Por Arnaldos Zunin Pereyra.
Anoche estaba de sobremesa con mi pareja, en la terraza, mirando el Atlántico desde el balcón que es una isla pequeña.
Fumábamos en silencio, disfrutando que “por fin” el calor cedía un poco con la brisa nocturna.
Escuchábamos a los vecinos conversar vivamente, de seguro que con un vino de la isla y más abajo, otros vecinos, tal vez con amigos, reían a viva voz, contándose cosas divertidas.
Gente común que quiere disfrutar la vida en paz. Personas que viven en una isla que fue muy pobre en una época y que ahora disfruta, comparativamente, de un modesto buen nivel de vida. Personas, como una, como cualquiera, que a pesar de tener muchas veces diferencias culturales, políticas y religiosas, vive en paz.
Y en esta paz, no hay mucho lugar para el odio, a pesar de que, a veces en el día todo sale mal, o que directamente ha sido un desastre, el enfado se disipa fácilmente viendo todo lo bueno que te rodea, la gente, la familia, el paisaje, las ilusiones de cosas buenas por hacer. Y entonces cojo el móvil y tengo la no tan buena idea de enterarme de que está pasando en el mundo. Hace años, cuando mis hijos eran pequeños, decidí dejar de tener televisor y quitar ese aparato del centro de mi casa. Las noticias me llegan solo cuando las consulto en la prensa a través de mi móvil u ordenador.
Las noticias eran terribles, RTVE, DW, BBC coincidían en que Israel atacaría la franja de Gaza con una ofensiva sin precedentes. El desánimo me invade e intento ver algo más liviano en las redes, pero el algoritmo ya ha captado mis intereses y me muestra lo inmostrable. Apago el móvil mientras Roberto Benigni, el de “La vida es bella” se desespera en vivo hablando de esta realidad.
Luego de exponerme a las últimas noticias, siento que, a pesar de estar aquí en medio de esta paz y alegría, es muy difícil no odiar al los que están perpetrando este genocidio en Gaza. Me voy a dormir.
Me quedo despierto en la cama y me da mucho rechazo mis sentimientos de odio cada vez que veo las noticias sobre la muerte de niños e inocentes, gente pobre forzada a desplazarse, muriendo de hambre y enfermedades, una y otra vez como tantas veces se ha visto en estas guerras, por la simple razón de que a unos poderosos se le ha ocurrido que molestan allí donde ellos quieren obtener riquezas, y que solo les dejan el camino de dejarse conquistar o pelear en desigualdad y ser condenados por ello, acusados de terroristas. Todos ellos.
¿Qué hacer entonces? Para no sufrir de insomnio.
¿Aislarme de todo esto y no ver las noticias? ¿Decir que se trata de política y como siempre es vil y cochina? ¿Hacer como que no existe y divertirse con alguna distracción? ¿Entretenerme pasivamente viendo Eurovisión o algún deporte, pensando que no hay política y propaganda (no hablo de publicidad, que es otra cosa) en los millones que invierten gobiernos y empresas? ¿Ponerme, lisa y llanamente, del lado de los poderosos, creer en que sus razones son válidas y que es inevitable que sean así los humanos? ¿Convertirme en un monstruo inhumano que no siente nada al ver el desastre y la desolación que provocan? ¿Unirme a la ONG que recauda fondos para ayudar a los perros abandonados en Ucrania a causa de la guerra (que aunque no lo crean existe tal campaña) para sentir que soy bueno?
O, por el contrario, ¿Unirme a los valientes de la Sumud Flotilla y arriesgar la vida? ¿Desempolvar mi cámara y mis ánimos de reportero gráfico e ir a la zona de guerra? ¿Odiar y gritar? ¿Luchar y protestar? ¿Usar la violencia y propagar el odio a los culpables? ¿Ponerme frente a un ciclista? ¿Meter a todos los israelíes en el mismo saco y declararlos personas no gratas? ¿Donar dinero a las causas humanitarias que intentan ayudar? ¿Buscar un culpable en la religión y tomar partido? ¿Parar el mundo? ¿Negarme algunos placeres y comodidades uniéndome en boicot a las empresas que sacan provecho de esto? ¿Todo lo anterior? ¿Sentir dignidad? ¿Amar?
Sí… creo… que puedo amar…. (Y tal vez dormir)Amar a toda esa gente desesperada que intenta salvar su vida como pueden, en medio de la masacre. A los que en campamentos de refugiados se mantienen con ánimo y levantan a sus hermanos y vecinos.
