Ana Ávila*
No es la primera vez que abordamos en estas mismas páginas la necesidad de hacer frente a la situación en que se encuentra el mobiliario litúrgico y las imágenes de nuestras iglesias herreñas. Es lamentable la desaparición de retablos, andas y tallas, la sustitución de estas piezas por otras de moderna factura -sin motivo de conservación que no pueda ser subsanado- y la modificación de altares y esculturas por medio del añadido de elementos de nueva ejecución y de repintes. Son diversas las causas que han llevado a la actual situación. Una de ellas, asociar lo antiguo a lo viejo y, por tanto, objeto de desprecio en un frívolo entusiasmo por modernizar los espacios sacros y renovar el ornato. Aunque parezca contradictorio, las restauraciones a que se han visto sujetos retablos e imágenes han repercutido en alteraciones de los soportes, en aportar otro aspecto al mueble por medio de nuevos colores y en graves modificaciones fisionómicas y anímicas a través de repintes.
También en estas mismas páginas hemos comentado los avances que han tenido lugar en las últimas décadas, gracias a sacerdotes sensibilizados con los valores artísticos del patrimonio religioso y a restauradores salidos de escuelas profesionales en las que se les enseña procedimientos de conservación y restauración bajo el prisma de la ciencia y del respeto hacia el objeto en cuanto testimonio de un patrimonio cultural que hay que preservar.
El pasado 24 de agosto, los vecinos del Mocanal pudieron celebrar la festividad de San Bartolomé con la imagen recién restaurada (Fig. 1). Consta la devoción en El Hierro hacia esta advocación al menos desde el siglo XVII1. El día de este santo siempre ha sido uno de los más celebrados en el conjunto de las fiestas insulares, aunque en otras décadas con multitudinaria procesión y recordada luchada. Podemos decir que Rubén Sánchez López, su restaurador, con su intervención realizada en su taller de La Orotava, ha dignificado dicha imagen2.
(Fig. 1) San Bartolomé, después de la restauración, sin colocársele aún el libro y el cuchillo (Foto: Rubén Sánchez).
San Bartolomé fue uno de los apóstoles de Jesús y en su papel de predicador del evangelio, la imagen herreña presenta dicho libro en su mano izquierda, apoyado en el borde del manto. Con la otra mano sostiene un cuchillo, atributo que le es propio al ser desollado vivo por orden del rey de Armenia, ante su negativa de adorar los ídolos de los templos paganos. Esta manera de morir le convierte en patrón de los curtidores. Su apariencia física concuerda con la descripción que Jacopo della Voragine (s. XIII) recoge en La leyenda dorada, fuente primordial para los estudios de hagiografía: “Es un hombre de estatura corriente, cabellos ensortijados y negros, tez blanca, ojos grandes, nariz recta y bien proporcionada, barba espesa y un poquito entrecana. (…) Su semblante presenta constantemente aspecto alegre y risueño”. Difiere en su narración en que en esta escultura el santo no calza sandalias y en los colores de la indumentaria: la túnica no es blanca estampada con dibujos rojos y el manto, ribeteado con una orla guarnecida de piedras preciosas, tampoco tiene ese color. El San Bartolomé herreño viste una túnica con mangas largas ajustada a la cintura con una cinta y con el cuello abierto en pico, interiormente de verde claro y el exterior rosa oscuro, sobrepuesta a una camisa blanca; se cubre con un manto de color ocre claro, con su interior rojizo, que cae por la espalda, siendo los extremos del bajo recogidos por el santo en su brazo izquierdo, configurando con sus pliegues un elegante movimiento. Ambas piezas están ornamentadas con una extraordinaria decoración vegetal a base de capullos y flores abiertas de distintos colores (rosadas, moradas, azules, blancas, doradas), y tallos y hojas que recorren las superficies en lírica cadencia.
En su momento indicamos cómo la escultura no se encontraba en buen estado de conservación, con abundantes pérdidas de la capa de preparación y lagunas pictóricas, además de la alteración de la policromía (Fig. 2). Mencionada “en regular estado” en 1947, debió ser restaurada después de esta fecha, intervención constatada por Rubén Sánchez durante su trabajo de restauración.
(Fig. 2) San Bartolomé, antes de la restauración (Foto: Eusebio Díaz Fleitas).
Se trata de una talla desbastada, probablemente en un bloque de madera de nogal, sin vaciar, labrando por separado la cabeza, el antebrazo derecho y la mano izquierda, siendo adjuntadas mediante espigas y puntas de forja. Sus pies descalzos se apoyan en una peana baja, tallada en tea, formada por cuatro largueros y dos tapas, con sencilla decoración vegetal en sus frentes sobre fondo rosáceo, pieza que se libró del ataque de xilófagos que sí afectó a la figura, particularmente en la espalda, lo que provocó cierta fragilidad en dicha zona. Con la desinsectación del soporte leñoso la pieza, de momento, ya no corre peligro de desintegración. Grietas y fisuras en la madera y pérdidas de soporte en la peana, así como corrosión originada por las puntas metálicas, son cuestiones que amenazaban la seguridad de la pieza, siendo tratadas por la reciente restauración, que no se vio exenta de la necesidad de ciertos injertos. La peana, maltratada en la superficie de apoyo de los pies y con pérdidas de materia y de pintura en los bordes (Fig. 3), ha sido restaurada facilitando su pervivencia y su adecuada visibilidad.
