solo han redundado en meter miedo a los propietarios, que no alquilan sus propiedades y las destinan al alquiler vacacional. La Ley 12/2023, de 24 de mayo, por el Derecho a la Vivienda y las modificaciones que impone en la Ley de Enjuiciamiento Civil supone que, de facto, un propietario que quiere desahuciar a un inquilino que no le paga, en la isla de El Hierro, con el tiempo de media de resolución que tiene el Juzgado, implica más de un año de tortuoso procedimiento judicial si ese inquilino solicita asistencia jurídica gratuita y situación de vulnerabilidad. En esos casos, los derechos que tiene el demandado obligan a que se reúna una comisión para resolver si le dan la asistencia jurídica gratuita y también se solicita por el Juzgado un informe al Ayuntamiento del lugar de empadronamiento para determinar si la persona está en situación de vulnerabilidad. Si lo está, el procedimiento puede llegar a suspenderse, aunque esto también varía si estamos o no ante un gran tenedor (si eres persona física el que ostenta la titularidad 5 viviendas ubicadas en zona residencial tensionada, más de 10 o más de 15 viviendas en territorio del Estado) tal y como recoge el artículo 439 de la LEC.

 

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El resumen de esta normativa es que parece que en vez de proteger a los dueños de las viviendas y ayudar a los vulnerables, quieren echar a pelear a unos contra los otros. Los propietarios desconfían de los posibles inquilinos y estos tienen unas normas que en algunos casos y con malas artes usan para prolongar una situación de impago, prevaliéndose una norma que en su espíritu pretende proteger a los más indefensos, pero que por el camino ocasiona que algunos propietarios se vuelvan vulnerables cuando dejan de percibir sus ingresos por alquiler del que en muchos casos complementan sus rentas para vivir. 

El riesgo de arrendar a un inquilino fijo es alto por contra, el alquiler vacacional no comporta este riesgo y encima suele ser más rentable, aunque muchos no quieran este tipo de arrendamiento porque supone una mayor carga de trabajo. 

Acabar con el problema de la vivienda solo se puede hacer gracias a políticas que hagan aumentar el número de viviendas en el mercado, solo con la oferta el precio se reducirá. Los inventos de políticas que controlen los alquileres solo conseguirán el resultado contrario, un aumento de precios. Ya se ha demostrado allí donde se ha experimentado (Barcelona o Berlín). El único caso excepcional que la limitación del precio del alquiler surte efecto en una reducción de precios es en Austria, que tiene un parque público de vivienda de más del 20%, en cambio, en España es del 1% y en Canarias del 0,2%. Con una oferta tan grande como en Austria si el gran arrendador que es el Estado decide bajar precios condiciona a toda la competencia para que también lo hagan, en cambio, en España con ese porcentaje residual, topar precios solo constriñe más la oferta aumentado precios o retirando casas del mercado.

La vivienda y los alquileres bajarán de precio cuando hay más viviendas en el mercado inmobiliario. Es así de simple y así de difícil. Cualquier medida que vaya dirigida al control de precios, en un sistema de libre mercado como el que tenemos, estará destinada al fracaso y lo único que hará es agravar el problema. 

Por eso, desde el Parlamento de Canarias queremos impulsar diferentes medidas legislativas para facilitar que las familias puedan acceder a una vivienda, reduciendo los plazos para la obtención de licencia o dando más agilidad a los ayuntamientos con su planeamiento. No podemos esperar dos años para obtener una licencia ni 20 años para cambiar un planeamiento obsoleto. 

El problema de la vivienda es muy complejo y tenemos que afrontarlo desde diferentes enfoques y administraciones. También desde los Cabildos, que ya tienen competencias en materia de vivienda y deben comenzar a ejecutar promociones, tal y como propusimos en los presupuestos de la Corporación insular de El Hierro y que el grupo gobernante rechazó. 

Vivienda, más vivienda y más vivienda. Esa es la clave.

Memorias y recuerdos

Por Agustín Cirilo Gaspar Sánchez.