Amar a esa niña… Ya saben cuál.
Amar a los valientes y luchadores que arriesgan su vida o su status quo para intentar hacer algo, salvar vidas y denunciar. Si puedo amar a los que se animan a gritarlo frente a todos a pesar de las represalias.
Amar a los israelíes que miran con horror la locura desatada a su alrededor. A los rehenes y sus familias. A los presos políticos. A los acosados sistemáticamente. A los más inocentes.
Amar a ese que muestra sus manos vacías y le pide al violento que se compadezca.
Amar a los artistas que se bajan y apartan de las plataformas, festivales y empresas vinculadas al Israel del genocidio. A los que lloran en público.
Amar a ese amigo, que su padre es palestino y su madre israelí, y es la persona más bella del mundo porque creía ser hijo de la esperanza.
Pero, por más que lo intento, me es imposible, no me siento culpable por ello y pido disculpas.
No puedo amar ……
A las “personas” que hábilmente han preparado esta trampa mortal.
No puedo amar a los que esperan, como buitres, que esta “etapa” termine para poder comenzar con sus planes de negocio.
No puedo amar a los que hablan de combatir el terrorismo mientras se sientan a la mesa de negocios a ver qué beneficios pueden obtener
No puedo amar a los que ponen bombas que matan personas inocentes.
No puedo amar a los inmorales CEO que, escudándose en que a la corporación y sus accionistas solo le importan las ganancias, decide invertir en armas o en zonas robadas a los palestinos.
No puedo amar a los turistas que disfrutarán de las fantasías que pretenden construir en la ciudad arrasada.
No puedo amar a los profesionales que dicen “yo solo hago mi trabajo” mientras ayudan a crear la propaganda para el lavado de imagen de los criminales.
No puedo amar a los que les disparan a niños y personas indefensas.
No puedo amar a los que masacran una ambulancia.
No puedo amar a las bandas de colonos incendiando las casas y cortando los olivos de sus vecinos.
No puedo amar a los que bloquean camiones de ayuda humanitaria.
No puedo amar a los militares que dicen no tener otra solución que matar a todos para defenderse.
No puedo amar a los que dicen que todo Palestino es terrorista.
No puedo amar a los políticos que aman más su carrera que su humanidad y pueden seguir mirando hacia otro lado mientras la realidad los alcanza.
No puedo amar a las empresas que se hunden viendo que la gente rechaza sus productos y sus marcas a causa de haber optado por apoyar esta guerra desigual y colonialista.
No puedo amar a los miembros del “Club del Odio” que harán cualquier cosa con tal de estar a salvo del odio que nace en el otro.
Y, sin embargo, sí podría amar, en forma de compasión, que es una forma de amor…
A los hijos, nietos o bisnietos de toda esta gente, que no quiero odiar y tampoco puedo amar. Amarlos compasivamente cuando en el futuro, tal vez gozando de los privilegios heredados, se avergüencen de lo que hizo su familia y sus vecinos. Tal como he visto en muchos alemanes cuando se habla de Hitler, del holocausto, de los campos de exterminio, que se avergüenzan mucho de ese pasado, porque saben que sus abuelos estaban allí, votando al partido nazi, levantando el brazo, y de alguna manera, por acción u omisión, fueron parte de ese horror. Y puedo sentir compasión por todos ellos, porque hay humanidad en la vergüenza, porque heredaron (y heredarán) una maldición, una bonita casa que en el sótano tiene una ciénaga pestilente que les costará mucho esfuerzo, dolor y amor arreglarla. Y me pregunto si como humano, en esa situación ¿Sería yo capaz de vivir en una casa como esa? ¿Qué haría yo luego de ver lo que hay en el sótano? ¿Podría huir, dejar atrás esta casa bonita e ir a buscar una mejor historia para mi ser? ¿O me transformaría en el cuidador del monstruo, maquillándolo y perfumándolo para tener esa casa? No lo puedo saber, tendría que estar en esa situación.
Y no es que sea muy importante lo que yo decida hacer, soy solo una persona en miles de millones, y bueno, estas cosas que pasan. Pero pasan porque son la suma y multiplicación de todas esas decisiones individuales a lo largo de la historia.
Y de nuestra historia, y que si somos honestos con nosotros mismos y lo que pasa, ¿podremos, de alguna manera, escribirla mejor? ¿Podremos dejar a nuestros descendientes una casa, la que sea, pero que esté sana?
Buenas noches, yo ya creo saber lo que tengo que hacer.