En el camino de la historia: La isla sigue

En el camino de la historia: La isla sigue

Por Juan Jesús Ayala.

La isla sigue; continúa con  proyectos y asume su memoria en el ámbito de lo recóndito, en la añoranza que le supone a los que desde más allá del mar   seguimos viéndola como una entidad viva, plena de luz y decisiones que alguna que otra vez se frustran al pensar que todos comparten la misma idea, el mismo empeño, siendo imprescindibles aclaraciones o justificaciones al respecto.

Desde esa misma memoria como un testigo que no la abandona circulamos más de una vez por la carretera de tierra que  nos llevaba pleno de entusiasmo  al Faro de Ochilla, pero sin que se nos fuera de la  imaginación qué podríamos hacer si el coche en esa lejanía infinita, donde se acaba el mundo, fallará algún artilugio de la mecánica o una rueda que cambiar por la de repuesto, nos supondría una situación verdaderamente  complicada.

Si hubiésemos hecho el trayecto, solo posible, con el empeño de un sueño con la bicicleta de aquellos momentos, una Stark, que me habían comprado en la ferretería que había llegado desde Lanzarote y regentaba don Pedro Ávila, sería otra cosa, pero se quedó en eso en un bonito sueño; aunque si hicimos   varias veces el trayecto de Valverde al Tamaduste y vuelta, por una carretera de  tierra donde teníamos que eludir el promontorio central que se encontraba como lindero y poner  las ruedas por las  huellas dejadas  por guaguas, coches y camiones lo que de no ser así el derrape tenía su compromiso.

 

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El norte de la isla siempre fue donde la juventud de un lado y de otro  consolidamos la amistad y ahí sí que fue la bicicleta la protagonista que hoy queda en la recta de  San Lázaro  junto a la deriva de Echedo como referencia emblemática de los encuentros entre la gente del norte y los de Valverde. En aquella recta que nos conducía desde la Cruz del Calvario hasta la ermita de San Lázaro, en su día, era uno de los deseados encuentros y nos quedaban pendientes, para más tarde reforzarlo en la próxima fiesta de San Pedro en el Mocanal donde no faltaría  la procesión del santo y la luchada por la tarde.

El recorrido de Valverde a San Andrés se hacía menos y para los que no pedaleábamos con la fuerza necesaria  era imposible más allá de la recta de Honduras aunque si  recordamos  a don Miguel Padrón que fue Maestro de San Andrés  al que lo veíamos con su bicicleta llegar hasta su casa en Valverde al lado de la de don Gabino; y tal vez mi  abuelo Juan Antonio, hermano, del sempiterno arcipreste de la isla José Francisco Hernández Ayala, que fue también con anterioridad, Maestro de San Andrés, pero dado el tiempo que separa a uno del otro tal vez hubiese hecho el recorrido en caballo o en mulo.

La isla sigue y sigue en el empeño de encontrarse, y muchas  veces lo hace a través de la neblina de la Cruz de los Reyes, como  si su historia diera un brinco  por encima de la leyenda que impregna el mejor encuentro ratificado y  deseado desde tiempo por la isla en su conjunto. 

Empeño que suena en el reloj del tiempo como el mejor diapasón de una historia que se repite desde La Dehesa donde más de una vez no se podía compartir, pero que desde la distancia, o desde la memoria  siempre acompañó a los que estaban estimulando el crecimiento de una isla y cuando, está en ello, y la voz se agranda y no solo resuene el eco por la  Piedra del Regidor, el risco de Tibataje, por la hoya del Morcillo o por la cresta de Malpaso, las Cuatro Esquinas  o por el sendero de Ajare que conducen a la plaza de la Iglesia, será entonces en el retumbo de pitos, tambores y chácaras cuando la isla  se estire, se amplifique llevándose, seguro, la promesa o  el grato  recuerdo  que siempre deberá ser así.

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