(Fig. 3) Detalle de la peana de San Bartolomé antes de la restauración (Foto: autora).
La alteración de la capa de preparación estaba prácticamente generalizada en la pieza, incluso con pérdidas, pero más alarmante era la abundancia de burdos empastes tras la restauración precedente, que hubo que levantar en lo posible, volviendo a estucar debidamente (Fig. 4).
(Fig. 4) San Bartolomé en proceso de restauración, con áreas blancas del estucado (Foto: Rubén Sánchez).
La capa pictórica estaba oscurecida debido a la alteración natural de los colores y a la oxidación de los barnices, dando una apariencia mortecina y plana a la policromía. Eran abundantes los repintes, particularmente generalizados en el forro de la túnica, que se cubrió de un verde azulado, como se hacía patente en el vuelto de las bocamangas, pero también en el burdo rojo del forro del manto. No se libró la peana, repintada en varias ocasiones insistiendo en el verde original. La restauración realizada por Rubén Sánchez ha permitido resurgir la belleza del estofado de plata y oro al mixtión de su policromía, así pues, la ornamentación vegetal de la vestimenta y del basamento se aprecian con nitidez y luminosidad. Afortunadamente, los repintes no afectaron en exceso a las carnaciones, pero la reciente restauración ha devuelto a su justa medida los rojizos claros de pómulos y labios.
Las pérdidas de capa pictórica afectan a la túnica y al manto, así como a una amplia zona de la frente, a las manos y a la peana. Por ello, hubo que estucar las lagunas y proceder a la reintegración cromática, aplicando un color que no altere la visión de conjunto y que sea reversible, por lo cual se suele emplear el procedimiento acuoso de la acuarela. Teniendo en cuenta que una de las normas de la restauración científica es que toda intervención sea legible, esta se aprecia a través del “rigatino”, es decir, de un conjunto de rayas finas y paralelas a través de las cuales detectamos de cerca que esas zonas no son originales.
El libro que porta San Bartolomé, el cual estaba también repintado, fue desmontado en la reciente restauración y tratado por separado, como también lo fue el cuchillo con el que fue desollado, el cual, a través de dicha restauración se ha podido apreciar que está tallado en madera y su hoja cubierta con plata de ley a la sisa, burdamente revestida de purpurina en la restauración anterior.
La peana muestra un orificio para el ajuste de la escultura en las andas procesionales, pero el restaurador ha hecho bien en no esconder totalmente otros tres que se sitúan en la esquina de nuestra izquierda, ya que a ellos iba ajustada otra talla que forma parte de la iconografía de San Bartolomé, aunque no siempre representada: la figura del diablo que el apóstol había reducido por lo que debía llevarlo encadenado a sus pies. Este hecho corresponde a un pasaje de su vida en la India, cuando al entrar en un templo, donde pernoctaba, dedicado a un ídolo apreció cómo en su interior se refugiaba un demonio que alardeaba de curar a los enfermos, cuando, realmente, no los sanaba. Se dedujo que su inoperancia se debía a la presencia del santo, quien milagrosamente mantenía al ídolo “amarrado con cadenas de fuego y reducido a tan riguroso silencio que no se atreve, no ya a hablar, pero ni siquiera a respirar” (La leyenda dorada). En la escultura herreña, este demonio, dado su aspecto repulsivo y la maldad que representa, fue retirado en la primera mitad del siglo XX por decisión del sacerdote, sin que ni siquiera tengamos constancia fotográfica de cómo era realmente.
La imagen que estamos comentando es una de las pocas tallas que perviven en las iglesias herreñas, única en su vistosa policromía (Fig. 5). Se fecharía en el último tercio del siglo XVIII y debió haber sustituido a otra de menor tamaño, documentada en 1757 en un “nichesito” de un altar en mal estado de conservación, situación en la cual también podría estar la talla. El restaurador Rubén Sánchez la sitúa en el ámbito de un obrador tinerfeño, por ciertas similitudes con otras imágenes.
(Fig. 5) Detalle de San Bartolomé después de la restauración (Foto: autora).
Como se deduce de nuestras apreciaciones en torno al San Bartolomé herreño, así como de los comentarios que hemos hecho de otras piezas en estas mismas páginas, la restauración es un extraordinario recurso para impedir el deterioro del bien cultural, pero también para recobrar en lo posible sus características originales. Resulta contradictorio que a menudo sea la práctica de la restauración la que modifique el patrimonio cultural. Afortunadamente, en la actualidad la restauración se mueve entre la teoría y la práctica bajo criterios científicos, con profesionales formados en centros específicos que trabajan teniendo siempre presente la integridad del bien y los valores que comporta. El legado escultórico en la isla del Hierro no podrá ser estudiado en sus adecuadas coordenadas histórico-culturales hasta que la restauración no recupere, en lo posible, sus elementos originales.
1Ana Ávila, Isla del Hierro. Patrimonio artístico religioso, Islas Canarias, Gobierno de Canarias, 2012, pp. 347-348.
2Rubén Sánchez López, Informe de la restauración de San Bartolomé, de la iglesia de San Pedro, El Mocanal (Isla del Hierro), La Orotava, 1 de octubre de 2023 (Archivo Parroquial de Valverde).
*Profesora Titular de la Universidad Autónoma de Madrid.