Por Juan Jesús Ayala (Filósofo).
En realidad el colonialismo no ha dejado de existir, solo que sus mañas y artilugios no van de frente, sino que su ferocidad la disimulan con sus ademanes de perdonavidas “que parece que no mojan pero empapan”.
Hace algún tiempo leía un trabajo periodístico de Boanoventura de Sousa Santos, sociólogo y director de Centro de Estudios Sociales de la Universidad de Coímbra, donde hace referencia al colonialismo encubierto que no ha dejado de acompañar a lo largo de su historia a los pueblos de la tierra, que termina con un párrafo clarificador que viene a dar con la nueva y vieja clave colonialista: «la gran trampa del colonialismo insidioso es dar la impresión de un regreso, cuando la evidencia nos dice que lo que regresa nunca dejó de existir».
Las potencias coloniales que ejercieron su poderío a pesar de las resoluciones de la ONU sobre derechos humanos, económicos y civiles continúan teniendo presencia vergonzante no ya desde el siglo XV, sino que continúan pasados el XX y 25 años del XXI aunque disimulen mediante contrato, estatutos, disposiciones, colaboraciones y componendas sombreadas por una realidad palpitante y confusa.
Tenemos al gigante del Norte, Trump, que se ha erigido en el gendarme del mundo, que lo mismo amenaza a Maduro y le planta su magnífico portaviones nuclear a pocas millas de las costas venezolanas, como en cualquier país que no obedezca su mandato arancelario o contradiga sus empeños de avanzar sumando territorios a su imperio. Idea que es muy particular, porque la amenaza tarda horas desde que la máquina hasta que la pone en práctica.
El otro gigante, el ruso, Putin, continúa bombardeando a pueblos que tiemblan ya de frío, de esperanzas truncadas por un poderío escandalizante, donde los niños aún se encuentran comprometidos cuando maduren en edad y tengan que escribir o relatar la historia del desaguisado que tardaron en comprender. Lo que se hace extensivo al otro imperio, la China, Xi Jinping, poniendo en rodaje el nuevo colonialismo bajo los auspicio de administraciones incrustadas que funcionan como sucursales basadas en la degradación ontológica de la población donde a los seres humanos se les considera por los amos de la tierra parte de un paisaje de tierra dominada.
Y ante esto, aquellos territorios que pretenden resurgir, empinarse por encima de tutorías y de los proteccionismos, se sienten incómodos, ya cansados de oír el mismo discurso, “estén tranquilos, que todo se solucionará a su debido”.
Así que, tranquilos, los damnificados de Valencia, los del incendio de Tenerife y los del volcán de La Palma que no se preocupen que todo se arreglará.
Las promesas se cumplirán, eso sí, como siempre, con palabras huecas que apenas suenan en la lejanía de los relojes de una historia confusa y muy mediatizada, donde la irrealidad y la mentira supera a la realidad y a la verdad.
Concretamente en Canarias si no desterramos de nuestra conciencia ese quietismo “confiante”, pensando que lo que nos dicen se cumple, continuaremos expensan de aquellos que solo ven ganancias por todas partes y que tras las bambalinas de escenarios premeditados y ocultos pretenden confundirnos, llevándonos a caminos donde nuestra identidad se estremece y hasta va desapareciendo con una velocidad de vértigo.







