Por Juan Jesús Ayala (Filósofo).
El mundo, como siempre y ahora en una nueva y más desconcertante situación donde toman presencia la OTAN, Rusia, Bielorrusia y Polonia, por hacerse con el corredor estratégico de Suwaski de 87 kilómetros, la guerra no ha dejado hueco para una paz siquiera acotada en el tiempo y mucho menos pensar en una Paz Perpetua por la que abogaba Immanuel Kant.
Desfiles de tropas con drones cada vez más sofisticados que se fabrican diariamente por miles; misiles de diferentes características que superan los espacios intercontinentales portando en sus cabezas nucleares la destrucción y el aniquilamiento y otros de menor alcance que a donde llegan la vida de seres humanos ha estado igualmente comprometida por la angustia, por miedo y por proyectos de futuro que se han ido al traste por el gran negocio de la guerra.
Las guerras, vamos a llamarlas periféricas, que se han mantenido durante el último tercio del siglo XX y lo que va de este han costado la vida a tantos millones de seres humanos igual o superior a los 75 millones ocasionados por la Segunda Guerra Mundial en todo el mundo produciendo la destrucción de países enteros, donde el afán por ocupar territorios se acompañó por el ensamblaje de la industria de la guerra que movió y quitó poder. Donde las ideologías se desdibujaron ante los enormes beneficios de las poderosas empresas que poco les importa el dolor que sufren muchos pueblos de la tierra y convierten los derechos humanos en una lastimosa entelequia.
Cuando se inicia la guerra en Gaza, las Bolsas de las empresas multinacionales que fabrican armas de EE. UU. y Europa se dispararon un 15%; lo mismo que empresas de China, Rusia e India están multiplicando sus ganancias. Subrayando que quien domina la venta de armas es EE. UU. cuyas empresas alcanzan el 51% de las exportaciones mundiales, emulando lo que un día dijo a Maquiavelo: “no hay ningún medio mejor que la guerra externa para conservarse y expandirse”.
Y refiriéndonos a España, el negocio de la guerra deja 6.600 millones de euros anuales, ocupando el octavo puesto de los países exportadores de armas a nivel mundial y entre ellos a 19 regímenes autoritarios.
Los conflictos bélicos se han apoderado del mundo convirtiendo este en un bunker- refugio permanente porque las multinacionales de la guerra y políticos autárquicos que toman «altas y comprometidas decisiones» estas las sufragan los ciudadanos con sus carencias y calamidades, ajenos a los que nadan en la opulencia y trapicheo lo que pone en evidencia una lacerante contradicción. No queremos la guerra, pero las pagamos.
Y si eran pocas las amenazas, ha surgido otra nueva en la frontera de Polonia, donde la presencia de tropas sobrepasa, por parte de Rusia, a las que desplegó en el inicio de la invasión a Ucrania. Da la impresión como si se estuviera esperando a lo ocurrido en Polonia cuando fue invadida por las tropas nazis de Hitler el 11 de septiembre de 1939 lo que dio origen a la Segunda Guerra Mundial por incorporar el territorio de Dánzig y Warthelan uniendo Polonia y Alemania por una carretera y ferrocarril; como sucede a hora por la pretensión de otros al pequeño corredor de Suwalki de 87 kilometros.
Esperemos que el negocio de la guerra se tome un largo respiro y no le dé por influir en desajustar las políticas de determinados países tales como Rusia, Bielorrusia, China, Corea del Norte, EE. UU. con la consecuente recarga armamentística de la OTAN, lo que nos llevaría a una historia de un eterno retorno devastador y altamente comprometido para la existencia humana.