Como bien dijo una vez la psicóloga y ensayista chilena Pilar Sordo, cuando los recuerdos superan a los proyectos, es señal de que uno se está volviendo viejo. Y si eso es así, aceptémoslo con orgullo y viajemos juntos a través de la memoria, a tiempos pasados que hoy solo viven en los corazones de quienes los experimentamos, pues mirar atrás es como abrir un libro de historias donde la nostalgia se entrelaza con la gratitud. Porque recordar es vivir dos veces.

Donde hoy se encuentra la tasca “El Charquete”, allá por 1958, existía la humilde pero imprescindible "Tienda de Don Claudio". Era una de aquellas tienditas de aceite y vinagre que se encontraban en cada pueblo de nuestra isla, testigos de una manera de vivir que hoy parece lejana.

El nombre de "El Charquete" proviene de los charcos que solían formarse en la zona. Uno de ellos, el más grande, tenía unos tres metros de diámetro y otros tres de profundidad, acumulando en su interior las aguas fluviales. Para nosotros, los niños de entonces, no era solo un charco, sino un universo de juegos y aventuras. Hoy, en su lugar, hay viviendas, y la calle que lo albergaba pasó de llamarse "El Charquete" a "María Mérida", en honor a la gran cantante de nuestra isla, ya que el edificio pertenecía a su familia. 

La tienda de Don Claudio era más que un comercio; era un punto de encuentro, un lugar de confianza. En su pequeño, pero bien surtido local, uno podía encontrar desde aceite despachado con un surtidor de manivela hasta azúcar, garbanzos, maíz, lentejas, sardinas en aceite o en sal, manises en sacos de quintal y los inolvidables galletones Tamaran. Lo más curioso era el sistema de pago: casi todo se vendía fiado. Se llevaba una libreta donde se anotaban las compras y, a fin de mes, se pagaba lo que se podía.

Bajo la vivienda, a la altura del comedor, Don Claudio tenía un sótano que bien podría considerarse el "arsenal nuclear" de la época, ya que allí se almacenaban voladores, carbón, carburo, petróleo, gasolina y hasta azufre, productos impensables de guardar juntos hoy en día. Y, sin embargo, jamás hubo un accidente. Eran otros tiempos, donde la prudencia y el respeto a lo peligroso parecían ser parte del sentido común.

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Don Claudio no solo era el tendero del pueblo, era casi familia. Vivíamos en la misma zona y crecí junto a sus hijos Juan Carlos y Claudio Jorge, a quien todos llamábamos “Cayo”, hijos de su matrimonio con Doña Teresa Padrón, o “Terecita”, como cariñosamente le decíamos.

De entre tantos recuerdos, hay uno que siempre me arranca una sonrisa. Un día planeamos viajar un domingo al Tamaduste para pescar y bañarnos. Éramos Juan Carlos, Cayo, mi hermano Miguel Ángel, unos amigos y yo, todos de entre doce y trece años. Pero el sábado por la tarde, Juan Carlos vino a mi casa con malas noticias: su padre quería cavar la viña en su finca del Tamaduste, junto a la ermita de San Juan, así que nuestros planes de pesca y baño se habían cancelado.

Después de meditarlo un poco, le propuse una solución: si cavábamos la viña esa misma tarde, tendríamos el domingo libre. "Imposible", me dijo, "son cerca de las siete de la tarde, en un par de horas será de noche". Aun así, lo convencí, y a toda carrera nos metimos por el camino de Asabanos, bajamos el Jorado casi volando, y llegamos al terreno oscureciendo. Allí, entre la oscuridad, mientras unos comenzaban a cavar el terreno, Cayo y yo improvisamos antorchas con caucho de ruedas viejas para iluminarnos. Con aquella tenue luz y las chispas de las guatacas golpeando la tierra, trabajamos hasta casi el amanecer del domingo.

A las nueve de la mañana, Don Claudio llegó en la guagua desde la villa. Su asombro fue mayúsculo al ver la viña ya trabajada. "Mis hijos, vayan a bañarse y a pescar, que se lo tienen más que merecido, pero lávense bien las ternillas, que las tienen negras del humo de las antorchas", nos dijo con una mezcla de orgullo y asombro que recuerdo como si fuera ayer, 

Y así fue como conseguimos nuestro ansiado día de diversión. Aquella hazaña nos dejó una lección inolvidable, con voluntad, todo es posible; y comprendí que entre la noche y el día no hay pared.